Arte Sacro
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¡Que poquito queda! Confesionario Sacramental. Alberto de Faría Serrano


 Se nos ha parado el reloj de la memoria. La pausa del rito desactiva la cuerda y ni siquiera la tibieza de las mañanas que preluden el gozo, hacen palidecer el ímpetu. Atravesamos la puerta de San Vicente y nada mas poner el pie, suena la primera en la frente; Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Pues lo han hecho. Cargada del polvo del poso de la historia, mientras el incienso condensa el espacio y expande sin dirección el recogimiento de los fieles, el sacramento se hace confesionario cofrade en cada una de sus Palabras. Alguna a buen seguro saldrá de sus labios en el arameo lenguaje de los destellos del misticismo escenográfico.

En verdad,  Te digo: hoy estamos Contigo Señor en el Paraíso. En este Edén cofrade donde no hay prisa ni pausa. Ni día ni noche. Ni turbación ni preocupación. Ni euforia ni felicidad. Solo plenitud. Sencilla y majestuosa Plenitud. Cuando Dios hizo el Edén, pensó en Carmesí. La misma tonalidad con la que la Madre volvió a ser Madre y el hijo volvió a ser Hijo. Mujer, he ahí a tu hijo; Hijo he ahí a tu madre. Juan entra en el reino y Maria lo recibe como Madre del mismo. No hay mejor Remedio para esta dramática orfandad. No hay más escueto ni valido testamento que el que se pronuncia en el Tránsito. El que realmente vale. El que día a día se notifica ante el notario invisible de los sentimientos. Los que están a los pies, se tienen los unos a los otros. ¿Hay algo más que firmar?

Porque la Misericordia del Nazareno es infinita en la otra capilla, parece que retumba en todo el artesonado mudéjar, el grito desesperado de los Hombres; ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? El silencio de la bruma y de la tiniebla como única respuesta, como en la flaqueza de la calle Zaragoza o la Gravina de la condición humana, y donde no se ve el final de la agonía. Los sedientos de su compasión saldrán esta tarde saciados y enaltecidos porque habrán comprendido milimétricamente el significado de la quinta palabra.

Al final cuando la cola del confesionario empiece a menguar, podrá decirse que Todo estará cumplido. Habráse cumplido la profecía y todos los que por allí pasaron, pronunciaron con sus labios la más bella meditación que El quería escuchar: los más rezagados querrán apurar. Para ellos siempre habrá una rosa. Y solo queda que se escenifique el prodigio del misterio de las Siete Palabras erigido en su paso. En Tus manos encomiendo mi espíritu. En Tus manos nos encomendamos por Pedro del Toro y el Museo, donde se pronuncia la que nunca recogieron los evangelistas, la octava; La que solo conocen los pájaros que anidan en el Magnolio. ¡Que poquito queda!

Foto: Francisco Santiago










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