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Silencio, que suena Amarguras... Alberto Espinosa García


Basta con escuchar los primeros acordes de Amarguras para reconocer que el mundo se acaba justo cuando acaba de nacer, justo cuando acaba de desenvolver la primera enagua de llantos, justo cuando acaba de encontrar la horma desterrada de sus suspiros.

Silencio, que suena Amarguras...

El ABC de las sinfonías. El Sancta Sanctórum de los pellizcos. La piedra filosofal de las chicotás.

Y cuando la marcha suena, uno sabe que el tiempo desafía a sus sombras para desatarse las entrañas.

Cuando la marcha suena, el gentío se calla y el aire se queda a respirar en los dibujos borrados de las bambalinas.

Cuando la marcha suena, los diálogos enmudecen y las huellas desembocan en promesas de ceras amargas mientras la vida se refleja sobre la luna idílica de los versos.

Silencio, que suena Amarguras...

Ese escalofrío de crujidos que corretean por tu cuerpo de manera pausada, sosegada, lánguida; tu no caes en la cuenta, pero esos acordes conocen como nadie los recodos donde tu alma se queda a meditar por las noches a sabiendas que por las noches tu alma medita entre las corcheas de tus recodos.

Amarguras es una ventana que se entreabre justo en el último aliento, tiñendo de esperanzas las paredes de los miedos.

Amarguras es la mecida perfecta, el racheo perfecto, la voz de mando perfecta; no va a ser perfecta, si se concibió para la más perfecta de las dulzuras.

Amarguras es el pozo donde el tiempo se enjuaga las manecillas de su propia condena, de sus propios granos de arena, de sus propias ambiciones.

Silencio, que suena Amarguras...

La vida hecha marcha de Semana Santa entre las calles de una candelería que lleva un año masticando pabilos de otros tiempos.

La aceptación innegable que nuestro reino no es de esta tierra y que el cielo debe de ser un paraíso de escarchas.

La locura de una Madre que envuelve sus quebrantos en una pátina de rezos que San Juan por las tardes hilvana en torno a una palma de mutismos y miradas resignadas.

Silencio, que suena Amarguras...

No hay marcha que callejee por mis huesos como que la que Font de Anta garabateó sobre una estraza de muerte.

No hay melodía que me desate las manos como la que suena tras un palio de penumbras y azules barrera.

No hay susurro que me estremezca más que ese reguero de lamentos desatados sobre un pentagrama de lunas desgastadas.

Silencio, que suena Amarguras…

y cuando esa marcha suena, el silencio toma la palabra.

Fotos: Alberto García Acevedo y Fco Javier Montiel










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