Arte Sacro
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Besamanos a María Stma del Rocío (incluye galería)


Arte Sacro. El montaje del altar que ha instalado la hermandad de la Redención, alude escuetamente a los textos sagrados que se encuentran a continuación, en el altar podemos encontrar elementos que aparecen, unos más visibles y otros más discretos. En los laterales están los cuadros con el arca de la alianza y el otro con Moisés bajando del Sinaí con las tablas de la ley. Detrás de la Virgen está el candelabro de los siete brazos, Menorah, y la Biblia Judía en rollo, la Torá. Los doce apóstoles llevan los signos de su misión o martirio, reflejando el testimonio de vida que dieron. El Espíritu Santo es el centro del altar, pues Él hace posible el testimonio de la fe en los que son dóciles a Él. Actúa en la iglesia naciente y es una invitación a nosotros para que siga actuando. Teniendo como modelo a María, la llena de gracia, desde el primer instante de su concepción hasta el fin de su misión, alumbrar a la fe a los nuevos hijos de la Iglesia en cooperación con el Espíritu Santo. La luz es el signo visible de su acción, en las velas y en las llamas de los apóstoles en sus cabezas.  María es la mujer intemporal por la acción  de Dios, que se asocia a su obra Redentora por su sí a la Palabra.

Y Dios soñó a María. Y en su delirio de amor la preservó de toda mancha de pecado, para que enriquecida con la plenitud del Espíritu, fuese digna Madre del Redentor, imagen y comienzo de la Iglesia, llena de juventud y de limpia hermosura.

Desde la eternidad del Padre, contemplamos a María vestida de sol, con la luna a sus pies, coronada por doce estrellas (Ap. 12, 1).

Dios la ha cubierto con su sombra (Lc. 1, 35) y la ha llenado de Gracia convirtiéndose en el orgullo de nuestra raza (Jdt. 15, 9)  y así, ahora brilla en nuestro camino como signo de consuelo y de firme esperanza.

El tiempo se ha detenido a sus pies, porque el amor no pasa nunca (1Cor. 13, 8), y ella es Hija, Esposa y Madre del Amor Eterno.

Y la Iglesia, nacida del Espíritu de Pentecostés, la corona con el testimonio de su vida (Ap. 7, 14).

Purísima había de ser la que nos diera al Redentor (Lc. 11, 28). Y así la soñó Dios. Cuánto la necesitamos, abogada de gracia y ejemplo de santidad (Jn. 19, 25). María se ha convertido para nosotros en el arca de la Nueva y Eterna Alianza, en la que nos muestra la presencia de Dios y nos lo hace cercano (cf. Ex. 25, 22). 

Moisés bajó de la montaña con la Ley del Señor grabada en piedra (Ex. 31, 18). María ha grabado la nueva Ley en su corazón (cf. Lc. 1, 38), la Ley del amor, la Palabra encarnada (Jn. 1, 14) y sigue perseverando con nosotros en oración (Hch. 1, 14) para que nos llenemos del Espiritu Santo y grabemos a fuego en nuestro corazón la Palabra del Señor (Hch. 1, 8).

María es concebida para ser digna Madre del Redentor. La Iglesia nace en Pentecostés (Hch. 2, 1-4) para llevar la Redención a los confines de la tierra (Mt. 28, 19), y así lo hacen los apóstoles, que reunidos en oración con María, se llenan del fuego ardiente del Espíritu y dan testimonio con su propia vida (Hch. 2, 14-41). Y a ello nos invitan con su ejemplo y su intercesión.

Que el Rocío del Espíritu que preservó a María de toda mancha de pecado, que el Rocío del Espíritu que fecundó la Iglesia Madre con sus dones y gracias, se derrame en nuestros corazones para que podamos acoger a "Cristo entre nosotros".

Fotos: Fco Javier Montiel










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