Arte Sacro
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De pseudónimos sacros. Antonio Sánchez Carrasco


Decía Mark Twain,...Nos alegramos en las bodas y lloramos en los entierros porque no somos la persona implicada... Me crucé con esa cita justo después de haber leído un artículo que me enviaron en un enlace de twitter del que lo que más me llamó la atención es que era un nuevo pseudónimo cofrade. Lo que en esta ciudad sirve para estar un poco más al resguardo de las corrientes que a veces surgen en esta ciudad y que tantos resfriados en el alma y en las redes provoca.

Desde que  Blanco White o Fernán Caballero inauguraran el contador de pseudónimos ilustres tuvo que llegar Abel Infanzón a finales del XIX y proponer al Papa León XIII que si seguían las cosas tan mal por el Vaticano podía venir hasta la tierra del Rinconcillo y las pavías y poner la sede papal a los pies de la Giralda; aunque el Gobernador Civil de aquellas fechas apellidado Montes Sierra dio a entender que no era de su incumbencia.

Años después aquel señor o mejor dicho su nombre, sirvió al poeta que nació en el patio sevillano donde madura el limonero, para darle pie a aquellos versos. ” ¡Oh maravilla, Sevilla sin sevillanos, la gran Sevilla!”. La primera gran crítica a esta Ciudad desde un nombre velado, como las cruces en viernes santo, bien por no aguantar críticas, bien porque en el fondo no quería firmar un ataque tan directo a lo suyo de nacimiento.

El siguiente Abel Infanzón fue aquel ”jubilado de Hacienda” que ayudaba a Don Antonio Burgos a denunciar en su Casco Antiguo del diario ABC aquello que se deterioraba en la Sevilla de los 70, 80. Con el tiempo los pseudónimos se fueron entremezclando en las páginas de información cofrade, K-Pirote, el Fiscal, José Cretario, el Pajarito del Foro..., sobrenombres cofrades, que tratan de meterse a fondo en aquello que pasa de la información a la opinión y que usan el pseudónimo, para lo que decía más arriba o bien no soportar tormentas o no decir nada malo a las claras de lo que amas. Yo pensé en su tiempo entre ponerme chicharrón de esparto, o el pertiguero de metal, pero al final me dejé mi nombre, aunque midiendo siempre en mis palabras, siempre recordando la frase de Twain y no ver los toros desde la barrera pero tampoco que te atropelle el cornúpeta.










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