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Homilia de Monseñor Gómez Sierra en la Solemnidad de la Asunción, Virgen de los Reyes


Arte Sacro. Reproducimos la homilia pronunciada por Santiago Gómez Sierra, obispo auxiliar de Sevilla, en la santa misa pontifical del 15 de agosto, tras la procesión de la Virgen de los Reyes.

"Mi saludo fraterno para todos, a los sacerdotes, diáconos y fieles

Saludo en particular al Señor Alcalde de Sevilla y a las demás autoridades

Para todos, el saludo de nuestro Arzobispo D. Juan José. En su nombre os transmito su felicitación en esta fiesta de la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla y de la Archidiócesis. Él me ha encargado: diles que encomiendo a todos para que vivan gozosa y comprometidamente su vocación cristiana y no decaiga en Sevilla el amor a su patrona.

En esta Eucaristía damos gracias a Dios por la mejoría que está experimentando y pedimos su completa recuperación, de modo que pronto nuestro Pastor esté de nuevo entre nosotros.

  1. “Se abrieron las puertas del templo celeste de Dios, (…) apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap. 11, 19ª.12.1)

Si “en la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial (…) hacia la cual nos dirigimos como peregrinos” (S.C. 8), pueden ser estas palabras del Apocalipsis una clave para entender nuestra celebración de hoy: estamos protagonizando un encuentro de honda devoción silenciosa con María, precedido para muchos por una noche santa de peregrinación desde los pueblos del Alcor y el Aljarafe, buscando el rostro de nuestra Patrona, la Virgen de los Reyes. Familias que han hecho el equipaje desde los lugares de descanso para no faltar a esta cita con la Virgen en las primeras luces del día. Católicos de pueblos y barrios, del centro y de la periferia de nuestra ciudad, congregados como familia en torno a la Madre en el corazón de la Iglesia, que representa esta Catedral.

“Señora, ¿cuál es el estandarte de la hermandad de la Virgen? Y ella respondió: “No, “miarma”, la Virgen no tiene hermandad, la Virgen es de todos” (Francis Segura: La Virgen es de todos, Diario de Sevilla, 14-8-2019).

¡Sí la Virgen es de Todos! Nosotros la vivimos así. Es el modo de encarnar en Sevilla

  1. 2.   El acontecimiento salvífico que origina nuestra alegría y nuestra fiesta

La Iglesia canta con el Salmo con el que hemos acogido la Palabra de Dios a María, asociada a toda la vida de Jesús, también unida a su Hijo en su glorificación: “De pie a tu derecha está la reina (…) Prendado está el rey de tu belleza; póstrate ante él, que él es tu Señor” (Sal 44, 12 a).

Y San Pablo nos ha dicho: “Hermanos: Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto. (…) así en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo, en su venida” (1 Cor 15, 20.22-23). Nadie ha sido de Cristo como su Madre, por eso la Iglesia ha entendido que Ella ya está asociada a la gloria del Hijo.

La tradición ininterrumpida de la Iglesia da testimonio de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al cielo. Hay un hecho singular que corrobora esta verdad: nunca fue venerada en la antigüedad una verdadera reliquia del cuerpo de María. Hecho más revelador si se compara con el interés de los cristianos por las reliquias de los Apóstoles, pensad en Pedro o Pablo y así de cada uno de los Apóstoles y de tantos santos. Esto nunca ha ocurrido con el cuerpo de María, porque no está aquí.

La creencia universal de este acontecimiento fue confirmada por el papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950, cuando definió el dogma de la Asunción en estos términos: “Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (D. 2333). Novedad en la certeza, no en la fe de la Iglesia, porque desde el siglo VI conocemos testimonios de la liturgia que celebraba el tránsito o dormitio y la assumptio Mariae (“asunta”, es decir, aferrada, tomada por una fuerza divina).

Si a María el pecado de Adán y Eva se le evitó, entonces el castigo del pecado, “polvo eres y en polvo te convertirás”, no es el destino de Aquella que no ha participado en la desobediencia inicial, tan tenazmente renovada por cada hombre. Su cuerpo no podía disolverse en la corrupción del sepulcro.

Además, ninguna carne humana ha tenido una unión tan real, íntima y plena con la carne de Cristo como la de María. Jesús es, con las palabras de Isabel, “el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42). Es por la fuerza de esta intensidad de incorporación con Aquel que es “la resurrección y la vida” por lo que el cuerpo de la Madre ha entrado inmediatamente en la gloria eterna, precediendo al de cualquier otra criatura humana, participando ya de la condición gloriosa de su Hijo resucitado. Esta es la luz de la fe que llena este día de fiesta. Pero sabemos que

  1. 3.   “No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.” (Mt 5, 14b-15)

La fe verdadera ilumina la vida real, la historia concreta en su acontecer cotidiano. No es para encapsularla en experiencias íntimas de emoción, llenas de nostalgias y recuerdos. ¿Qué puede significar para cada uno de nosotros, para la Iglesia, para la humanidad la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma a los cielos?

Responde el Prefacio propio de esta solemnidad: “Porque hoy ha sido elevada a los cielos/ la Virgen, Madre de Dios; ella es figura y primicia de la Iglesia,/ que un día será glorificada;/ ella es ejemplo de esperanza segura/ y consuelo del pueblo peregrino.”

Cuando rezamos el Credo decimos: “Creo en la resurrección de la carne”. Creemos que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos y vive para siempre, a cuya gloria ya ha sido asociada en su asunción la Virgen María, esperamos también que Él nos resucitará a nosotros al final de los tiempos. La “resurrección de la carne” significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros “cuerpos mortales” volverán a tener vida. (CEC 990).

Esperando ese día, el cuerpo y el alma del creyente participan ya de la dignidad de ser “en Cristo”; donde se basa la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el ajeno, particularmente cuando sufre (CEC 1004). Hay un modo cristiano de comprender el cuerpo, nuestro cuerpo y el de los demás.

Así el cristiano comprende el amor conyugal de los esposos, el cual comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona, cuerpo y espíritu (CEC 1643)

Una consideración particular del cuerpo se manifiesta también en el modo de celebrar los cristianos el domingo y las demás fiestas de precepto, cuando somos invitados a unir a la obligación de participar en la Misa el disfrute del debido descanso de la mente y del cuerpo. (CIC 1247)

A la luz del cuerpo glorificado de María y en la espera de la resurrección de la carne, para el cristiano nace un respeto al cuerpo que se opone a una concepción neopagana –por moderna que sea- que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Una concepción del cuerpo que puede conducir a la perversión de las relaciones humanas. (CEC 2289) A veces, ¡cuántas horas de gimnasio para el cuerpo y qué pocas para alimentar el alma!

También unido a las virtudes cristianas siempre ha estado el pudor. Existe un pudor de los sentimientos como también un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza los exhibicionismos del cuerpo humano. (CEC 2523). El pudor preserva la intimidad de la persona (CEC 2521), protege el misterio de la persona y de su amor. (CEC 2522).

Pero hay violencias mayores contra el cuerpo en nuestra cultura. La ideología de género, que afirma que no existen sexos, la diferencia hombre-mujer es sólo cuestión de roles, orientaciones sexuales mudantes, que se pueden cambiar en la vida todas las veces que se quieran. Ideología llevada a nuestra legislación. Citando a Benedicto XVI, el Papa Francisco dice que existe una “ecología del hombre” porque “también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su feminidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente.(…) Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda “cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma.” (Laudato Si´, 155). Cuestión que plantea desafíos urgentes para ser afrontados por las familias, en la educación de los hijos, en la defensa de la libertad de los ciudadanos.

También nos sitúan ante la realidad concreta de los graves pecados contemporáneos contra la dignidad humana, sufridos en el cuerpo de tantos hombres y mujeres, de nuevo, las palabras del santo padre Francisco, denunciando la trata de las personas (A los participantes en la jornada mundial de reflexión y oración contra la trata de personas, 12 de febrero de 2018). Tema que toca de cerca nuestras conciencias, es escabroso, avergüenza, no se quiere hablar de ello porque el final de la «cadena de consumo», los usuarios de los «servicios» que son ofrecidos en la calle o en internet, pueden estar cerca. Es una verdadera forma de esclavitud, lamentablemente cada vez más difundida, que atañe a cada país, incluso a los más desarrollados, y que afecta a las personas más vulnerables de la sociedad: las mujeres y las muchachas, los niños y las niñas, los discapacitados, los más pobres, los que provienen de situaciones de disgregación familiar y social. De estas personas, víctimas de la trata, de sus esfuerzos para superar su drama y reconstruir su vida, muchos jóvenes emigrantes que vienen ilusionados con falsas promesas, engañados, que terminan esclavizados, prostituidos, nos podrían hablar de forma bien concreta y cercana nuestras hermanas Adoratrices, que junto a bastantes otros cristianos comprometidos en este campo, los conocen y acompañan.

La fe fundamenta y fortalece una manera de vivir que nos da libertad para resistir a las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes (CEC 2523), para afrontar todas las dimensiones de nuestra existencia desde la verdad de lo que somos.

La fiesta de la Asunción, la glorificación de la Virgen María, toda entera, cuerpo y alma junto a su Hijo, nos posibilita ver según Dios. Nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina.

La solemnidad de la Asunción nos deja con el corazón alegre, abierto a la esperanza. Esta nos da nuevas fuerzas para vivir cada día con dignidad, nos permite mirar más allá de las miserias personales y sociales, incluso nos abre horizontes más allá de la muerte, porque somos peregrinos del cielo, y allí toda entera, cuerpo y alma, está nuestra Madre.

Virgen de los Reyes, causa de nuestra alegría y de nuestra esperanza, intercede por nosotros."

Fotos: Miguel Ángel Osuna y Francisco Santiago.










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