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Joaquín Sáenz y el Crucificado de la Buena Muerte


José Fernando Gabardón de la Banda. Situada entre la Magdalena y la plaza del Duque, la calle San Eloy sigue siendo uno de esos lugares de paso que se te llevan al pasado, a escenas imborrables en la memoria de una ciudad como Sevilla, en la que el presente eterno pervive entre sus gentes. Desde la estación de Plaza de Armas hasta la Campana se convierte en una vía cotidiana de transitar de gentes, que procedente de los pueblos de alrededor se introducen en el corazón de la ciudad. Calle peatonal, hay días que diríamos en términos coloquiales, «no cabe un alfilé». Olor a churros, a cafeterías, a conversaciones en voz alta, sentados en amplias mesas familias enteras que conversan, que van a pasar el día, en una excursión de compras, de paseos, de admirar la ciudad en sí misma. No es lugar para la tristeza, es espacio para la esperanza, para la alegría que provoca su propio paseo al descubrir la ciudad. El antiguo convento de San Antón Abad formaba parte de la calle, pero las irrupciones revolucionarias liberales desmantelaron el edificio, e incluso un gran número de palacios nobiliarios decadentes ya en el siglo XIX empezaron a decaer, hasta que serían borradas por la piqueta a principios del siglo XX. Algunos quedaron, como testigos de excepción, como fue el antiguo edificio que albergó la famosa imprenta San Eloy, y con él un genio olvidado de Sevilla, Joaquín Sáenz. Una empresa familiar que había nacido con su padre, y que con los años fue más allá de un simple gabinete técnico, por el contrario, sin duda alguna un verdadero laboratorio de ideas, donde muchos días pasaban geniales artistas en la que admiraban las litografías, dibujos y obras que se realizaban a lo largo de estos años, en la que las corrientes contemporáneas habían quedado truncadas. Quizás se revivía en ella la vivacidad de aquel taller de Juan Cronemberg de la calle Pajaritos en los albores del Renacimiento en el siglo XVI.

No podemos negar la identidad sevillana del artista, ya que nació en un lugar de ensueños, la calle Alemanes, frente a la Puerta del Perdón de la Catedral, el 29 de diciembre de 1931, en los difíciles momentos iniciales de la II República. Su formación lo realizaría con su padre en la propia imprenta, que se convirtió en su verdadera escuela, como muchos litógrafos de la época, que el como el propio artista lo calificaría como un paisaje entrañable en cuyos patios, pasillos, cristaleras, toldos, maquinas, alienta como la poesía sencilla del trabajo diario, la mayor parte de mi vida transcurrida. Pero Joaquín no fue nunca un simple oficiante, fue desde un principio un artista, que lo supo captar desde un primer momento algunas de las personalidades que iban por allí como fue el caso de José María Moreno Galván, probablemente el mejor crítico de arte de la época, nacido en la Puebla de Cazalla, que con los años sería procesado por haber organizado un homenaje a Picasso o el pintor Fernando Zobel, maestro de la pintura abstracta, que en aquella época tenía su estudio en Sevilla. Su amor al aprendizaje artístico le llevaría a asistir a las clases de Miguel Pérez Aguilera (1915-2004), discípulo a su vez de Vázquez Díaz, que aparte de ser un genial creador fue un magnífico docente, en la que se formaron algunos de los creadores sevillanos renovadores de la pintura contemporánea. No cabe duda que muy pronto comenzó a gestarse una verdadera vocación artística, que con el tiempo le llevaría a convertirse en un maravilloso paisajista de escenas naturales como las evocadoras playas de Conil o de los propios interiores domésticos, como los que se han recogido recientemente en la magnífica exposición que se celebró en la Casa de la Provincia de Sevilla, con el título Joaquín Sáenz: las buenas compañías. Obras de la colección privada del pintor, 1967, en la que se mostró una amplia parte de su producción entre los años 80 y 90, cuyos comisarios fueron Francisco L. González-Camaño y José Luis Mauri.

Calificar a la pintura de Joaquín Saenz como intimista, dejaría una lectura muy superficial del ámbito de sus composiciones, ya que sin duda alguna es uno de los pintores en la que la emoción de sus interiores lo convierte en un verdadero artista. Y es que no es solamente un evocador de conciencia, es un magnifico recreador de parcelas de la existencia, de mundos vividos, que van desde la exquisitez dada a los objetos cotidianos, que retoma sus vivencias del imaginario mundo de la imprenta, su concepción luminista de los paisajes costeros, convirtiendo a las playas en un mundo de ensueños, de horizontes ilimitados, de evocaciones líricas, que lo convertiría en uno de los mejores realizadores de la pintura sevillana de finales del siglo XX, que va más allá de una simple recreación de tintes impresionistas, con concepción al realismo. Su paleta diluida de colores intensos, su visión de esa luz medida, en la que delimita el concepto del tiempo indefinido. Es uno de los pintores en la que la figuración deja de ser clásica, aunque nunca desaparece.

Es posible que fuese el mundo del cartel el que lo llevase a ser valorado como un genial artista, en la que ya había tenido sus primeros pasos en su oficio en la que la técnica de la litografía quedaría impregnada en su obra. Es posible que su primer cartel fuera el que realizó en 1978 para la Peña Flamenca de Palma del Río, ofreciéndose él mismo a realizarlo ya que en este momento no habían encontrado ningún artista. Y así, probablemente con el éxito alcanzado en este cartel, realizaría el de la Bienal de Flamenco de 1980, y ya posteriormente en 1998. El mundo de la Semana Santa no fue ajeno a su obra, como lo prueba una genial producción, no muy amplia, pero si excelente que dejaría unos tintes de renovación excepcionales. Ya en algunas de sus composiciones empezarían a resaltarse almanaques de fotografías de imágenes, como la conocida estampa de la Macarena, en la obra titulada Frontal con reloj de 1986, en la que, insertada en un amplio grupo de objetos caseros, en un precioso ambiente del interior del taller, resaltando el retrato de la Virgen, de un realismo excepcional, un escenario habitual en los interiores de los talleres y fabricas sevillanos. En 1982 dejó una obra excepcional en el mundo de la cartelería, el cartel del Tercer Centenario de la imagen del Cristo de la Expiración (El Cachorro), resuelto como aquellos cuadernos de apuntes que utilizara Leonardo da Vinci o el propio Rembrandt, en la que no solo aparecía en un precioso dibujo la portentosa imagen de Ruíz Gijón, sino que a su vez esbozados apuntes del Crucificado, con escenas de la cabeza, pies, incluso el paño de pureza, dejando a su vez anotaciones, a modo de apuntes del creador. Un excepcional resultado que volvería a resolver con la composición dedicada al Cristo del Calvario, con motivo del I Centenario del traslado de la Hermandad de la iglesia de San Ildefonso a la Magdalena. Quizás los dibujos preparatorios sean uno de las mejores reproducciones de un pintor contemporáneo de una imagen barroca, y su resultado, la definición del cartel, deja impregnado la identidad del Crucificado de Francisco de Ocampo, con la cabeza caída sobre el pecho, la disposición de sus brazos abiertos y el poderoso paño de pureza. Conocedor del dibujo sevillano del siglo XVII, como los crucificados de Pacheco, impregna como es propio de su estilo una impronta intimista. Ya en el año 1990 realizaría el dedicado al veinte cinco aniversario de la basílica del Gran Poder, otra de sus grandes obras.

Sería en el año 1992, cuando Joaquín llegaría a la cumbre en el arte de la cartelería, en uno de los momentos finales de su creación, interrumpida por la incipiente ceguera que le anularía en los años venideros. Y es que, en este año tan mágico para Sevilla, el año de la Exposición Universal, Joaquín Sáenz nos dejaría no solo una de sus mejores creaciones, sino probablemente uno de las mejores creaciones de la cartelería de la Semana Santa. Quedaría reflejado una excepcional escena, el Cristo de los Estudiantes, resuelta de manera portentosa, emergiendo sobre la ciudad de Sevilla, resaltando de la misma la Catedral, colocado a los pies del madero, como símbolo de la redención. No era la primera vez que se realizaba esta composición ya que el ceramista Antonio Kiernam con motivo de las bodas de plata de Hermandad, realizaría una maravillosa composición que hoy todavía podemos contemplar en la iglesia de la Anunciación de Sevilla. En esta ocasión, inspirada en estampas flamencas, dejaría en un primer plano a la excepcional imagen del Cristo de Juan de Mesa, dejando en el horizonte final la recreación de la ciudad. El azulado cielo del fondo con las combinaciones de las tonalidades marrones y amarillentas le daban un toque luminoso, concibiéndose como uno de los mejores retablos ceramistas de la ciudad. En el caso de Sáenz, a modo de una litografía, el Cristo de Mesa, responde a una concepción del dibujo excepcional, con un toque intimista que envuelve todo el ambiente. Un apunte más, que no debemos dejar atrás, fue la reproducción que realizaría Joaquín Castilla del propio Cristo en los dibujos esbozados del propio paso que estaba diseñando. Cabe mencionar que el Cristo de la Buena Muerte ha vuelto a reproducirse en la obra de un excepcional pintor, Daniel Bilbao, que lo realizaría en un 1998, cuando era ya se había convertido en un joven pintor, con una incipiente carrera artística, con el cartel del Pregón Universitario, en la que aparecía la cabeza de Cristo sobre la sede de la Universidad de Sevilla, la antigua fábrica de Tabacos, y ya en el presente año en la conmemoración del IV Centenario de la imagen del Cristo, dos excepcionales obras.

Desgraciadamente el 20 de julio de 2017 moriría Joaquín Sáenz, viviendo unos momentos críticos en los últimos años de su vida, aunque en 1999 todavía pudo realizar el de la Coronación de la Virgen de la Estrella. Dejaba atrás una excepcional obra, una manera muy distinta de hacer arte, sin poder ser calificado en cierta forma en ninguna escuela concreta. Un maestro en todo el sentido de la palabra.

 

 

 

A mi amigo Santiago, hermano de los Estudiantes, que será padre muy pronto de tres niños

José Fernando Gabardon de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 

Foto azulejo:  Roman Calvo Jambrina










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