Arte Sacro
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Miercoles Santo baldío. Antonio Sánchez


 Aún recuerdo aquel verso que aprendí en la juventud, esa primera estrofa donde el corazón se te salía del pecho recordando a tu amada, aquella que en un instante te hacia mudar tus primeras pieles de serpiente.

Poco a poco, muy poco a poco pero de manera inapelable, como sorteando una ojiva, la vida fue colocándome en determinadas tesituras de las que fui saliendo dejando mi rastro de amargura, y aprendiendo, convirtiendo en una esperanza ese conocimiento, que deja la pena cuando te sientes desamparado y ninguna gracia y amparo puede darte su socorro, cuando sientes tu alma en el subterráneo de la pena.

Amores, trabajos, desengaños…, me condujeron por este valle sorteando como podía las lagrimas, y buscando la luz, a veces amparado en la soledad, a veces sintiendo la consolación en la merced que dan los amigos.

Así llegué hasta este momento ese instante en el que la vida me puso una nueva prueba, dejar el antifaz, no se si de manera definitiva o solo eventual, pero eso si, dejarlo este año…, el año de la angustia, la tristeza y el mayor dolor y traspaso, mi traspaso de la vida penitente a la vida de la calle, esa en la que no recuerdo como se vive un miércoles santo, esa que vuelve a mi después de muchísimos años de desconocerla, de aislarla, no se quizás este exagerando, seguro que lo estoy haciendo, ojalá cuando pase la semana santa, pueda verlo de otra manera; ojala Ella me de su gracia y la esperanza suficiente para sentir que su caridad no me ha abandonado aunque este año no sienta la opresión azul mecánico en mi cara.

Iré a verte algo que no hago hace 8 años y los que te debo no dudes que te los pagaré, no se cuantas auroras habré de esperar pero lo haré, te lo juro, como aquel día te dije; y no dudes que mi penar más hondo será no tener la túnica apoyada en el cíngulo que tu mirada tiñó de blanco una tarde de miércoles santo cuando me crucé contigo subido en los hombros de mi padre.

Foto: Juan Alberto García Acevedo










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