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Que poquito queda. Mayor Dolor en Temprado. Alberto De Faria Serrano


 Hoy se escapa un rumor trianero por la orilla de la cucaña que se desliza en busca del Arenal. Un lamento melancólico de un pasado no muy lejano en San Jacinto.  Un lamento que sabe percibir el dolor de la ausencia definitiva. El quebranto austero y certero de la separación de lo que un día Triana fue y ya no tendrá. 

Como tantas familias que han buscado cobijo más allá del Altozano, como no podía ser de otro modo, mana siempre vida allá donde repose su costado, con su madre del Mayor Dolor  y se afincaron allí donde encontraron el calor y la devoción que buenamente le concedieron. Comenzaron desde los cimientos a labrar su amor por los que se acercaban y emprendieron no sin dificultades, el único camino posible; el de darse a sí mismo, como el agua que brota del manantial infinito. 

Fijaos atentamente en las dulces manos de Eslava; un ensimismamiento  sobrecogedor se apodera de ti al acceder a la coqueta capilla del Dos de Mayo y encontrar este velatorio tan íntimo y entrañable. Es el Mayor Dolor de tantas y tantas Madres de hoy día que no comprenden el cruel destino que la vida ha podido deparar a sus hijos. Y quedan en la más triste soledad y agonía. Para ellas perder un hijo es perder casi la razón de su existencia. Más no está sola; Tras el teatro de las apariencias, estarán los que de verdad les siguen y les aman. No cabrá un alfiler. Ya lo verán: todos los nuevos hijos arropan a la Madre en su aflicción y velan el cuerpo del Redentor. A Ella le acogerán  en su mano el cariño afectuoso para que no se derrumbe  y a Él  le untarán  en su pie el amor uncido de la transfiguración terrenal antes de rezar su caridad infinita por el Postigo del Aceite y la Torre de la Plata   bajo las estrellas. 

Porque no brota nada más que vida de Tu costado, Señor, inquiere el valor de tu sacrificio. Esta noche quisiera ser el ángel de Duarte  que la recoge y la lleve allá donde se compunge una madre por el mazazo de un hijo desorientado o a su suerte abandonado. Que su pañuelo de seda alivie su desconsuelo en su Mayor Dolor. Ese llanto de desconsuelo, que casualidad viene del otro lado del río, ya no es rumor pasajero; llora porque ya no brota la vida en su hijo Carmelo. Ten fe. Que poquito queda. 

 A Isabel y Cristina.

Foto: Juan Alberto García Acevedo

 

 










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