Salutacion y Nevada simbólica en Santa María la Blanca al Simpecado de la Hermandad de la Virgen de las Nieves
Arte Sacro. El pasado sábado 4 de agosto, la hermandad de la Virgen de las Nieves, celebró con una Salutación, este año a cargo del pregonero de las Gloria, Juan Manuel Labrador, y una "Nevada simbólica" sobre el simpecado para conmemorar el milagroso suceso que cuenta la leyenda que da origen a la devoción. Esta leyenda cuenta que en Roma, un discípulo de Giotto, inmortalizó en la misma basílica a la Virgen de las Nieves pintando el suceso extraordinario en la misma Basílica de Santa María la Mayor, donde permanece.
Así nos lo ha contado en su Salutación, Juan Manuel Labrador:
En medio de un verano caluroso,
tu nombre nos refresca la existencia,
por eso nos postramos a tus plantas
cuando en el calendario muere julio
y nace un nuevo mes en pleno estío,
aquel en el que antaño Tú salías
puesto que casi nadie se marchaba
en busca de las olas y la arena,
esperando los tuyos la visita
que siempre les hacías cada agosto
envuelta entre los nardos de tu paso
y al son de marchas clásicas y alegres,
quebrando los silencios en esquinas
que evocan con nostalgia aquellos tiempos
de chicharras y grillos escondidos
en lugares recónditos y frescos,
bajo alargadas sombras que atemperan
estrechos callejones donde habita
la indeleble memoria de este barrio
llamado de la Puerta de la Carne
en ese nomenclátor sempiterno
que Sevilla mantiene a su manera,
pues aunque derribasen esa puerta
a raíz de urbanísticas locuras
de un siglo XIX tan convulso,
aquella permanece en el recuerdo
que nunca se ha borrado de tus ojos,
los mismos que iluminan sin cesar
la fe de un vecindario que te honra
y aclama eternamente tu blancura.
Baja en la Catedral desde su altar
Aquella por quien reinan tantos Reyes,
posando en sus rodillas esas manos
que habrán de ser besadas por un pueblo
rendido ante su rostro secular,
una faz que no es otra que la tuya,
con la misma sonrisa de pureza
y el mismo amor de Dios sobre tu pecho,
pues se hizo esta tierra mariana
por querer entregarse sólo a Ti
aunque multiplicando advocaciones
que todas son la senda hacia un destino
cuyas fronteras son esos dos brazos
en los que nos amparas con ternura
como Madre dulcísima y clemente,
obrando cada día ese milagro
de sentirte muy cerca de nosotros
al acortar distancias desde el cielo
para poder tenerte frente a frente
sobre este firme suelo que pisamos,
antigua superficie que sostiene
la historia de un fervor inextinguible.
El tiempo se sucede y se renueva,
fluyendo sus anales como un río
que nunca desemboca en mar abierto,
sino que vuelve al monte que da inicio
al curso de unas aguas que brotaron
sobre la fría cima que cubriste
con esa blanca albura de tus Nieves,
helando el Esquilino en plena Roma
durante el siglo cuarto de esta era,
y así el papa Liberio comprobase
que, a pesar del calor más sofocante,
hiciste que nevase sin que el sol
pudiese derretir aquel misterio
que tiene explicación en tu mirada,
pues Tú haces posible lo increíble,
despejando mil dudas ante un mundo
al que le cuesta ver las maravillas
que puedes ser capaz de producir
por ser Madre de Dios, la nueva Eva
que fue corredentora junto a Cristo.
Pasaron centenarios, y en Sevilla
don Justino de Neve le pidió
a don Bartolomé Esteban Murillo
que pintase la escena veraniega
de la extraña nevada que ocurriese
aquel 5 de agosto tan lejano
pero que se recuerda con constancia,
y aunque el mariscal Soult desvalijase
en la napoleónica invasión
esos míticos lienzos realizados
para arropar la bóveda impecable
de una iglesia que fuera sinagoga
y que está consagrada a tu figura,
Santa María la Blanca, este templo
que sirve de epicentro de un entorno
que solamente vive para Ti
gracias a Juan de Astorga y a ese arte
con el que diese forma a tu belleza,
egregia y gran Señora que enamoras
sin tener que decir nada al devoto
que acude hasta tu altar para rezarte,
como juntos oramos en las vísperas
del día de tu fiesta sacrosanta.
¡Que salga el simpecado hasta la puerta!,
¡que lluevan flores blancas desde el cielo!,
que por fin es la hora señalada
para que tu hermandad recuerde a todos
el gozo de un prodigio legendario
que jamás deja a nadie indiferente
tras oír el relato fascinante
del joven matrimonio que soñó
con esas Nieves tuyas agosteñas
que marcaron el sitio donde alzar
aquella gran basílica mayor
donde eres Salud del Pueblo Romano,
un sueño que también fue compartido
por el papa Liberio, ya citado.
Y de Roma llegaste hasta Sevilla
con corona, con ráfaga y con cetro,
mostrándonos la gloria de tu ser,
aquella que da pulso a cada octubre
cuando eres Tú quien sale en procesión
y en tu paso recorres los jardines
cuyas flores te marcan el camino
que conduce directo al corazón
de un barrio que te espera emocionado,
y junto a las Teresas se estremece
el alma de unas monjas que te quieren
y que aguardan con celo ese momento
en el que das tu luz a aquel cenobio
que se halla escondido en Santa Cruz,
transitando más tarde por las plazas
que abrazan las murallas del Alcázar,
allí donde esta urbe nunca pierde
el sello que define esa grandeza
que queda reflejada en la Giralda,
esa “Turris Fortísima” que reza
mientras despacio avanzas por delante
de la señorial fuente que salpica
con el limpio reguero de sus caños
a los naranjos de Mateos Gago,
la calle que te indica el recorrido
para que al fin regreses a tu casa
después de descender por Fabiola,
donde tus candelabros se hacen ascua
en la noche rendida de un otoño
que ante Ti quiere hacerse primavera.
Repican las campanas anunciando
que el verano ha llegado a su ecuador,
siendo tan sólo Tú quien da equilibro
a las temperaturas estivales,
pues tu nombre suaviza los calores
cada vez que vivimos la onomástica
que desborda de orgullo a esta hermandad,
por eso nos reunimos junto a Ti,
para todos decirte con cariño:
¡Felicidades, Virgen de las Nieves!
Fotos: Fco Javier Montiel