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Opinión. Procesiones y Halloween. El Diputado de Cruces


El pasado sábado, caminando por los alrededores de la Calle Cuna, oí los sones de una agrupación musical. Como no podía ser de otra forma, la afición me hizo seguirlos y me tropecé con un paso que portaba una imagen de la Virgen bajo la advocación de Madre de Dios del Sol. Parece ser que era la primera salida procesional de esta imagen que pertenece a una agrupación o asociación, no lo sé muy bien, que lleva siete años funcionando. Lo que me llamó la atención es que, por más que busqué, no pude encontrar ningún cortejo, insignia, ciriales, acólitos,… Sólo costaleros, muchos y muy jóvenes, alrededor del paso y la banda.

Por otra parte, el martes pude ver en dos televisiones nacionales sendos reportajes sobre colegios donde los niños asistían a clases disfrazados de brujas, vampiros y otros tipos de espectros, con las caras pintarrajeadas, celebrando anticipadamente la nocturna y tan “autóctona” fiesta de Halloween (¿se escribe así?). Lo más curioso es que los maestros (por lo menos los que aparecieron en las imágenes) también acudían disfrazados y pintados a clase y explicaban las materias usando como punteros las guadañas que portaban. A todo esto, los padres respondían extasiados y orgullosos a las preguntas de los periodistas, justificando todo el invento con aquello del disfrute de los pequeños.

Y ustedes dirán: ¿qué relación hay entre estas dos situaciones? Yo creo que las dos tienen algo en común: son una muestra de la constante y cada día más acusada pérdida de identidad que sufrimos y, por supuesto, me estoy ciñendo al entorno sevillano, aunque el problema es general en nuestro país. Pérdida alentada por la clase dirigente, pero soportada por todos nosotros porque, no nos engañemos, es muy cómodo echar la culpa a los políticos, de uno u otro signo, que nos gobiernan y olvidarnos que a esos políticos los elegimos nosotros, los mantenemos nosotros y no los echamos nosotros. Así, con la filosofía de que lo más importante para los niños y jóvenes es pasarlo bien y disfrutar de la vida, sin ningún esfuerzo por su parte, ni responsabilidad por la nuestra, en vez de ayudar a nuestros maestros y profesores en su labor, dándoles la suficiente confianza y autoridad  para desarrollarla con dignidad y seriedad (y ahí los padres tiene mucho que ver), preferimos verlos disfrazados y pintados, aunque para ello tengamos que importar una fiesta del “querido enemigo yanqui”, por mucho que saquemos a la luz sus ascendencias celtas. Por otra parte, resulta curioso que cada vez tengamos más problemas para enseñar la religión cristiana (y católica, en particular), auténtica fuente de nuestra historia y cultura, en las escuelas públicas, pero que, en esas mismas escuelas, Halloween se convierta en un día de fiesta que afecta al normal desarrollo de la actividad académica. Y a más cosas, pero dejémoslo ahí.

Y en el mundo cofrade, esta pérdida de identidad y esencia se hace cada vez más patente. Así, mientras se nos insiste desde diferentes sectores a limitar la práctica religiosa (católica) al ámbito privado (incluso se pretende legislar en tal sentido), esos mismos sectores nos instan, ante nuestra pasividad, a mantener y engrandecer lo que ellos llaman la práctica de la religiosidad popular (obsérvese el matiz). Por eso, a nadie le extrañan los hechos acontecidos en las últimas Semanas Santas, de todos conocidos. O la proliferación de asociaciones culturales cofrades o de agrupaciones de fieles de imágenes que se guardan en garajes o similares, lejos, por supuesto, de las iglesias, que aquí todos somos muy creyentes, pero muy poco practicantes, que eso es  cosa de curas y a los curas no los podemos ver, al igual que ellos no nos pueden ver a nosotros (algo que, lamentablemente, es más verdad que ironía). Sé que estoy generalizando y que las generalizaciones siempre conllevan injusticias, por lo que pido disculpas a esas muy honrosas excepciones que sí, que las hay. Pero es que muchas de esas agrupaciones se fijan como principal objetivo sacar un paso a la calle, para que sus jóvenes y no tan jóvenes, se puedan vestir de costaleros o con el terno oscuro de capataces o para que  alguno ya mayorcito, incluso, tenga la oportunidad de, por un rato, ser un “mandamás cofrade”, olvidando tanto el fondo como la forma de cómo se hacen las cosas en Sevilla. El fondo porque aquí se debiera empezar primero por consolidar la devoción a la imagen, algo que es difícil de conseguir en un garaje, semisótano o local y, una vez estabilizado el culto, llevarlo a la calle, darle forma, que tiene que ser digna y seria, con cortejos adecuados, aunque sean pequeños. ¡Qué menos que una cruz de guía y unos ciriales para iluminar a la imagen! Esas cosas, al igual que los pasos, también se pueden pedir prestadas. Y si hay que esperar unos cuantos años más, porque sólo tenemos gente que quiere salir de costaleros o capataces, pues no pasa nada, se espera.

A todo esto, la autollamada ortodoxia cofrade, cuya cabeza visible es el Consejo General y un grupo importante de dirigentes de cofradías (no todos, gracias a Dios), anda mirando para otro sitio, muy preocupada dándole vueltas a ver si las obras de la Avenida estarán acabadas o no para Semana Santa, muy enfadada por el aumento del dinero que se va a dar al Cabildo Catedral por poner sillas en sus terrenos, eligiendo pregoneros que no dicen nada al común de los cofrades en contra del clamor popular, buscando formas de cerrar la Semana Santa como si fuera una liga deportiva y así evitar que nuevos “equipos” hagan disminuir el pastel, negando a los hermanos de la Resurrección que puedan hacer lo que ellos hacen con la misma dignidad y seguridad. Y, últimamente, muy ocupados en recordarnos a todos que nada tiene que enturbiar la cuaresma como tiempo de preparación a lo que de verdad debemos anhelar, esa semana mágica, pero no porque en ella se vaya a conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo (eso dejémoslo otra vez para los curas), sino para que en esos cuarenta días podamos hablar con total tranquilidad de cómo vamos a batir el récord de marchas en la Campana o de las nuevas coreografías que estamos diseñando para los saludos de nuestros pasos a las hermandades que nos reciban o…, en fin, para qué seguir. Y, además, dejemos que los jóvenes disfruten (¿les suena?). Al fin y al cabo, mientras ejercen de costaleros o capataces o músicos, no se van de botellona ni nos molestan (ni, añado yo, nos hacen ejercer nuestra responsabilidad de formadores), ¿verdad?

Lo malo es que, a lo peor, en más o menos años, nuestros hijos o nietos no van a saber distinguir entre algunas procesiones y un desfile de Halloween. Porque se trata de disfrute, de disfraces, de música y de reparto de caramelos o estampitas, ¿no?

 

e-mail: diputadocruces@yahoo.es

 

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