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Y la historia se hizo arte en la obra de Fernando Vaquero


José Fernando Gabardón de la Banda. A lo largo de su evolución el ser humano ha sentido necesidad de contar su pasado, de recrearlo e incluso interpretarlo, fundamentado en una conciencia primordial de buscar su propio origen, de perfilar sus propias raíces, al sentirse solo ante la amplia dimensión espacial que le rodea, cuestionándose a veces su propio destino. No es casual que en los primeros escritos humanos se narrara la génesis de las sociedades en aquellos poemas sumerios de Gilgamesh e incluso en la propia Biblia. La necesidad de conocer el pasado esta inherente a nuestra propia alma, juega un punto vital en la manera de comprendernos, de interpretarnos, es la propia conciencia de la vida.

La recreación del pasado se convertiría en una proyección de lo humano, que lo aleja de todos los demás seres del mundo natural, una constante en todas las sociedades, recogiendo todos aquellos episodios de un pretérito que en principio desapareció, pero que se guardan en una memoria, una fosa inalterable, una cavidad que como buen espeleólogo rescata del interior de su conciencia. El pasado se hace presente, lo sumergido vuelve a resplandecer, lo que concebimos perdidos vuelve a surgir a la luz, lo que parecía en la cavidad de los tiempos, lo que nunca creemos que ocurrió, de pronto vuelve a ser frescura del día, la fragancia de ese instante que un día fue y vuelve a interrumpir en nuestras vidas.

Lo pasado no es dejar atrás, es experiencia vivida que permanece en nuestro interior, en lo más profundo de nuestro ser, y qué en un instante, como aquella fotografía de recuerdos reluce, y se incluye otra vez en nuestro momento. El pasado en sí no es recuperable, es inservible, sería un simple relato sucesivos sin fin, no arrogaría ningún tipo de luz en nuestro presente. Es el pasado seleccionado, el de aquellos hechos que nos marcaron para siempre, aunque fueran olvidado en algunos instantes de nuestra existencia. Son esos recuerdos que no solo lo muestra expresiones mentales, sino emociones evocadoras que salen de nuestra propia conciencia y que sin saberlo lo llevamos marcados en nuestro interior.

Una sucesión de personajes que no pasaron indiferentes, que definieron nuestras vidas, familiares, aquellos amores frustrados, amigos, momentos concretos, cúmulos de recuerdos, delimitan nuestro propio ser, nos lo esculpe en nuestro itinerario por la propia línea del tiempo, el camino personal que vivimos sin medidas consciente. Y es que sin el pasado seleccionado no comprendemos nuestro presente, ya que forma parte de la propia materia prima de nuestras vidas. Las sociedades buscan de la misma manera su pasado, su origen, seleccionan sus propios hechos, lo interpreta e intenta delimitar como narrador los caminos trazados por el relojero del tiempo.

El tiempo pretérito se va descubriendo, dejando en muchos casos imágenes representativas, desde que aquellos hombres de Altamira recrearan sus sociedades de cazadores, quizás el primer documento gráfico de la historia. Quizás con este empeño, en una época como fue el siglo XIX, que intentaron los estados recrear su pasado, los artistas se pusieron a recrear en imágenes las escenas históricas más significativas, con mayor o menor precisión.

Quizás estos artistas despertaron en la conciencia colectiva el propio pasado de su sociedad, con alguna que otra pretensión política, naciendo lo que conocemos como cuadro de historia. Un género propio del siglo XIX y principio del XX, que se pondría de moda en los círculos académicos, pero que de la misma manera serian denostado posteriormente. Quizás un género que haya vuelto a resucitar en los pinceles de Fernando Vaquero, un artista que ha sabido convertir la historia en un arte.

Y es sin duda alguna un artista comprometido con ese pasado, que lo convierte en uno de los mejores narradores ilustrativos de comienzo del siglo XXI. En la obra de Fernando Vaquero, el pasado no es solo un recuerdo, una escena guardada en un baúl lleno de telarañas, sino que lo convierte en una imagen viva, llena de esa frescura que va más allá de una simple recreación.

Un artista que se convierten en el propio arqueólogo de la conciencia de una sociedad, que busca en si misma su propia identidad en un pasado que quizás no supo entender en su momento. Su pintura es reflejo de su inquietud por la narración del pretérito con una precisión recreadora que sus composiciones actuales se convierten en verdaderos poemas homéricos, aquellas elegías que convirtió el pasado en un arte.

Y es que cualquiera de sus composiciones históricas va más allá de una simple recreación, emula un sentido emocional de conciencia pretérita, de juego de emociones, que lo convierte en un verdadero moldeador de un pasado sin pretensiones ideológicas como en muchas ocasiones tuvo que aceptar el historiador en la sociedad. Vaquero rompe el canon narrativo preestablecido por convencionalismos academicistas, levanta su mente ante el hecho, le dota de narración, dejando en el aire interrogantes de respuestas que se queden en las manos del espectador.

Y es que, en sus escenas, no salen del mundo de lo teatral, como en muchos momentos bebieron los pintores de la historia del entorno local, más allá de ser figurantes de salón, al mostrarle sus verdaderos lados humanos. No cabe más sensibilidad que convertirse un poeta del pasado, cuya métrica perfilada lo concibe en sus preciosas pinceladas de colores, en su tratamiento de la luz, y su exquisita concepción narrativa del propio hecho.

En la misma función que Alejandro Dumas o Walter Scott que enseñó a su propia sociedad aquellas escenas del pasado que gustan recrearse, no como moldes de un monumento de exaltación de algún personaje que quedó en el recuerdo, sino con una recreación de modernidad, lejos de anacronismos interpretativos, en la línea de aquellas imágenes que el comic de finales del siglo XX nos dejaría en la obra de Hernando Palacios. La historia se narra, se vive, fluye como un relato animado de sucesiones de acontecimientos, en la que se dan cita en cualquiera de sus creaciones.

Su vocación artística quizás viene de ser sobrino del gran artista de la pintura religiosa de finales del siglo XX, Francisco Maireles, maestro de maestros, y quizás por haber nacido en una ciudad milenaria, en la que los ensueños de la historia se respiran en cada una de sus calles, Carmona. Quizás de la mano de Antonio Huguet Pretel concebiría el arte del dibujo en sus clases, en el colegio Alfonso X El Sabio, donde cursó Bachillerato, después de su estancia en el colegio Tabladilla, donde estudió la EGB. En la encrucijada de la vida, de este final de la adolescencia, en la que se culmina el Bachillerato, escogió el camino de la música, cursando en el Conservatorio de Música de Sevilla, llegando a ser profesor de piano, llegando a conseguir el Premio Extraordinario de Música y Máster Yamaha Piano Technitian en Japón.

Como esos relatos de la historia, en la que no existen una sola línea recta, volvería a dedicarse al mundo de la pintura, siendo el joven pintor Rubén Belloso (1986), que le formaría en la técnica al pastel, y y probablemente en la manera de captar el mundo de la naturaleza, siendo la vía del hiperreralismo el que comenzaría a impactar en la concepción artística del artista. Pero sin duda fue la vinculación artística con Antonio Barahona (1984) la que le impregnó definitivamente, en la que ahondó en las técnicas de color, dibujo, procedimientos pictóricos y encaje y composición.

Y llegaría uno de los momentos de su carrera inicial, de la mano del propio Barahona, recibir algunas clases del genio de Antonio López, probablemente el mejor retratista figurativo del siglo, en el museo Casa Ibáñez en Almería en el año 2013. No cabe duda que la concepción hiperrealista de la obra de Antonio López dejaría impregnado en la trayectoria de su obra. Sería la Galería Roja, donde podemos decir que se fraguó definitivamente su carrera, una academia de arte situado en el lugar vanguardista por excelencia de nuestra ciudad, la Alameda, nacida de la mano de la fotógrafa Lola Zehinos y el historiador Rodríguez comenzaría su andadura desde 2012, un lugar en la que expondrían artistas emergentes, en donde se impartían clases de fotografía, pintura e ilustración.

En este ámbito vanguardista, Fernando Vaquero concibió el hiperreralismo como su lenguaje estético propio, en la que recibió un amplio número de cursos impartido por una serie de artistas entre los que se encontraba Javito Ruíz, Eloy Morales, excepcional retratista hiperrealista, Eduardo Naranjo, Omar Ortiz. Quique Meana, y Golucho, un genio del retrato cuyas figuras humanas no dejan indiferente. Al mismo tiempo, recibió en la Galería Roja una buena formación en dibujo, una vez más con el joven artista Antonio Barahona (1984), que le introduce en el di pintura al óleo, al que posteriormente siguió impartiéndosela a nivel particular, cuando Barahona abandona el centro de enseñanza. Y en las propias notas biográficas de cualquier persona, allí en esta Galería conocería al amor de su vida, Irene Dorado, que había entrado como profesora sustituyendo a Antonio Barahona, con quien se casaría unos años después. Y sería en la Galería Roja donde Fernando Vaquero vendería sus primeros cuadros.

En el año 2013 realizaría uno de sus primeros carteles, el de la romería de Nuestra Señora de Gracia de Carmona, un cartel impregnado de sentimientos, ya que se convertía en un homenaje a sus ancestros, sus propios padres y su propia abuela María, que le habían impregnado sus du devoción por la Patrona de Carmona.  En esta obra ya perfilaba los indicios de excepcional arte, teñido de un aire clasista, recuerdos de los dibujos de Ingres, insertando la escena en la nave de la epístola, donde habitualmente se encuentra la Virgen de Gracia, resaltando la identidad arquitectónica de las naves gótica del templo medieval, para resaltar el rostro de la imagen, tratada de manera majestuosa, aparece al fondo, a modo celestial.

Un autorretrato a medio cuerpo realizado hacia el año 2014 concibe ya un pintor de concepción vanguardista, en la que a modo de Soutine, en la que se comenzaba a fraguar su excepcional visión de las pasiones de la personalidad, reflejo de un momento crítico que estaba viviendo en el plano personal. Sería en Carmona en el concurso que se presentaría en la exposición de José Arpa, donde mostraría definitivamente su genialidad arte del retrato, en la que un primer plano aparecería el rostro de Picasso, en cuyos iris se reflejaba su genial obra, el Guernica. No cabe duda que la enseñanza que había ido adquiriendo en su primer periodo de formación en torno a Barahona, sin ninguna duda a Antonio López quedarían reflejado en esta obra.

El estudio de la personalidad del artista malagueño quedaba plasmado en la plasmación de uno de sus ojos y la nariz, un rostro fragmentando, sin perder la figuración, pero siguiendo el modelo propiamente cubista, a la hora de concebir la geometrización en el retrato. Se trataba de un Picasso ya en su plenitud, verdadero homenaje del genio del siglo XX, y al mismo tiempo un paso más en la carrera del joven artista. Y es que el cuadro sería adquirido por un ex ministro de Margaret Tascher, Michael Portillo, quién casualmente visitaba Carmona, y que con los años siguió siendo encargándoles obras. Y en el propio año del 2014 conseguiría ya un gran reconocimiento, el premio de pintura del Colegio Oficial de Médicos de Sevilla por una composición dedicada a la iglesia de San Juan de la Palma.

Y por fin llegaría uno de los momentos más importante de su carrera, su incorporación al mundo sevillano con el cartel del Corpus Christi de Sevilla del 2016, después de ganar el concurso entre doce artistas presentados. Fernando Vaquero huira de la concepción tradicional eucarístico, al presentar el brazo de la imagen de San Fernando portando la esfera terráquea, con el amanecer de la ciudad de Sevilla al fondo. La propia esfera constituiría una excelente recreación de una concepción innovadora, de pinceladas sueltas que le daba. Su carrera como cartelista continuaría con el Cartel de la Semana Santa de Carmona, una obra que no dejaría indiferente a nadie, ya que tuvo una amplia repercusión.

En un escenario en la que resaltaba las propias raíces históricas de la ciudad de Carmona, al situarlo en una tumba romana, concretamente la de Servilia, perteneciente a su necrópolis milenaria, situaría el cadáver de Cristo, perteneciente en este caso al del Santo Entierro de Carmona, y un nazareno arrodillado, inclinándose en la que le muestra la mano, con la tradicional rosa de pasión, intercesión entre ambos brazos, quizás emulando el momento de la creación de la obra miguelangelesca. Incluso el artista llegaría a más, ya que imaginaba al propio Cristo muriendo en Carmona romana, muriendo cada Semana Santa.

La disposición escorzada del cuerpo muerto de Jesús es un verdadero homenaje a la composición de Mantegna, conservada en la Pinacoteca de Milán en 1490. La concepción de la luz que entra por el hueco de la cámara impregna de un aire de concepción mística a la escena, en recuerdo de la obra zurbaranesca, que tanta admiración despierta en la obra de Vaquero. Es muy curioso como utilizaría el hueco de la tumba en forma de O para formar la palabra Carmona. Se estaba perfilando ya el artista narrador de acontecimientos históricos en la que el pasado pervive en el presente, en la identidad hiperrealista que está dotada la composición. Una preciosa composición dedicada al paso de palio de la Hermandad de la Humildad, recreaba un sentido clásico de aquella Semana Santa que se fue perdiendo en muchas ciudades andaluzas, pero que subsistes en algunos instantes evocadores de Carmona.  

La recreación histórica siguió siendo el hilo conductor de sus siguientes creaciones como fue el caso del que realizara para la muestra dedicada al homenaje a Zurbarán, en la que reconstruía fehacientemente el refectorio del convento de la Merced, concebida en una amplia perspectiva, con un recorrido en sus paredes de los cuadros que el pintor extremeño pintara para la Cartuja de Santa María de la Cueva, y al fondo en la lejanía Zurbarán pintando su famosa obra que realizara para el Colegio de Santo Tomás, el de Santo Tomás con los cuatro padre de la Iglesia, mientras que en un primer plano, un monje cartujo de blanco, evocador de los protagonistas zurbaranescos, contempla la escena.

De la misma manera realizaría otra escena histórica excepcional, una obra de encargo, el homenaje que realizara al pintor flamenco Vermeer, en el mejor momento de un artista, en plena creación en su estudio, en la que el pintor flamenco en primer plano, recrea una de esas famosas doncellas envueltas por paños blancos, que tantas veces repetiría a lo largo de sus obras, y que el propio Fernando Vaquero la recrea en los cuadros colgados en las paredes del taller recreado. Y es que nuevamente el artista de Carmona pondría a relucir su gran conocimiento por el arte clásico, y sobre todo por la impronta que Vermeer deja en su obra, especialmente en el sentido compositivo que le envuelve.

Quizás la obra de Fernando Vaquero fuera una recreación de la obra de Vermer, el arte de la pintura, que pintara entre 1662 y 1665, conservada en el Kunsthistorishes de Viena, aunque en este caso la mujer mira al pintor, que sentado, de espalda al espectador la está recreando en un maravilloso retrato, juego de planos visuales, que Fernando Vaquero recrearía en su obra. No cabe duda que la obra dedicada al estudio de Sorolla en el año 2017, un nuevo encargo de Michael Portillo, vuelve a mostrarnos el amor que Fernando Vaquero pondría al rigor histórico de sus composiciones, en la que aparece Sorolla pintando a su esposa Clotilde, siendo los propios espectadores su propia esposa, un juego de dialogo propio de la pintura barroca. 

Sería la obra titulada el Expolio la que le convierte definitivamente en un verdadero artista de episodios históricos, un verdadero creador que se alejaba del genero tradicional del cuadro de la historia, en la que sintetizaba toda concepción narrativa que había mostrado en sus obras anteriores, al mismo tiempo que impregnaba a su obra de esa impregnación hiperrealista.  De un frescor narrativo, se insta uno de los episodios más trágicos de nuestra historia contemporánea, la sustracción de los cuadros de Murillo del Hospital de la Caridad por el Mariscal Soult.

 

Como el mismo autor señaló eligió la iglesia de San Jorge al ser probablemente la primera iglesia que fue expoliada por los franceses, una verdadera muestra del saqueo de la guerra por el bando vencedor. No cabe duda que el autor realizó un estudio exhaustivo del interior de la iglesia, hasta sus últimos perfiles, en la que se define con detalle todo el ritmo compositivo en la que está envuelto el momento en que algunos soldados franceses han descendido algunos de los cuadros, como son el regreso del hijo pródigo, los tres ángeles o la liberación de San Pedro, y en un lateral, la dedicada a Santa Isabel de Hungría.

En el coro, un grupo de soldados franceses vigilan las escenas, mientras que a pie de suelo, en el centro de la nave, se desplazan portando una escalera, dotándole de movimiento, mientras que en un lateral, a escala espacial del espectador tres personajes, a los pies del altar del Cristo de la Caridad lamentan el suceso, un sacerdote, un caballero y una mujer. Es de tal precisión la composición que utilizó modelos del natural como el caso del presbítero, que es el sacerdote Ignacio Sánchez Dalp; el caballero, que sería el artista Juan Miguel Martín Mena, y la mujer sollozante, su propia esposa Irene, incluso incluyéndose el propio autor como soldado francés. La obra sería expuesta en el Ayuntamiento en la exposición colectiva Reflejos de Murillo en 2018, abriéndole sin ninguna duda una amplia carrera artística en estos dos últimos años.

Con la misma línea, la narrativa histórica volvería a hacerse realidad, en su versión particular que realizaría en 2018 sobre una de las escenas más dura de la vida del genial escritor, Miguel de Unamuno, que Vaquero define como su última lectura, un hecho ocurrido el 12 de octubre de 1936, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca se tuvo que enfrentar a Millán Astray. Se trataba de un nuevo encargo de Miquel Portillo, ya que su propio padre había sido profesor de la Universidad y fue encargado de escribir el relato ocurrido como en las postrimerías de la Guerra Civil, quien Fernando Vaquero lo introduciría en el propio cuadro, en uno extremo del cuadro, en la que aparece al lado del cortinaje, mirando al espectador con la mano elevada, como señalando la escena histórica que estaba ocurriendo.

Una vez más, incorporo algún personaje real en la ambientación histórica como el pintor y arquitecto Javier Jiménez Sánchez-Dalp, e incluso el propio Vaquero como Millán Astray. La recreación escenográfica, como ya nos venía acostumbrando el pintor, es excepcional en la que aparece incluida el estandarte que el Príncipe Juan, heredero de las Coronas de Aragón y Castilla y Señor de Salamanca, regalaría a los estudiantes de la Universidad a finales del siglo XV, flanqueado por los dos tapices mitológicos. El propio Portillo publicó en 1941 en la revista británica Horizon el propio relato, recreando escrupulosamente este momento.

Un año después, el 2019, Fernando Vaquero acrecienta su carrera artística, pudiendo definirse esta etapa como el artista novel que alcanza su plenitud. Y es que Fernando Vaquero dio gala de un gran ilustrador en su excepcional composición, la Oración Azul, una obra encargada por la Hermandad de Montesión de Sevilla para la portada de su Boletín, una composición que se escucha ese silencio recogedor de la oración íntima de Cristo de Getsemaní, en la que el azul se convierte en un solo tono, no dejando un cansancio visual sino que por el contrario matiza la emoción de este excepcional instante, en la que la Cristo aparece en un primer plano, en terreno llano, con la arbolada al fondo, engrandeciendo aún más su figura. Lo azul que incrementa el frío y la soledad de la noche, al igual que lo había utilizado en el cartel de la Semana Santa de Marchena.

No era la primera vez que Fernando Vaquero había realizado ilustraciones de boletines, ya que había dejado constancia de su quehacer artístico en la composición que realizó para el Boletín de la Hermandad de la Paz, inspirado en una foto que sirvió de portada del antiguo disco de marchas procesionales de la Agrupación Santa María Magdalena del Arahal, en la que aparecía el paso del Señor de la Victoria en la Glorieta de Covadonga en el Parque de María Luisa. Una preciosa estampa en acuarela, con la recreación histórica del paso de Cristo con los faroles, y los nazarenos en primer plano.

Y por fin en el mismo año 2019, le sería encargado el cartel de la Semana Santa de Sevilla, en la que sintetiza en si misma todo el lenguaje estético que se había ido cuajando en su proceso creativo, al colocar al grupo de la Piedad con la imagen de San Juan, situado en un primer plano, con un fondo evocador, a modo del Gólgota el templete de la Cruz del Campo. El Cristo yacente era una excepcional visión de la imagen de Ortega Brú, quizás el escultor más hiperrealista de la Semana Santa de Sevilla, mostrando todo el candor de la muerte que respira en su figura, mostrando su excepcional anatomía, al que se confronta la dulzura de la mirada ascendente, la dolorosa de la Quinta Angustia, envuelta en un ropaje azul y blanco, en cuyos faldones se evoca la túnica blanca de la Hermandad de la Amargura, al que el pintor pertenece.

De ahí que, sin duda, el pintor incluyera como testigo de excepción la imagen del San Juan de la Hermandad de la Amargura. Iconográficamente es posible que recuerde la versión que realizó Murillo para los Capuchinos, a su vez inspirada en los modelos de Van Dyck. El simbolismo vuelve a estar inmerso en la inclusión de la propia inscripción que aparece a los pies del grupo en los términos “oh vosotros los que atravesáis el camino, mirad y ver si hay un dolor semejante al mío”, texto evocador de las lamentaciones de Jeremías.

En el cartel sevillano, Fernando Vaquero quiso recrear en cierta manera una escena histórica, que probablemente pudo ocurrir, como hiciera un año antes en el Cartel Oficial de la Romería de Valme, mostrando al rey Fernando III de rodilla ante la mesa de altar en la que sitúa a la imagen gótica, y especialmente en el cartel del Bicentenario de la hechura de la imagen de la Dolorosa de la Trinidad, realizada en el mismo año del 2019, en la que el autor deja plasmada el taller al fondo de Juan de Astorga, con un grupo de imágenes elaborada, y la propia Esperanza, en un primer plano, mostrando la dulzura atemperada de dolor de la mejor imagen realizada por el escultor.

Nuevamente en su obra la Venida del Rocío, del 2019, dejaría uno de sus frescos narrativos más excepcionales de su carrera. No debemos de olvidar que sería el comisario de la exposición dedicada a los cien años de la marcha Amargura, con el título Universo Amargura, celebrada en los meses de febrero y marzo de este mismo año, en el Ayuntamiento de Sevilla, en la que dio muestra en este mismo año de sus dotes museográficos, con una de las mejores muestras realizadas en los últimos tiempos.   

Su última gran creación ha sido el cartel de Primavera de Sevilla del 2020, una especial escena de la vida cotidiana en la que se respira aquel aire festivo propio de los pinceles de Sorolla, en la que una mujer vestida de gitana mira impactante al espectador, quizás una versión contemporánea de aquellos ojos de las mujeres de Romero de Torres, en las que nos deja entreabierto la intimidad de una casa, en esos niños recreándose en un pasito de Semana Santa, homenaje al aprendizaje cofrade de la infancia, y la niña sentada a la que están vistiendo de gitana, con la dulzura de una abuela que muestra a su nieta.

Quizás el verdadero protagonista no sea las personas, sea un patio sevillano, de esos que identifica el marco de una ciudad, y la propia luz que se dispersa por todo el recinto, que nos guía como un verdadero anfitrión en la que se desliza en las paredes y nos muestras desde el seise sobre el mueblecito de madera, como evocación al Corpus, el retablo callejero de la Amargura, recuerdo de aquel rincón emotivo de uno de los callejones del Barrio de Santa Cruz, y se va diluyendo al fondo en el propio cuadro del torero. Vaquero ha intentado moldear la realidad onírica de la vida de una mujer, las tres edades, aquella que ya los pintores renacentistas realizaron, o incluso el propio Klimt, pero llena de ese matiz andaluz, de esa sensualidad inmediata que envuelve al espectador.

El marco escenográfico esta realzado en un pequeño nivel, realzado por un escalón, en cuya base aparece ese poema marchadiano conocido mi infancia son recuerdos de mi infancia de Sevilla. No cabe duda que esa obra le hubiera gustado conocer el propio Luis Cernuda, que al igual que Machado, dejaría prestancia de su infancia, en este caso en su obra Ocnos. Una verdadera fiesta de sentimientos en un momento delicado de la vida social, pero con una intensidad de esperanza propio de la sociedad sevillana. Quizás la evocación dolorosa de la fiesta primaveral, la Semana Santa, recordando a Romero de Torres con ese tinte simbolista estaría en el cartel de Semana Santa de la ciudad de Córdoba del año 2020.

Aquel pintor enamorado de Ribera y Caravaggio, de la pintura hiperrealista, evocador del pasado, con un rigor narrativo fuera de lo normal convirtió a la historia en un arte.

A mi amigo Fernando Vaquero que me mostro los hechos históricos de otra manera.

José Fernando Gabardón de la Banda.

Fue escrito entre el 22 y 23 de abril de 2020. 










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