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Hoy se ordenan cinco nuevos diáconos: Llamados a poner esperanza en una sociedad desorientada


Arte Sacro. El Seminario sigue deparando buenas noticias. Si hace unos días acogía a catorce nuevos seminaristas, hoy domingo, 4 de octubre, se celebra en la Catedral la ordenación diaconal de cuatro alumnos del Seminario Mayor y uno del Redemptoris Mater. Se trata de un motivo de evidente alegría para la Iglesia diocesana en un contexto social delicado, presidido por la incertidumbre, que, en cambio, los futuros diáconos asumen como un reto, una responsabilidad que abrazan con esperanza.

Guillermo Martín tiene 39 años y pertenece a la Parroquia del Corpus Christi de Sevilla. Jesús Espinar (23 años) procede de la de Sta. Maria de las Virtudes, de la Puebla de Cazalla. Ignacio del Rey será ordenado diácono a los 28 años, y llegó al Seminario como feligrés de San Sebastián, en Sevilla. Finalmente, Antonio Jesús Serrano es con 40 años el mayor de los cuatro seminaristas del Mayor que recibirá el próximo domingo el orden del diaconado de manos del Arzobispo, monseñor Juan José Asenjo. Su parroquia de origen es la de Nuestra Señora del Mayor Dolor. El Seminario Redemptoris Mater aporta un alumno a una celebración que precede a la que se celebrará dentro de un año cuando los cinco sean ordenados sacerdotes. Jesús Medina, con 27 años y natural de Santo Domingo (República Dominicana) completa el elenco de futuros diáconos.

Jesús Espinar es quien atesora una trayectoria formativa más larga en centros diocesanos. Procede del Seminario Menor, donde ingresó en 2013 cuando tenía 16 años, y reconoce que los inicios estuvieron dominados por la incertidumbre. “Sabía que tenía vocación y todo era novedad”, recuerda. “Pero –añade- llega un momento en que te das cuenta de que tienes que cambiar muchas cosas, convertirte, abrirte a los demás, acoger la formación”. Ahora que está tan cerca la ordenación le asalta la necesidad de dar las gracias “al Señor, a los formadores y directores espirituales que he tenido estos años”.

“Ser siervo de las personas en el servicio que la Iglesia me diga”

Por su parte, Antonio Jesús ingresó con 35 años tras acabar sus estudios de técnico ortopédico y una experiencia laboral. Con la perspectiva que da el tiempo, reconoce que “quería encontrar un sentido más amplio a mis vivencias, sentía una llamada a hacer el bien a los demás con más capacidad de lo que podía ofrecer en mi trabajo y en mi casa. Era –enfatiza- una fuerza del Señor”. Dio el paso y encontró personas con las mismas intenciones y vocaciones. Y tras cinco años de formación en el Seminario se ve “tranquilo a la vez que atento y con cuidado, para que a partir del día de la ordenación “pueda ser siervo de las personas en el servicio que la Iglesia me diga”.

“El diaconado es un don inmerecido”. Así resume Guillermo Martín la especificidad del orden que van a recibir. Lo toma como una consagración, “en cuanto a estar al servicio de los más pobres, ser servidor del altar, de la Palabra de Dios, que –subraya- es Palabra sanadora, que da fuerzas y es liberadora de todas las miserias y esclavitudes que hoy día la sociedad experimenta”. Al igual que sus compañeros, revela que la inquietud interior en un momento como este, en una víspera tan intensa, se resume en “servir muy humildemente, e ir derramando la sanación del Señor a través de nuestro ministerio”. Se mira al espejo y se encuentra con una persona “cauta, por la situación que estamos viviendo ahora, pero muy ilusionado y con mucha confianza y abandono en el Señor”.

l próximo curso será muy especial para ellos en el Seminario. La convivencia con sus compañeros, ante la perspectiva de la futura ordenación presbiteral, la afrontan como una riqueza para toda la comunidad del Seminario. Guillermo afirma que “recibimos mucho desde que entramos, porque la fraternidad enriquece mutuamente, y somos conscientes de que debemos ser un testimonio fiel y vivo, más que nunca, del Señor en todo nuestro hacer, obrar, decir, pensar”. Los cinco futuros diáconos coinciden en esa intención: ser los primeros servidores entre sus hermanos del Seminario, “que nuestros hermanos nos vean cercanos, con facilidad y disponibilidad para la escucha, y nosotros a nuestra vez seamos abnegados, sin ninguna reserva, con total disponibilidad y, si Dios quiere, también animando a los compañeros que vienen por detrás”.

Una ordenación distinta

Ignacio del Rey asume la jornada del domingo como “un momento de gracia” que comparten en una sociedad que ahora está “tan hundida por la desesperanza, por la desilusión, por la desazón”. En cambio, acoge este entorno social como un reto en su ministerio, mirando más allá de su familia, parroquia o entorno eclesial de referencia: “No solo son ellos los que van a ser beneficiarios de nuestra entrega, sino otros muchos que no lo saben, porque nosotros vamos a servir a todos los hombres”, afirma. Ignacio reconoce que esta será una ordenación muy distinta. Echa la vista atrás y relata cómo imaginaba que sería su momento, una idea que se ha ido forjando conforme compartía las ordenaciones de sus compañeros. “En nuestro caso, cualquier sueño que hayamos podido tener no tiene absolutamente nada que ver con lo que va a ser nuestra ordenación. Va a ser con poca gente mucha distancia social, medidas de seguridad y unos meses atrás muy difíciles para el mundo entero”, señala. En cambio, eso no les hace perder entusiasmo y esperanza, y aprovecha la coyuntura para adoptar un talante positivo: “Es nuestra intención que toda esa distancia que haya entre nosotros se acorte en una comunión de los santos que necesitamos más viva que nunca, para estar respaldados por la oración de todos aquellos que ese día no van a poder estar en la Catedral pero que sí pueden acompañarnos con su plegaria”.

Será, definitiva, una ordenación distinta pero con mucha esperanza. Los cinco seminaristas, futuros diáconos, tienen muchas ganas de “poner esperanza en un mundo ahora mismo sumido en tanta incertidumbre”. Y la receta no es otra que confiar. Como subraya Ignacio, quien sienta esta llamada hará lo que debe si “se abandona en el Señor”. “Es difícil, son muchas las ataduras del mundo, muchas las ofertas humanas que te hacen fuera, pero la fidelidad del Señor –concluye- es impagable”.










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