Arte Sacro
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¡Que poquito queda!. El Estímulo como Fin. Alberto de Faria Serrano


 Te estamos viendo, Señor,
Por nuestra salud herido.
Estás al leño prendido
Con cuatro clavos de amor.
Pues tu sangre de rubí
Nos ha venido a salvar,
Te rogamos ten piedad
Santo Cristo del Buen Fin.

Así reza la decimotercera Estación. La Providencia hace posible que un farol de Piedad alumbre las cuartillas de los hermanos servitas. Las naves de la Seo ya habrán retumbado doces veces como un muñidor insondable. Crepita la cera fundida. Se difumina en el alma cofrade los destellos de la consagración.

Un año más una sola hermandad honra la Muerte del Hombre. Es el reencuentro con las distancias y con las miradas amigas de cada albor de la primavera. Ni la noche vencida, ni el quehacer cotidiano nos apartan del Fin. El único Fin en suma. Allí a su lado rezando en capilla o con el del racheo de los portadores, marcamos el compás preciso del rito. En el giro exacto se nos incrusta la crudeza del madero por los cuatro clavos que más desvelan en San Antonio de Pádua: El Estimulo como Fin. No hay discapacidad que valga para un propósito tan noble. No hay enfermedad insufrible que no encuentre su Magnificat; Proclamamos de noche la grandeza del Señor, y nos alegramos en Dios nuestro Salvador. Los que no puedan asistir irán con nosotros. 

En el regreso, no nos dejaremos vencer por el gélido y permanente recuerdo de los ausentes. El claro de luna alumbrará el camino del Mejor Fin. No habrá mejor estímulo que el de comprobar que la hilera de naranjos de la Lonja Consistorial , se estigmatizan con su sangre rubí. En San Antonio, la brisa  de la medianoche se rendirá a su paso para dar abrigo al presuroso instante en el que silenciosamente se germine el secreto mejor guardado de todo el barrio de San Vicente: el que sólo será desvelado allá por el próximo Miércoles Santo. El que solo conocen el Señor dormido y la fronda de naranjos. El que está anudado con un cíngulo franciscano a su memoria. ¡Qué poquito queda!

 










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