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Un cronista de las Fiestas de Sevilla, Vicente Flores Navarro. Los carteles y las ilustraciones gráficas de la Feria


José Fernando Gabardón De la Banda. Todas las ciudades cuentan con un cronista, un verdadero relator historia, de sus tradiciones, son verdaderos heraldos de su propia identidad. El cronista recoge todos los hechos que subyace en la conciencia de los pueblos, concibe su misión trascendental que es refrescar la memoria, de no quedar asumido al olvido aquellos momentos tan trascendentales que vivió una sociedad.

Algunos cronistas cuentan el propio origen incluso mitificándolo, como aquellos narradores del Olimpo clásico, como Homero o Virgilio, imitando la narración del propio origen del género humano, realizado por su anónimo narrador del Génesis, quien sabe si el propio demiurgo. El brote de la vida, los reencuentros de aquello que ocurrió en la lejanía, cuyos hechos van diluyéndose como aquellos castillos de arenas, es rescatado por el cronista de hechos, no todos los hechos, sino aquellos que rescata la propia esencia de un pueblo.

Los cronistas llegan a asumir su propio papel, incluso algunos se olvidan, y son recordados por otros, creando un periplo entrelazados que delimita su propia convicción del gran papel que hace a una sociedad que olvida muy pronto. Son las tradiciones las que a nivel local lo que hacen proliferar con mayor atención a la crónica, las que le perfilan su propia identidad, la que saben concebirlas como soporte de la propia cultura. De esta manera el cronista moldea sus propias experiencias, sus propias convicciones personales y lo entrelaza con su propio parámetro narrativo, y como una persona enamorada, lo exalta, lo elogia, es atrapado en su propia naturaleza.

No hay fiesta popular, romería, ferias, o la propia Semana Santa que no sea objeto de la atención de un cronista, convirtiéndose en un verdadero psicólogo social, que parpadea los eventos más identificativos de su propio pueblo. No es solo una pluma la que se concibe como instrumento narrador, sino que en muchas ocasiones, el pincel marca el camino, deja visualmente representado la esencia en un instante de las fiestas. El cronista entonces se concibe como un pintor, un dibujante, alguien que vuelca unos apuntes del natural en un lienzo, en una ilustración gráfica o en una simple constancia que nos ayude a precisar su propia concepción.

Y es cuando el cronista pintor, el narrador de escenas visuales, lo achacan en muchos casos en un sentido peyorativo como costumbrista, en una posición secundaria, olvidando el papel social que subyace en sus composiciones. Y es que a veces no denotan que en su propia obra se guarda la propia esencia de una ciudad, un tesoro escondido, las de sus propias tradiciones. Sería innumerables citar los cronistas visuales, pintores y dibujantes, que han ido pasando por una ciudad rica en tradiciones como Sevilla, que va desde la llegada de aquellos viajeros ingleses, que recorrerá un amplio camino durante los siglos XIX y XX, y llegará a nuestros días.

Quizás uno de esos cronistas visuales de la Sevilla del siglo XX fue Vicente Flores Navarro, que dejo un amplio catálogo de dibujos y pintura de la esencia de la ciudad inmortal del sur de Europa, en cuyo legado se encuentra dos carteles primaverales, los de los años 1950 y 1958. Gracias a su hijo, Vicente Flores Luque, otro gran cronista de la ciudad, se pudo rescatar la excepcional mirada de su padre en torno a la ciudad de Sevilla.

Y es que repasando sus magníficas ilustraciones gráficas a través de las páginas del ABC descubrimos a un verdadero genio visual de la esencia de su ciudad de Sevilla, a la que tanto amó a lo largo de su vida. No hay fiestas locales, acontecimiento futbolístico o faena taurina que no fuera recogido en sus crónicas, traducido en más de veinte mil dibujos, una actividad que iniciaría desde 1928 en el periódico la Unión, a las que continuaron el Correo de Andalucía, ABC de Sevilla, la Hoja del Lunes, o el periódico Sevilla, hasta 1986, año en que se retiró. Le tocó vivir una etapa de edad de plata de la ilustración gráfica, un momento de gloria en la que destaca figuras como Martínez de León.

En su propia persona se uniría su faceta de dibujante de viñetas y humorista gráfico, pintó cerámica y óleos de fiestas y tauromaquia. Sus raíces hay que buscarla en el barrio de Triana, en la calle Alfarería, nacido en 1911, y bautizado en la parroquia de Santa Ana, evocado por el propio Antonio Burgos unos años después: era más trianero que los hornos cerámicos de la calle Alfarería, que el sombreo de ala ancha de Carlos Astolfi, que las estanqueras de la calle San Jacinto, que la zanahoria aliñada del bar Las Golondrinas, que los barbos en adobos, que las avellanas verdes de la Velá, que el palo de la cucaña, que los pavías de Enrique. Vicente Flores era el alma de muchas cosas de Triana (ABC de Sevilla, 28 de abril de 2018).

Y es que este excepcional cronista, como buen cronista, fue siempre homenajeado por el propio pueblo, ya que participaba como uno más en todas sus efemérides. Los primeros pasos de su formación comenzarían en el Colegio Ave María, actual de Nuestra Señora del Rosario, en la calle Pagés del Corro, y con catorce años comienza a trabajar en un almacén de aceitunas de Camas, propiedad de Evaristo del Castillo y al mismo tiempo asistiría a las clases de la Escuela de Artes y Oficios, siendo su verdadero maestro Rico Cejudo y José María Labrador, en aquellas aulas que ocupaba en el actual Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Su vinculación al mundo artístico se intensifico con su relación con el Ateneo, el centro neurálgico de la cultura en este momento, donde recibiría clases de dibujo de Gustavo Bacarisas, Juan Miguel Sánchez, Alfonso Grosso y Juan Rodríguez Jaldón, a los que consideraría sus maestros. Muy pronto se vincularía a las tradiciones sevillanas, ingresaría a la Hermandad del Rocío de Triana en 1929, llegando a ser el número tres de la Hermandad, y como no, su incorporación como socio en la Peña Trianera, fundada en 1922, a la que perteneció su propio padre, Manuel Flores García Montalbán, ocupando incluso su Presidencia durante doce años, y la Vicepresidencia durante quince, siendo nombrado socio de honor en 1982.

Su carrera como ilustrador gráfico comenzaría desde muy joven, y ya en 1932 entraría en ABC, cuando Martínez de León que hasta este momento había sido su más fiel colaborador se marcharía a ABC de Madrid, al que siempre considero un verdadero maestro. Durante más de cuarenta años en sus páginas iría retratando un sinfín de figuras populares como fueron Lola Flores, Conchita Piquer, Juanita Reina, Antonio, Manolo Escobar, Manuel Vargas, Gracia de Triana, Paquita Rico, entre otras tonadilleras y perteneciente a la canción española. Se convirtió en un gran caricaturista y se personalizó como un verdadero genio del retrato gráfico, como quedó proyectado en su propio autorretrato, ya publicado el 8 de octubre de 1986.

En sus páginas se contienen más de diez mil dibujos, en la que ya se puede vislumbrar la evolución artística que fue tomando su propia obra. Y fue allí donde comenzaría a ser un maravilloso cronista grafico de la ciudad de Sevilla, en la que escenas de Semana Santa, de la propia Feria, e incluso las corridas de toros vislumbraría todo el contenido narrativo de la historia de una ciudad como Sevilla vista desde el prisma de su propio arte. Dos personajes creados por el artista, Baldomero y su compadre, se convertían en sus narradores imaginarios, los que pondría el acento humorístico a la ciudad.

Al mismo tiempo entraría a formar parte de la plantilla del periódico la Hoja del Lunes, publicación de la Asociación de la Prensa, en la que comentaba con preciosas pinceladas los partidos de futbol que se habían jugado el domingo anterior. Y para añadir a su inicio de su carrera profesional, en el mismo año 1932 ingresa en la Pirotecnia Militar como administrativo, llegando a desempeñar el cargo de Jefe de los Servicios Económicos. Sus dibujos iban más allá de una pura dinámica de trazos resueltos en un ritmo dinámico, en la que predominaba el gusto por las tintas planas, en la que el color negro iba delimitando su arte de figuración. En los propios rasgos de Baldomero y su compadre se perfila unos trazos esquemáticos, en formas de líneas de surcos irregulares, muy perfilado los rostros, muy marcados sus perfiles, que recordaba los dibujos de Martínez de León.

Baldomero quizás fuera su propia caricatura, su propio reflejo de su persona, en la que manifestaba sus propios pareces de la ciudad. Su técnica perfilaba una adhesión por la tinta china, el lápiz o el carboncillo, y en alguna ocasión hasta le impregnaba de tintes de colores. Y sería en la revista Fiestas de Sevilla, en la que ya dejaría una de sus primeras muestras dedicada a la Feria de Sevilla, que en muchas ocasiones utilizaría como temática de sus composiciones.

El mundo del toro se convierte en uno de los temas más recurrente de sus dibujos, desde que ilustrara una novillada de Villamarta para Maravillas, Niño de la Puerta Real y Nicolás Vargas “Gitanillo de Camas” en el ABC el 17/05/1932, aunque ya en el periódico la Unión podemos ver en el año 1928 una serie de ilustraciones en el que los que ya deja prestancia de excelentes dibujos, de sencillos trazos, a modo de apuntes al natural, convirtiéndose en un verdadero narrador de la ilustración taurina.

En algunos dibujos ya se vislumbra la excepcional escuela de ilustradores taurinos que estaban emergiendo en estos años, como se puede observar en la primera etapa del pintor Juan Lafita. Son figuras dinámicas, llenas de emoción, esbozadas, en un pequeño formato, en la que se diluye los contornos de las figuras. Y no quedaba atrás la picardía que envolvía sus ilustraciones por los partidos de fútbol, No cabe duda como apunta en el estudio exhaustivo de su obra realizado por su hijo, Vicente Flores, como fue uno de los ilustradores gráficos que mejor va a narrar las escenas cotidianas de la ciudad.  

Se vincularía a la Hermandad del Rocío de Triana lo llevaría a realizar una amplia producción de dibujos, convirtiéndose en uno de sus mejores narradores, tanto la salida, la entrada, la salutación a la Hermandad de la O, o incluso el propio Camino del Rocío, de la que destaco el dibujo Noche de Camino, en la que se muestra de manera muy intimista la recreación de la parada rociera, en la que en torno a unas llamas discurre un grupo de rocieros, a los pies de las carretas, una estampa habitual que supo perfectamente plasmarlo. Sería en el año 1943 cuando la Junta de Gobierno de la Hermandad del Rocío de Triana le encargaría la realización de un retablo para su Simpecado en la iglesia de San Jacinto, ya que todavía no se había realizado su actual capilla de la calle Evangelista, siendo concluida el 17 de diciembre de 1943.

No quiero dejar de comentar la preciosa ilustración que publico en el periódico la Unión del 31 de mayo de 1933 para ilustrar un artículo dedicado a la Noche Rociera, en la que supo impregnar de una emotiva atmósfera el caminar de los peregrinos, figuras desdibujadas pero lleno de una vitalidad compositiva que nos delata sus dotes de gran compositor.

Triana se convierte en el marco donde desarrolla su propia vida, el escenario de su contexto vital de emociones, convirtiéndola en uno de sus predilecciones en su quehacer artístico. Y no debemos de extrañarnos que podamos considerarlo como uno de los mejores artistas que supieron plasmar toda la identidad de un espacio que iba más allá que un barrio. De esta manera, como en la tradición de los grandes ilustradores decimonónicos, muestra en todos sus ámbitos la grandiosidad de todo un barrio, sus gentes, sus costumbres o sus propios monumentos.

El puente de hierro, la pasarela universal por antonomasia lo recrea en múltiples ocasiones, desde el borde del río, como se puede apreciar en la portada de la revista Triana del año 1951 o en algunos de sus lienzos, mirada evocadora, en la lejanía, con el Guadalquivir bañando las dos orillas. Asimismo, el mundo del olivar se iba a convertir en uno de sus escenarios narrativos más importantes.

Muchas de estas composiciones eran encargados por almacenistas de aceitunas, algunos de la localidad de Dos Hermanas, que mantenían muy buena amistad con el pintor, como obsequio o regalo de sus compradores, la mayor parte del extranjero. Un dibujo dedicado a la recolección del olivar marca al mismo tiempo su concepción narrativa, matices escenográficos del campo andaluz, que nuevamente se consolida como un verdadero cronista de una de las actividades más importante del mundo andaluz.

No podemos perder de vista para comprender su quehacer artístico su rica labor en el seno de la cerámica. Muy pronto se iniciaría su labor como ceramista en la fábrica de Cerámica de Nuestra Señora de la O, propiedad de su tío Manuel García Montalbán (1873-1943), en unos años en que la cerámica estaba en un momento de ebullición al vivirse las inmediaciones de la celebración de la Exposición de 1929, actividad que prolongaría hasta 1932.

Inmediatamente después comenzaría a trabajar en Cerámica Santa Ana hasta que ya en los años cuarenta, fundaría un taller junto con su propio hermano en la calle Alfarería, con el nombre de Cerámica Hermanos Flores, que se prolongaría hasta los años cincuenta, dejando uno de sus mejores exponentes las piezas dedicadas al mundo de la tauromaquia de la calle Carlos Cañal de Sevilla, Num. 34, propiedad de Isidoro Jiménez Roldán, en la que se distribuye por la escalera, el patio y la planta primera del edificio. Una verdadera joya del arte taurino, en la que se vuelve a plasmar el componente anímico en las composiciones taurinas que había utilizado en sus ilustraciones gráficas. Iconos del toreo, con una prestancia colorísticas, en la que se vuelve a definir la agilidad y sutileza de las figuras.

De la misma manera, ornamentó la plaza de la Laguna de Ayamonte (Huelva), en la que se insertaban todos los ciclos festivos, Semana Santa, Feria y el mundo de los toros, realizado a finales de la década de los años cincuenta. No debemos de dejar de citar las que fue confeccionando para la Escuela de Aprendices de Pirotecnia Militar de Sevilla, en la que se incluyen las escenas laborales de los talleres. La pintura fue cultivada a lo largo de su carrera artística, en la que conjugaba la herencia de los pintores en que se había formado, con algún velo de innovación en algunos planteamientos estilísticos, como lo demuestra sus retratos, como el del canónigo Manuel González Macías o algunos militares. En los años cuarenta realizaría algunos bodegones, llenos de colores, y por supuesto escenas festivas, populares, como en algunas plazas de Triana, como la de Santa Ana o el callejón de la O.  

Es en el cartel donde se despliega su excepcional gusto estético, en la que ya muestra su ingenio compositor, muy inspirada en la obra de Francisco Hohenleiter y Juan Miguel Sánchez, especialmente en los años cuarenta y cincuenta, siendo el de la Cabalgata de los Reyes Magos de 1945 y 1947 uno de sus primeros ejemplos, que incluso llegó a ser rey Baltasar en la Cabalgata del año 1945, y la dedicada a la Feria de Córdoba del año 1946.

Es en 1949 cuando es designado para realizar el cartel de la Semana Santa de Sevilla, una preciosa recreación evocadora del paso de palio, con varios nazarenos admirando la escena, de espalda al espectador. La obra quedaba resuelta de manera preciosista, evocando uno de los momentos vitales de la escena cofrade.

En un magnifico contraluz resuelve la escena de la cofradía del Calvario, una ilustración de 1942, en la que muestra todo el recogimiento del paso de Cristo, acompañado por los nazarenos de negro, muy inspirada en Honheleiter. sin embargo, en el año 1985, insertadas en las páginas del programa del ABC publicaría un gran número de ilustraciones, unos preciosos dibujos en la que se perfilaba todos los detalles de una cofradía, como el nazareno portando la cruz de guía, el grupo de acólitos, dos nazarenos cruzando el puente, nazarenos portando bocinas, el nazareno arrodillado con el peso de la cruz, dos armaos, incluso el vendedor del programa cofrade, el aguador del paso, un toque populista del escenario cofrade, o incluso más íntima como la madre preparando la túnica, el padre llevando en brazo a su hijo, ambos vestidos de nazarenos y el más gracioso detalle de la novia con el nazareno.

La representación de la Feria de abril sevillana comenzaría a ser una constante en su obra gráfica, de las que dejó una amplia muestra de ilustraciones gráficas ya en los años cincuenta, entre las que podemos resaltar una pareja bailando, a la que titula la aristocracia en la Feria. Serían en los carteles donde dejaría prestancia en la historia de la cartelería. En 1950 ganaría el concurso con una preciosa composición en la que a modo de escena galante, incorporaba dos mujeres vestidas de gitanas, conversando con un joven galán vestido con la típica chaqueta y el sombrero de ala ancha.

Los volantes movidos de los trajes de gitana envuelven visualmente la composición, que lo dota de un excelente colorido, tonos rojos, lilas y rojizos que llenan de efectos lumínicos la visión del espectador. Los rostros quedan perfilados, muy marcados por líneas negras sombrías, que le dan ese carácter de embrujo a sus miradas, modelos muy utilizado en los carteles publicitarios, que contenían en sí mismo toda la identidad de la escena, a lo que se unían el exquisito tocado de la cabeza, con juegos florales insertadas en las peinetas.

Al fondo en una esquina estaría ubicado la ciudad de Sevilla, la imagen tradicional de incluirla con la Giralda, la Catedral y la Maestranza, una muestra de escena urbana, muy en la línea de algunas de sus preciosos lienzos en la que mostraba algunos de sus rincones.

En 1958 realizaría una versión más vistosa aún, un cartel en la que ponía como protagonista al coche de caballo, aunque no era novedad, ya lo había utilizado en 1923 Miguel Angel del Pino Sardá, aunque destacando la grandiosidad de la Catedral. Resuelto como una verdadera estampa goyesca, dos mozos tiran de una pareja de caballos, con preciosos flecos a modo de racimos que cubren sus cabezas. Una vez más haría gala de sus dotes compositivo, en un matiz especifico, como era la escena de un coche de caballo como protagonista, en la que ni siquiera aparecían sus ocupantes. 

El dialogo entre lo humano y lo animal lo deja perfilado en el amarre que tira uno de los mozos, que en pie, conversan entre ellos. Excepcional el ritmo del compás del movimiento, con las patas encorvadas, que le da un elegante ritmo, en una disposición espacial que prende la idea de salirse del marco. Los tonos de colores se han intensificado, quizás algún recuerdo de Bacarisas, con un precioso juego de luces y sombras, que se surca en los diferentes matices empleado en los dos caballos. Al fondo la silueta de la Giralda, impregna el único escenario urbano que integra en el cartel.

 

En 1961 nos volvería a dejar una muestra excepcional en la ilustración que haría para la portada la Feria de Sevilla, realizada en 1961, que para mi entender es uno de los más valiente y resueltas escenas de la Feria no solo de su autor, sino de los convencionalismo marcado por la época, ya que incluye un grupo de feriantes en la que se incluye una mujer sobre un mulo, acompañada por un hombre con sombrero de ala ancha y una niña vestida de gitana, llevando una cesta y un niño que baila con los brazos entrecruzados. Al fondo se vislumbra las primeras casetas y la Giralda.

Es una verdadera estampa popular en la que posiblemente quiso resaltar su carácter familiar. No cabe duda que Vicente Flores le dio una visión muy distinta a los carteles oficiales, con una libertad expresiva excepcional. Curiosamente en portada de la revista Triana de 1962 volvería a utilizar el coche de caballo, en este caso insertado en el ámbito de la puerta de la Maestranza, en la que un gran número de personas se arremolina, en la que proyecta la fuerza del tiro de los caballos, intensificando el dinamismo compositivo del referente del cartel de 1958. Y es que su visión de ilustrador probablemente le permitió una libertad creativa que iba más allá del arte de su cartelería.

En agosto de 1990 nos dejaría el artista, dejando a Sevilla huérfana de unos de sus más fervientes admiradores. Es posible que en las palabras de Nicolás Salas se encierre el espíritu de su obra, como testigo de la Sevilla del Siglo XX y en sus caricaturas, dibujos y pinturas quedo reflejado todo el quehacer ciudadano, con maestría ejemplar, con gracejo cuando era menester, con sentido crítico. sus dibujos quedan como testimonios gráficos que recuerdan escenas de Sevilla entrañables. Y es que como buen relator que fue mi amigo Nicolás Santo, Vicente Flores fue su ilustrador gráfico, dos cronistas singulares del siglo XX, esos que no solo narran hechos sino sus propios sentimientos.

José Fernando Gabardón De la Banda. Profesor de la Fundación CEU San Pablo Andalucía. Doctor en Historia del Arte. 

A Manuel González Francos, que me ha ayudado en la recolección de información para la elaboración de algunos artículos.

Este artículo se escribió el 2 de mayo de 2020.

Tratamiento de la imagen: May Perea. Lda. en Bellas Artes










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