Arte Sacro
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Ya queda menos. Dulce Espera. Alberto de Faria Serrano


 No es un sueño. Es una desbordante realidad. No es una quimera. Solo una anhelada potestad. No escatima su deidad. Es de este mundo y bajo la torre proclama  nuestra dulce verdad. Ha bajado de su venera serena y sigilosa para ofrecernos la ternura de su dolorosa tempestad. Recubre  mimosamente su mechón despistando airosa la toca de nuestra voluntad. De un perfil u otro la miramos embelesados sin tiempo ni opacidad. La capilla desprende un murmullo de oración desbordada fruto de nuestra lealtad. Comparece la Rosa de las rosas, el vergel hecho filigrana y brocado repleto de piedad.

No resulta nada difícil declararse en voz alta delante a la Rosa de San Lorenzo. Muy al contrario, es un ejercicio habilidoso porque circula dúctil y presuroso un impacto visual de estrecha cercanía,  de  extrema intimidad con el devoto que emana del aura calido y vaporoso de su mirada perdida tanto en el  oprobio que Malco y el Sanedrín afrentan a su hijo  como en la compasión y la ternura que nos brinda por entero.  No se la devuelvas de soslayo hermano. Mírala frente a frente y deja que se exprese abiertamente el alma dulce que se petrifica por la constreñida dureza de tu piel que no deja transparentar lo que sientes a tu semejante. Ofrécele finalmente el candor de tus labios si es tu deseo  y solo alcanzaras el  fruto indecible de su Dulzura y de la frescura de su verbo reencarnada en jardín  rutilante de septiembre.

Hemos de estar todos pues todos somos necesarios y a todos nos considera imprescindibles como decía el padre en la Función del pasado Domingo. Si alguno falta, las lágrimas vidriosas recrudecerán por su mejilla la pesadumbre como caen las primeras hojas de los plátanos de indias en la plaza. Plomizas e inertes por los que se ausentan. El equinoccio los precipita como los llantos de los que sufren. Como la lluvia fresca que abre de par en par la estación de la memoria para recibirla. Es la Rosa del barrio de San Vicente con  diferente  compasión  a la que despierta la de las Tristezas, con desigual sufrimiento que la de los Dolores, con matizado sosiego que la de la Cabeza, con la misma certeza pesarosa que la de la Palma,  con  menos ensimismamiento interior que su vecina de la del Mayor Dolor y Traspaso, pero con similar frustración que la de la Soledad, si. Es por ello que Castillo la erigió con su carismática esencia vaporosa; el entrecejo fruncido, los labios entreabiertos y tenuemente exhaustos por el llanto, la tez brillante y crecida de policromía. Como si acabara de brotar esta misma mañana, se nos aparece tal que una Rosa que clama y proclama la proximidad de su ternura materna y celestial, el certero dolor de una mujer entregada, la inmediatez eterna de su Dulzura. La que derrama a borbotones por cada clavel y cada exorno que se le entretiene.

Esa Dulzura de la que nos dejó un tanto huérfanos y a poco que nos demos cuenta, se posará  tan radiante y reluciente como este fin de semana, bajo el manto y el palio de Ojeda a poco que por la parrilla nos invadan penetrantes los otros aromas equinocciales y con su gracia, la Rosa purifique el sacrificio con su Nombre. Ya queda menos.

Alberto De Faria Serrano

Foto: Juan Luis Barragán










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