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Ampliación del paso de la Sagrada Resurrección: Ángeles del Misterio Pascual


Arte Sacro. La Hermandad de la Sagrada Resurrección ha completado, con la realización de las cuatro nuevas esquinas para la canastilla del paso, otra fase de ampliación del paso de de su titular cristífero.

En esta ocasión, se han realizado cuatro nuevas esquinas para la canastilla del paso que sustituyen a las primitivas y que aportan un mayor volumen al conjunto. Para ello, la corporación del Domingo de Resurrección ha contado con Francisco Verdugo para la talla en madera, Manuel Martín Nieto en la imaginería y Antonio Urbano en el dorado. Las nuevas piezas irán en el canasto a modo de capillas, totalmente doradas y estofadas en oro de ley, del mismo valor y tono que se ha utilizado en las anteriores fases de esta ampliación. En la ménsula inferior van colocados unos angelotes con unas alegorías a la Pasión y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, realizados en madera de cedro real debidamente tratada para poder ser trabajada y garantizar su resistencia al paso del tiempo con una altura aproximada a los 50 cm de altura.

El paso de la Sagrada Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo porta actualmente doce secuencias que cuentan dos historias. La primera habla de identidad: dice que la hermandad (escudo frontal) es lasaliana (San Juan Bautista de La Salle, escudo del Signum Fidei) y nació en el colegio de La Purísima por iniciativa de la Asociación La Salle (Inmaculada, escudo de la Asociación). La segunda es la narración de lo que sucedió tras la escena principal representada en el paso, la Resurrección de Jesucristo: éste se apareció a la Magdalena, a los apóstoles en el cenáculo dos veces –la segunda con una amonestación a Tomás–, volvió a encontrarse con ellos junto al Mar de Galilea y finalmente ascendió al Padre. Como colofón, dos cristogramas: el JHS y el crismón.

 

Frontal de la canastilla

Ángel izquierdo (del espectador): sostiene una gran cruz con una mano y con la otra la corona de espinas y tres clavos. A sus pies, un pelícano abre su pecho para alimentar a tres crías.

Cruz, corona de espinas y clavos son los tres atributos, o arma Christi, más ampliamente representados como símbolos de la muerte redentora de Jesucristo, y su existencia real está corroborada por las narraciones evangélicas. Estos objetos estuvieron en contacto directo con el cuerpo de Jesús durante su pasión y fueron enriquecidos con la sangre del Salvador. Con todo, no se incorporan al elenco iconográfico cristiano de forma temprana, pues se prefiere plasmar gráficamente otros aspectos doctrinales.

De entre aquellos atributos ha de destacar visualmente la Santa Cruz, titular de la Hermandad, que llega a ser, a la vez, patíbulo y trono del Señor. La corona de espinas se suele representar con forma anular, a pesar de que San Vicente de Lerins, en el siglo V, la describió, tras ver la reliquia, con aspecto de casco. Los clavos han sido representados con diseños más o menos complicados y en número de tres o de cuatro a lo largo de los siglos.

 

 

El pelícano, afirma El Fisiólogo, resucita a sus polluelos muertos regándolos con su sangre; mientras que, según Eusebio de Cesarea, tanto ama a sus crías que en tiempo de escasez se abre el pecho para alimentarlas con su sangre y su carne. Cómo no ver en ello una alegoría de Cristo (“bondadoso Pelícano” lo llama Santo Tomás) que se ofrece en máximo sacrificio para nutrir a su pueblo con los frutos de la Redención. Consecuentemente, es símbolo también del sacramento pascual de la Eucaristía. Aunque la mención literaria cristiana es temprana, la representación iconográfica es tardía y no ha variado sustancialmente desde que surge en los bestiarios medievales.

 

Ángel derecho: con una mano sostiene un cirio pascual encendido (de talla), adornado con el crismón, y con el otro brazo sujeta una cesta con un pan y un pescado. A sus pies, un ave fénix.

El cirio pascual es representación litúrgica de Jesús Resucitado y su luz, que se enciende durante la Vigilia Pascual, es la propia del “lucero matinal (…) que no conoce ocaso, y es Cristo”, el “Resucitado que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano” (Pregón Pascual).Jesús afirma de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12); luz que, tras el paso de Cristo por la muerte y los infiernos, resurge, imperecedera, en la noche de la Resurrección.

El crismón es símbolo paleocristiano de Cristo vencedor, que triunfa sobre el pecado y la muerte, sobre la nada y el tiempo y es principio y fin de lo contingente. En su origen es un monograma que consta de las letras griegas ji (X) y ro (P) superpuestas, las primeras de la palabra ΧΡΙΣΤΟΣ (cristo, que significa ungido, mesías, elegido); pronto se le añaden el alfa y la omega (“principio y fin”, Ap 21, 6) y se le rodea de un círculo, símbolo de la eternidad; en la Edad Media se le incorporan otros elementos.

Pan y pescado estuvieron también presentes en los milagros de la multiplicación que realizó Jesús y que son adelanto de la institución de la Eucaristía y signos de amor y entrega. Por último, la cesta hace referencia tanto al fiel que recibe en sí los dones divinos como a la propia Iglesia, que los atesora y distribuye.

El ave fénix es un ser mitológico de origen egipcio (asociado al sol y a las crecidas del Nilo), imperecedero en cuanto que cíclicamente muere y renace. Es adoptado por los cristianos desde el siglo I para representar a Jesús Resucitado quien, como aquella criatura, resurge desde la muerte con una vida que nunca se extingue. Aunque difieren las versiones sobre cómo muere y renace esta ave, perdura la de que el fénix, cuando va a morir, se abre las entrañas, de las que sale un fuego que lo consume; de las cenizas se engendra una larva o un huevo, de los que renace el ave, en un ciclo sin fin de 500 años, según Heródoto.

El cesto con el pan y el pescado alude al encuentro de Jesús Resucitado con los discípulos en la orilla del lago de Tiberíades, durante el cual comparte con ellos estos alimentos: “Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan” (Jn 21, 9). El pan es, también, figura del mismo Jesús, Pan de Vida (Jn 6,35), entregado en el sacramento eucarístico.

El pez, por su parte, es uno de los más antiguos símbolos con el que se representa al Salvador: pez en griego se dice ΙΧΘΥΣ, que son también las siglas de Iησοῦς Χριστός, Θεοῦ Υἱός, Σωτήρ, es decir, “Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador”. Los primeros cristianos lo utilizaban en frescos y sarcófagos, como profesión de fe y como signo secreto para identificarse mutuamente. Por otro lado, el pez hace alusión a la historia de la ballena de Jonás (Jon, 1-2), con la que Jesús mismo profetiza su Resurrección: “Así como estuvo Jonás tres días y tres noches en el seno del cetáceo, así estaré yo tres días en el seno de la tierra” (Mt 12, 40).

El Fisiólogo, por cierto, refuerza la comparación entre Jesucristo y el fénix afirmando que éste tarda tres días en renovarse.

Lactancio afirma que su plumaje es rojo azafrán, con irisaciones; San Eusebio dice que su tamaño es doble del de un águila; Plinio sostiene que su cabeza la corona una cresta como la del faisán. Originalmente, y por su vinculación solar, es representado como un ave nimbada con los rayos del astro rey; más tarde se muestra como un ave entre llamas o en combustión.

Hemos analizado las dos imágenes del frontal del paso consideradas de forma individual. Pero también debemos contemplarlas como un conjunto, una pareja que, a los pies del Señor de la Resurrección, despliega de forma paralela y complementaria grandes conceptos de la Pascua: la Cruz y la Luz (cruz y cirio pascual), la Pasión y la Exaltación (clavos y corona, y crismón), la Muerte y la Vida (pelícano y fénix). Y ambas contienen símbolos explícitos de la Sagrada Eucaristía (pelícano y cesta con pan y pescado).

 

Trasera de la canastilla

Ángel izquierdo: presenta al espectador el paño de la Verónica con la Santa Faz. Junto a él, una serpiente de bronce enroscada en un asta de madera.

El paño con el Santo Rostro constituye un atributo de la Pasión del Señor y es símbolo de compasión y servicio ante el que padece. Según tradición altomedieval, fue un obsequio de Jesús a la mujer que se apiadó de Él y le secó sangre y sudor en su camino hacia el Calvario, conocida como Verónica, Berenice o Serafia, según las versiones. Se decía que el paño poseía propiedades curativas, y que incluso llegó a sanar al emperador Tiberio de la lepra. Con todo, su representación artística es muy tardía (Baja Edad Media) y se ha mantenido con pocos cambios a lo largo de los siglos.

La serpiente de bronce aparece en el pasaje del libro de los Números en el que Moisés, urgido por Dios, confecciona tal efigie y la pone en alto para que todo aquel que la mirase sanara de las mordeduras de una plaga de serpientes. Siglos más tarde, Jesús mismo establece una analogía profética entre su muerte en la cruz y la serpiente mosaica elevada sobre un madero: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del hombre, para que todo hombre que en él crea tenga la vida eterna” (Jn 3, 14-15).

No es esta, quede claro, una representación del Maligno o del pecado, sino que, al contrario, es una prefiguración del Crucificado, un símbolo paradójico y sorprendente del amoroso Plan de Dios, que transforma el mal en bien. En resumen, lo que esta figura nos dice es que, así como Israel miraba con fe a la serpiente de bronce y sanaba, así también todo pecador puede mirar a Cristo levantado en la Cruz del Calvario y encontrar la salvación siguiendo con fe su ejemplo de entrega y sus enseñanzas.

 

Ángel derecho: extiende ante el espectador la parte de la Síndone en la que se reconoce el rostro del Crucificado. A sus pies, un pavo real (con la cola plegada) bebe de un cáliz.

La Síndone de Turín, o Sábana Santa, es reconocida por la Iglesia como una imagen notable, y es venerada por muchos como el lienzo que cubrió el cuerpo de Jesús en el sepulcro. Se trataría en ese caso, por tanto, de la Sagrada Mortaja: esa “sábana limpia” en la que José de Arimatea envolvió el cuerpo sin vida de Jesús para depositarlo en su sepulcro (Mt 27, 59-60); por ello, la Mortaja ha sido considerada atributo de la Pasión. Pero aquí, en cambio, no vemos una sábana con el cuerpo de Jesús muerto, sino que la tela se nos exhibe vacía y con la imagen del Salvador impresa en ella, como testimonio de que en el sepulcro no hay ningún cadáver, es decir: como signo y símbolo de la Resurrección de Cristo, a quien la Muerte no pudo aniquilar ni retener.

El pavo real es un ave que los primeros cristianos –a partir de creencias grecorromanas y orientales que lo asocian a la inmortalidad, la belleza, la gloria, y la presencia y vigilancia divina– escogieron como símbolo de resurrección y vida eterna: su riquísimo plumaje, con su constelación de adornos semejante a la bóveda celeste donde mora Dios, se regenera cada primavera, en un ciclo incesante de renovación. Se creía que el pavo real era inmune al veneno de ciertas serpientes y, también, según experimentó San Agustín, que su carne no se descomponía al morir. Es fácil comprender, pues, que pudiera simbolizar tanto la propia Resurrección de Cristo, como la adquisición de un renovado cuerpo glorioso que no conocerá la corrupción (“al toque de la trompeta final (…) los muertos resucitarán incorruptibles” I Cor 15, 52), así como también el alma imperecedera del fiel cristiano. Estos valores iconográficos paleocristianos son los que escogemos, para lo cual es importante que aparezca con la cola recogida (aunque en las catacumbas encontremos algunos con la cola abierta), ya que los emblemistas renacentistas y barrocos hacen del pavo real alegoría de la vanidad y la soberbia, señaladamente cuando despliega con arrogancia su hermoso plumaje.

Y asociados al pavo real encontramos en mosaicos y frescos paleocristianos y medievales diversos recipientes (jarra, cáliz, ánfora, ...) a los que esta ave se acerca para beber. Ese vaso puede contener el “agua de la vida” apocalíptica que Dios otorga al sediento (Ap 21, 6), es decir, el “agua viva” que Jesús ofrece a la Samaritana como fuente “para la vida eterna” (Jn 4, 14). También puede contener la Sangre de Cristo (recordemos la tradición piadosa de que en el cáliz de la Santa Cena se recogió luego la sangre derramada en la Cruz). Beber de ese cáliz simboliza la participación en la Eucaristía, el renacimiento espiritual asociado al bautismo y a la Pascua, y el futuro de inmortalidad feliz de las almas fieles.

En resumen: las dos imágenes de la trasera (precisamente allí donde no se puede ver la cara del Señor de la Resurrección) nos muestran, en paralelo, dos representaciones tradicionales del rostro de Cristo: una en plena Pasión y otra en el sepulcro donde resucita. Son por un lado contrapuestas –en cuanto nos hablan del Jesús sufriente camino del Calvario y del Jesús que ya no está en el sepulcro–, pero por otro son sucesivas, en clara referencia a que el Misterio Pascual no lo componen dos momentos inconexos, sino íntimamente relacionados en su naturaleza y efectos (nótese que la imagen de la Síndone es la de Jesús muerto; es decir: una imagen de Cristo muerto simboliza a Cristo Resucitado). Acompañan a estos ángeles dos últimos símbolos zoomorfos también conceptualmente opuestos: la serpiente de bronce y el pavo real, de nuevo representación confrontada de muerte (pero redentora) y de vida eterna.

Las cuatro figuras animales que constan en estas nuevas esquinas son significativas por sí solas, pero reunidas proponen esta narración circular, que involucra al espectador: Cristo, que, elevado en la Cruz para salvación de todos los que lo miren (como la serpiente de bronce), entregó por ellos su sangre y su vida (como el pelícano), con su Muerte y Resurrección (alegoría del ave fénix) abre las fuentes de la vida resucitada y eterna a sus discípulos (desde el cáliz que bebe el incorruptible pavo real), que podemos ser nosotros, los que contemplamos elevado en su paso al Crucificado que resucita... como Israel miró a la serpiente.

Finalizamos esta presentación con una reflexión, de carácter estrictamente personal: con la supresión de cuatro cartelas (Inmaculada, San Juan Bautista de La Salle, Noli me tangere y Aparición del Resucitado junto al Mar de Galilea) y su sustitución por estos ángeles, surge la necesidad ineludible de reconfigurar en el futuro, de acuerdo con la línea programática expuesta, todo el discurso iconográfico del paso, repensando el contenido y significado de las cartelas restantes.

Como conclusión, creemos que los símbolos que portan estos mensajeros pascuales exponen con la suficiente nitidez el programa iconográfico trazado, que expresa en imágenes la identidad y objetivo de la Hermandad de la Sagrada Resurrección y su estación de penitencia, señalados en 1981 por el Cardenal Bueno y Monreal: “ser el exponente completo y la culminación de todo el Misterio Pascual de Jesucristo Nuestro Señor, que expresamos piadosamente en nuestra Semana Santa ”.

 

Fuente: Anuario Resurrección, artículo de: Manuel Francisco Ruiz Piqueras
Fotos: Fco Javier Montiel










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