Arte Sacro
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Aquellos niños del cielo


José Fernando Gabardón de la Banda. Aquellos niños del cielo. No sé si lo pintaron García Ramos, Gonzalo Bilbao o Alfonso Grosso. No sé si lo plasmaron en aquellos lienzos aquellos genios del costumbrismo, los que nos dejaron huellas de aquella Sevilla de colores, luces y armonías compositivas que se diluyó en la senda de los tiempos. No sé si fueron concebidos en un taller o al aire libre, si fueron recreados en la mente del pintor, o simples copias de grabados o dibujos que otros artistas prepararon. Aquellos niños del cielo. Aquellos niños que despliegan olores primaverales, los que recorren las calles en los días de cuaresma, concibiendo un paraíso que ni el propio Miguel Angel hubiera concebido. Aquellos escoltas de Dios, que no forman parte de un ejército, ni de una tropa de milicias, solo soldados de paz, llenos de fe y alegría. Aquellos niños perfectamente peinados, con raya fija en medio, como aquellos angelitos de la escuela sevillana, niños montañesinos, algunos roldanescos, otros querubines, los que pintaba Murillo alrededor de las Inmaculadas. Aquellos niños perfectamente tallados, en una educación encarnada en el seno de una familia que le impregnaron la tradición de acompañar a sus titulares en la estación de penitencia, generación tras generación en la que se pierde su propia procedencia. Aquellos niños de mirada introvertida, ajeno al exterior, imbuidos en el cortejo, esencia de buen hacer, visiones de un tiempo pasado, que vuelve a renacer. Aquellos niños sacados de un pincel, que no le han estropeado la vida, con sus líneas quebradas, en las curvas que acometen el devenir del tiempo, sin que hayan descubierto los obstáculos del camino que trazamos en la vida. Aquellos niños que un día alcanzaran su plenitud, y harán que sus propios hijos le sigan, acompañando a Jesús en el camino del Calvario. Aquellos niños que un día mirarán hacia atrás, habrán perdido la inocencia, y se darán cuenta que habrán ya recorrido una parte de su vida, la estación de penitencia del día a día. Aquellos niños monaguillos que reparten caramelos para cualquier paladar exquisito, sin pedir nada a cambio. No sé si lo pintaron, solo sé que miran a Dios. No están enmarcados en un lienzo, ni en un caballete, no son de materia pura, son esencia de la creación divina. Aquellos niños del cielo.

Aquellos niños del cielo que acompañan todos los años de la Costanilla a la Alfalfa, para entrarse en Sevilla. Aquellos niños del cielo que escoltan a Cristo caído en el alto monte de claveles rojos, acompañando al Cirineo, ayudando a coger el peso de la Cruz. Aquellos niños del cielo que van aprendiendo a querer a esa Hermandad señera que se ubica en la parte más antigua de la ciudad, donde habitaron romanos, musulmanes y cristianos. Aquellos niños del cielo a la vuelta ya cansados, le observen la gente a su paso, sin que nadie les enturbie, tiene a Cristo a su lado. Aquellos niños del cielo que algún día vestirán la túnica negra de nazareno de su cofradía, la que hoy viste su padre, y vistió su propio abuelo. Aquellos niños del cielo que escribieron la historia de tres generaciones, tres épocas históricas en la que sintetizan tres momentos en el amor a Cristo. Aquellos niños del cielo que simbolizan la esencia de lo que es relato de la historia de una ciudad cuyas raíces llegan hasta sus propios orígenes. No cabe más ilusión que ese día en que te prepara para acompañar a aquella excepcional que un día descubriste en boca de tus ancestros que orgulloso te contaron la historia de tu hermandad. No cabe más ilusión el día que te regalaron aquella foto de aquella imagen que guardaste como un tesoro, sin que nadie te reclamara nada a cambio. No cabe más ilusión el día que te contaron que tu padre te hicieron hermano el día que tu naciste, para que conservara su recuerdo a lo largo de tu existencia. No cabe más ilusión el día que supiste que iba a ser un niño del cielo, iba a ser monaguillo, del escolta de aquel Cristo que te había acompañado desde tus primeros días de vida. No cabe más ilusión cuando tu madre te acompañó, orgulloso de su hijo, completando la tradición que se había ido dando generación tras generación. Aquellos niños del cielo, Gonzalo e Ignacio, un día ya lejano salieron de monaguillos, recogiendo el señuelo que sus padres habían dejado cuando fueron niños. Aquellos niños del cielo, los de la Costanilla, Los de San Isidoro, los que un día llevarán a sus propios hijos como ya hicieron sus padres para alabar a Cristo. Aquellos niños del cielo.    

A mi tío Antonio de la Banda, hermano de la Hermandad de San Isidoro.

A mi primo José Faustino de la Banda Mesa, hermano de la Hermandad de San Isidoro

A mis sobrinos Gonzalo e Ignacio De la Banda, hermanos de la Hermandad de San Isidoro.

Todos fueron ángeles del cielo, monaguillos del Cristo de las Tres Caídas.

José Fernando Gabardon de la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 










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