Arte Sacro
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Ya queda menos. Luz y vida a los pies del Calvario. Alberto de Faria Serrano


 Manantial de fugaces destellos adocenan la mansedumbre humana en la puerta de la Parroquia. Dos insaquibles sentimientos afloran en la epidermis de un cofrade como las jarras de grifo del paso; el vínculo de pertenencia fraternal y honra litúrgica del misterio: el que nos conmueve entre los dos clavos rebosantes de Esperanza. Aquel aún concita el secular recuerdo de una congregación que dio cobijo a una disparidad social y étnica aun en la penumbra del Calvario de los tiempos. Y éste señala la meditación preceptiva sobre el significado del Calvario en nuestras vidas y nos deja en suerte para la imposición de la ceniza. 

No hay mayor solemnidad posible en un escenario tan efectista; la apoteosis de los frescos de Lucas Valdés  palidece  y se diluye por  sus frisos durante los cultos de estos días. El eclipse de la mirada de la Magdalena de Malo de Molina es inversamente proporcional a la magnitud espiritual de la fe de los que no cejan de alzar su cuello hasta la altura máxima del altar. Toda la esplendorosa majestad de la entrega del Señor en la Cruz se funde en la cera empleada para iluminarla. Cada cirio conserva intacta la robusta fe de los que los enderezan. Cada llama invoca el señuelo anónimo de recuerdo de los que partieron y están presentes en el gozo eterno de su presencia. Cada clavel o cada rosa evocan la renovación y la frescura  de la protestación y embellece la simetría y la sobriedad magneficiente del Altar.

Llegará el jubiloso momento que concede y concita la Congregación de la Luz y Vela; y todos se arremolinaran henchidos de fervor. Adorarán cada día la distancia que separa la Capilla del altar para llenarse del Espíritu de Jesús y lo llevarán en procesión claustral el penúltimo día para consagrar su Corazón. No hay mayor alegría y exteriorización que proclamar su bendición y su reserva. Culminará   la Función el símbolo de fraternidad con el aula magna de la exigente hermandad del Calvario a rebosar. Su sello perdurable como signo inequívoco de observancia.

La luz y la vela es el camino para llegar al doloroso Calvario de cada mediado de Febrero. Bajo el prisma cofrade de almacenar unas cuantas instantáneas más pudiera presentarse una errónea contemplación de los cultos de quinario. Nuestra luz podría ser una ejemplar linterna para la preparación del tiempo de Cuaresma. Allá arriba donde se ubica el triangulo divino del quinario en lontananza se transfigura el descarnado Monte de nuestras pesadumbres y aflicciones. Las mitiga la dulzura de la inclinación de su cabeza que entorna la verdad de la salvación eterna. Cuando esté flanqueada por los ángeles ceriferarios,  se estará profetizando que ha de pasar bajo el arco del Postigo de la gloria de Sevilla. Cuatro hachones de tiniebla petrificarán el alma al despuntar el alba por el adoquinado de Doña Guiomar y la melodía de la caoba acompasada con la candencia racheada de las alpargatas nos presentará justo a sus pies. A los pies del Calvario. Ya queda menos.

Foto: J. A. de la Bandera










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