Arte Sacro
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Texto de la Meditación al Cristo de la Caridad de Santa Marta a cargo de Enrique Henares


 Arte Sacro. Gracias a la hermandad de Santa Marta, les reproducimos integramente el texto de la Meditación al Stmo. Cristo de la Caridad en su traslado al sepulcro pronunciada por el pregonero de la Semana Santa 2009, Enrique Henares, el pasado 8 de marzo.

Meditación ante el Santísimo Cristo de la Caridad en su Traslado al Sepulcro

INTROITO

He vuelto a tus pies Señor, como hermano de esta querida Hermandad, al cabo de tanto tiempo. Algo más de treinta años me devuelven a la ilusionada juventud que siento nunca perdida, a buen seguro por tu discreta ayuda en la salud, en el trabajo, en el espíritu y en la familia. Estoy como en mi casa. ¿Qué elixir extraordinario destila tu atravesado costado que libado por tus cofrades hace de esta Hermandad una casa familiar dónde siempre me recibieron con los brazos abiertos?. De esta casa, de esta familia, he recibido mucho para lo poco que le he aportado. Sí ya sé, Señor, con tu silencio elocuente me contestas: Tú eres Caridad y la caridad bien entendida es dar sin esperar; amar sin esperar ser correspondido; intentar hacer felices a los demás sin esperar que nos devuelvan el mil por el uno de la felicidad. Sí, Señor, ese elixir maravilloso eres Tú mismo, la caridad en esencia que todo lo hace amor en compartir. Lo he comprendido en el mudo y elocuente discurso de tu muerte, y por eso Señor de nuevo estoy aquí, a tus pies, después de tanto tiempo.

EL ENCUENTRO CON TU CUERPO SIN VIDA

Ya en esta época, Señor, discurrir hasta San Andrés sin distraernos por la ciudad que espera con anhelo de felicidad la cercana primavera, que este año se enseñoreará de la misma a la vista del rostro de la Esperanza, parecería un pecado de mal gusto. Ahora la ciudad en el umbral de su fiesta más compartida y convivida, de su Semana Santa, se nos antoja como un capricho nacido a la vida desde las aguas del río Betis, como una imagen creada por una incursión interior de la marinera brisa tartésica nacida en la desembocadura de ese padre río. La ciudad se hace flor que parece salida de los versos de Fernando de Rioja; flor intocable y cambiante; flor duradera y perenne, que en cierto modo se apaga en la húmeda invernada para convertirse en un ser polifacético pero profundamente depresivo en todos sus aspectos, y que en esta época finalmente se abre como origen del amor y de la vida, en una estación única y permanente de un paraíso terrenal que parece nunca se mancillará. Sí, Señor, antes de llegar aquí he vivido el momento único en que Sevilla se ha convertido en la ciudad reina del azul, de un azul de cielo imposible en la paleta del más genial de los pintores, desconocido del natural arco iris. Acá, casi en la cercanía, Señor, el jardín y el huerto de Santa Paula se ha hecho canto a la vida: luz, verde, trinar de las aves, clausura alegre, y el espíritu de Sor Cristina de Arteaga, tan cultural como conventual, proclamando que la clausura no es cárcel en la sin igual primavera de Sevilla. Ya, Señor, han roto en blanco y perfume tus naranjos. Ya se ha hecho alegría ese huerto cercano y claro, reducto de grandeza bien entendida y mejor respetada, recuerdos de infancia de poetas, donde comenzará a madurar el limonero lejos de la mantenida tristeza castellana que acabará contagiando una obra sin embargo excelsa, amada y comprendida, de ese Antonio que en el fondo nunca conoció a Sevilla.

Sí Señor, he cruzado por esa riada de alegría y vida que es la ciudad en estas vísperas, y llego aquí y ¿qué me encuentro, Señor?: oscuridad y silencio; tu cuerpo que yace sin hálito de vida. ¿Es esto una derrota Señor?, ¿es un castigo?, ¿la vitalidad de la calle es un engaño?. No me contestes, Señor, me quiero contestar a mí mismo, Tú continua con la sabia elocuencia de tu silencio que a buen seguro es una respuesta confortadora. Tu cuerpo yacente y sin vida en principio no sería más que la figura de nuestra sociedad. Una sociedad a la que tras el oropel de la alegría le han matado la moral y el espíritu. Hay, a qué dudarlo, quienes se han empeñado en enterrar, como si te enterraran a Ti, la realidad de las raíces cristianas de la vieja Europa, que han conformado a través de los tiempos una sociedad con defectos, como todo lo humano, pero bajo el primado de unos principios morales en absoluto confundibles con una forzada confesionalidad social. Quienes, se han empeñado en cambiar los cimientos del edificio social, sin que se resquebraje el mismo. Por esa vía se ha llamado matrimonio a lo que natural y jurídicamente nunca lo será. Por esa vía se han sacralizado adopciones sin sentido, sin perjuicio de la buena fe de los adoptantes. Por esa vía el matrimonio se deshace sin tiempo de reflexión. Por esa vía el aborto se facilita como una costumbre social. Por esa vía se maneja a los emigrantes como una simple mercancía para la ganancia política. Por esa vía se hurta a los padres la educación social primaria de los hijos. Por esa vía se habla hipócritamente de la ansiada y verdadera paz. Por esa vía la memoria histórica se impone por una ley de vencedores y vencidos, y no por la idea de perdonar unos y otros lo que ya es olvido y fue fruto de la falta de cultura y la injusticia. Por esa vía se persigue el desalojo de los católicos de la sociedad y de la cosa pública. Nuestro edificio social se ha resquebrajado, y en nuestra responsabilidad de personas morales y creyentes está nuestro compromiso social de rehabilitarlo. No podemos permitir que simplemente nos encierren en las sacristías como si fuéramos unos beatos locos. Porque, ¿verdad Señor, que nuestros principios nos comprometen?, porque ¿verdad Señor, que hemos de resultar ejemplos en la vida pública?. Desde tu elocuente silencio he oído tu respuesta: sólo con el compromiso podremos hacer que tu cuerpo sin vida no sea sino el símbolo de la Resurrección y no el de una sociedad moralmente muerta. POR QUE UNA HERMANDAD Y COFRADÍA

Nos lo cuenta Juan en su Evangelio: "Después de esto, José de Arimatea que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo –aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca pusieron a Jesús".

Y en Sevilla Señor, desde hace siglos, se representó para siempre ese tu misterio del traslado al sepulcro. Fue allá cercano el río, cerca del Arenal, donde en la iglesia del Señor San Jorge el retablo genial de Bernardo Simón de Pineda se hizo marco para un cuadro no menos genial, no pintado sino tallado, en el que Roldán expresó tu traslado al sepulcro. Toda una lección de caridad, de una caridad que como nadie ha ejercido la admirable y sevillana corporación de la Hermandad de la Santa Caridad: enterrando ahogados, recogiendo a necesitados y enfermos y enterrando a los suyos bajo el imperio azul de la caridad con unas formas mantenidas en el tiempo y que parecen trasladarnos a pasadas centurias, pero con una labor permanente que nunca pierde actualidad. Allí en el Hospital e iglesia que labrara el Venerable Miguel de Mañara está el origen plástico de tu sevillano misterio. Allí la lección permanente que nos enseña en relación con los necesitados, nuestros amos y señores los pobres. Y ese venerable Mañara se me antoja el propio Nicodemo, aquel hombre que había entre los fariseos y que era magistrado judío, que acudió una noche a verte en vida y que quedó ciertamente confundido cuando le manifestaste que quien no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios, porque a su edad no entendía poder volver al seno de su madre y nacer, ni comprendía cómo se podía nacer del agua y del Espíritu, o en definitiva nacer de nuevo. El Venerable, que hizo representar tu traslado al sepulcro creyó como Nicodemo y nació de nuevo a una vida del espíritu manifestado en la ayuda a los más necesitados y en el ejercicio de la caridad en todas sus manifestaciones hasta llegar a la más luctuosa del sepulcro.

Y si ya desde siglos existía esa representación del traslado al sepulcro e incluso una hermandad propia, ¿por qué Señor inspiraste a los fundadores de esta otra hermandad hasta hacer poner tu cofradía en la calle?. Creo Señor encontrar de nuevo la respuesta en tu voz imposible. La hermandad porque es cenáculo espiritual para vivir en la convivencia de la vida de la fe, como fórmula sevillanísima de acercarse a Dios, un Dios-Hijo que se nos mete hasta las entretelas de nuestro ser, fundamento único de la hermandad como camino de la fe. De esa fe que es creer en lo que no se ve y creer porque se nos ha revelado que existe. La fe como sentimiento sin explicación. Como ser ciego de nacimiento y creer que existe el cielo luminoso de Sevilla sin poder verlo; creer, siendo ciego, que su claridad se la da el sol porque siente que en el frío invierno le pone tibia la piel y en el agresivo verano se la quema incompasible.

Y si la hermandad es convivencia en la fe, tu cofradía es el vehículo de la hermandad para pregonar la fe en la calle. Pero, ¿será un anacronismo tu cofradía en la calle en pleno siglo XXI?. Ciertamente cuando la llegada del hombre a la luna ya es un capítulo antiguo de nuestra historia, cuando hablamos de aviones espías sin pilotos, de bombas inteligentes, de comunicación sin cables, de ordenadores que se vuelven obsoletos en un mínimo periodo de tiempo, de internet, de correo electrónico, de video-conferencias y de no se cuántas cosas más, acaso nos podríamos engañar para concluir que efectivamente la cofradía es un anacronismo. Frente a ello es preciso recordar que el hombre y su técnica siguen si ser infinitos. Todavía no hemos encontrado explicación al origen del universo, ni definitivas soluciones para el cáncer o el sida, ni una fórmula para la paz mundial, ni un estado social para que hasta el más desafortunado de los mortales disfrute del más mínimo bienestar, y si algún día lo consiguiéramos saldrían a la luz otras muchas debilidades y limitaciones humanas. Seguimos necesitando, lo llamen como lo llamen, de nuestro Dios, ese que tus hermanos a través de su Hijo Unigénito ponen en la calle. Por ello, simplemente por eso, inspiraste a tus fundadores, porque necesitamos más que nunca de la cofradía, que es tanto como poner a Dios en la calle al alcance de todo el pueblo sin distingo alguno de clases, abiertas las puertas de las iglesias como si Cristo saliera a buscar a quien se resiste a buscarlo en el altar o en el Santísimo Sacramento. Cristo en la calle, desprendiéndose del ornato de las capillas para entregarse al hombre.

De ahí, verdad Señor, el extraordinario misterio que se hará vida cada Lunes Santo. La gubia del desaparecido Ortega Bru se encargó de realizar el milagro. El cuadro tallado de la Iglesia del Señor San Jorge, adquiere vida y movimiento. Su marco, el gran retablo del nombrado Bernardo Simón de Pineda, se hace canastilla de sevillano paso de misterio. Todo barroquismo y realismo, Cristo siendo trasladado al sepulcro por unos cuantos amigos. Y, ¿verdad Señor que hay ejemplaridad en esos amigos más allá del ejercicio de la caridad de enterrar a los muertos?. Claro que la hay.

Por delante Nicodemo en actitud de fortaleza, como si fuera un hombre joven, acaso porque al comprender tu muerte ya había nacido de nuevo, aquello que tan perplejo le dejó la noche en que te visitó. Parece decirnos que en Cristo está toda la fuerza, la que no tenemos y tantas veces necesitamos para levantarnos de las caídas de nuestra debilidad humana. Que en Ti está toda la verdad, todo el consuelo, toda la salud. Que en Ti muerto se desvela para siempre la vida.

Le ayuda a soportar el peso de tu cuerpo en el sudario José de Arimatea, hombre justo que dicen los Evangelios, y que superó todos los miedos humanos para pedirle a Pilato tu cuerpo, que era tanto como decir que Tú eras su amigo y él tu discípulo, poniendo a la vista sus sentimientos y creencias frente a una sociedad que te había traicionado y ante unos políticos y autoridades que habían perpetrado tu muerte en el intento de acabar con tu doctrina y no poner en peligro su estatus. Qué ejemplo, verdad Señor, para tantos y tantos de nosotros que nos avergonzamos de nuestras creencias ante las modas sociales que imponen una sociedad no solo laica sino carente de principios éticos y morales, sin que seamos capaces con nuestro ejemplo y actitud de demostrar que tu mensaje es imperecedero, el único y gran mensaje que no necesita cambiar con el tiempo porque siempre tendrá actualidad.

En su dolor te acompañan tres mujeres del pueblo, María Magdalena, María Cleofás y María Salomé. Tres ejemplos de abnegado servicio. Tres ejemplos de la fuerza y el valor que sólo tienen las mujeres, mucho más cuando son madres. Y como manifestación de esa fuerza y de ese valor no te abandonan cuando hasta tus discípulos, en ocasiones envalentonados, ya han perdido todo el valor y te abandonaron en tu cautividad. Tres mujeres valientes, como las madres que hoy se niegan al engaño de la vida que es el aborto. Tres mujeres como las que hoy pretenden mantener la institución de la familia como primera célula de la propia sociedad y que resultan ejemplo para la educación en la ética y la moral de los hijos, principios no enseñables desde libros teñidos de partidismo e ideologías interesadas de quienes se tienen por exclusivistas del progreso y la modernidad. Por eso Señor, por esa abnegación de las tres santas mujeres, las premiaste con ser los primeros testigos de tu resurrección gloriosa que creaba una nueva sociedad. Protege en ellas, Señor, a todas las mujeres, templos de la vida y hoy pasivas protagonistas de la violencia que después de enseñorearse de la vida y de la sociedad se ha instalado en la institución del matrimonio y la familia.

Sólo un discípulo en el cortejo, Juan, joven y proclamado el hijo universal que a todos nos representa. Por eso acompaña a tu madre, que no puede ser sino la representación de la pena. Por eso, Señor, desde aquí te pido seas soporte de tantas madres como hoy ven morirse a sus hijos hundidos en la podredumbre del vicio y la droga, del paro y la incomprensión, de la enfermedad y el abandono. Protégelas Señor.

Santa Marta se nos aparece en el doliente cortejo. No hablan los Evangelios de su presencia, pero que más da porque de lo que sí hablan es de cómo se aprestó a servirte en lo material y fue receptora de la lección de que lo importante está en la vida del espíritu. No se trata de una renuncia a lo terrenal, que también es necesario, y que cristianamente se hace virtud al ser compartido, sino de no perder de vista, como le hiciste ver a la Santa, que no todo termina en lo terreno y que existe un primado de lo espiritual.

Y Tú Señor con tu significación que va mucho más allá de la belleza de tu talla impresionante. Te aparecerás en la noche del Lunes Santo, ya cercana tu casa de San Andrés, cuando estará callada la belleza, callada la fuente, callada la torre, callada la vida, callada la brisa, callada la muerte, callada la mentira, callada la ira, callada la indolencia. Cuando la única voz sea tu cuerpo presente que como una voz imposible tanto nos dice. Estará dormida la música, dormida la belleza de la noche, dormida la esperanza y la ciudad entera, dormida la penitencia, dormida la luna llena, dormidos tus naranjos, la ventana y la azotea y hasta la nueva primavera. Todo callado y dormido camino se San Andrés, sólo el tañer de campanas que viene a imponer silencio, y con todo callado y dormido serás Tú y sólo Tú el misterio de una calle encendida, el único lucero con brillo, como contradicción a un cuerpo muerto. Sí, sólo Tú serás, muerto como vas, el principio de una nueva vida. Tú, con tus ojos cerrados dirigidos al cielo de tu Padre que no puedes alcanzar a ver, y sólo imaginas en tu sueño eterno de resurrección, te conviertes en la única luz en nuestra noche oscura del alma. El maestro imaginero de San Roque, que nos abandonó hace veinticinco años, hizo de tu cuerpo un milagro del espíritu que nos acoge. Cuerpo de atleta muerto y costado abierto, reguero de sangre que ha convertido la tierra pedregosa en jardín de lirios, y que cae sobre nosotros como el bautizo del nuevo nacimiento a la fe. Tu brazo derecho descolgado, casi tocando la realidad del suelo, se nos antoja asidero divino para levantarnos de nuestras caídas. La rosa roja cercana no es sino la representación de cada uno de nosotros, que en la noche del Lunes Santo queremos alcanzar la perfección de tu mano para nunca soltarnos de ella.

Sí Señor, eres la imagen en la calle, estás al alcance de nuestros sentidos corporales, eres el milagro del espíritu de un artista y sus manos de artesano, eres la imagen de Dios, la representación del Dios-Hombre, la demostración plástica de que Dios por nosotros también fue hombre. Ha nacido la imagen, ajena a todo coleccionismo y a todo museo; la imagen como camino a la verdad de Dios; la imagen intocable y respetada como representación de lo más divino y sublime: Cristo hecho carne viva trasmutando la artesana madera.

Así estás en nuestra prodigiosa nueva Jerusalén, marco espléndido desde un extremo a otro para hacer de los naranjos, olivos; del azahar, bálsamo; del incienso, oración; y de nosotros, los que soñamos, la esperanza que solamente hemos podido encontrar en una muerte que a veces no tiene explicación.

Y así continua tu cortejo hacia San Andrés. Sin más nadie sobre tu paso, en el abandono de los demás discípulos, miedosos y escondidos, casi convencidos, no obstante tus palabras de vida eterna, de la imposibilidad de tu resurrección hasta la incredulidad de Tomás que sólo alcanzaba a convencerse en la materialidad de introducir su mano en las heridas de los clavos de la crucifixión.

Más abajo, Señor, te acompañan respetuosos y silentes tus hermanos. Cada uno como un mundo. Cada uno con la conciencia de sus numerosas caídas. Cada uno con su petición de perdón. Serán los momentos íntimos, cuando el antifaz parece separarnos del mundo diario, cuando esa intimidad nos permita hacer un repaso, imposible en la cotidianidad de nuestra vida social y laboral, de cuanto hemos hecho al cabo del año, de lo bueno y de lo malo. Cuando íntimamente nos dolemos, porque a Ti, el amigo, le hemos causado dolor, porque Tú, aun muerto, sigues sintiendo dolor, como en el poema de Miguel Hernández: tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento.

Te has mostrado a Sevilla y sigues hacia San Andrés, para esperarnos todo el año, y si no aparecemos para darnos la sublime lección de salir de nuevo a buscarnos al cabo de un año.

TUS CAPATACES Y COSTALEROS

En estos pasados años, Señor, en ocasiones estuve materialmente muy cerca de Ti, cargando con tu cuerpo, como Nicodemo y Arimatea, poniéndote en la calle, poniéndote ante los ojos del mundo. Dios en la calle, que como hemos dicho es más necesario que nunca en pleno siglo XXI. Y para Ti, Señor, en una ciudad de exquisita sensibilidad, había que buscar una forma especial, una forma viva de hacerte presente en la calle.

Por esa exquisita sensibilidad se huyó de todo medio mecánico que se alejara de lo humano, de todo aquello que careciera del pálpito de la vida, de todo aquello que se alejara de la expresión artística, en definitiva de todo aquello que se alejara del hálito vital. Por eso, Señor, también fui tu costalero, para dar vida a tu bendita madera. Costalero anónimo, humilde, pero íntimamente orgulloso, con un orgullo que a caso secretamente o incluso inconscientemente va más allá de la simple fuerza física para adentrarse por los difíciles caminos del espíritu que sólo Dios puede desentrañar. Sí costalero, como aquellos cuyas manos nervudas y encallecidas sobre aquellas esquinas de los dorados respiraderos, atraían mi mirada de niño; ser tan profundamente generoso como para llegar a consagrar la propia austeridad del esparto para que besando una y otra vez el suelo, gastando su reciedumbre espinosa, acariciando sin fin la tierra, convertirlo para siempre en Sevilla en lecho suave de tu muerte. Mira, Señor, también bajo tu paso, a esos hombres que también tienen sus penas y alegrías, sus problemas y sus crisis, sus caídas en las que paradójicamente les falta fuerza para levantarse. Ayúdalos, que también la fe anida bajo las trabajaderas, a ganar el cielo con el sudor de su frente.

No olvides tampoco, Señor, a aquellos que en los años de vida de tu Hermandad fueron los capataces que te dieron a la luz de Sevilla, y que el paso inevitable de los años los ha hecho ausentes de esta bendita tierra. Seguro que ellos en la muerte también han buscado el asidero de ese tu brazo caído, seguro que han buscado tu mano para que no los sueltes jamás, seguro que han buscado compartir tu sudario. Por eso, Señor, porque te sirvieron, tenlos contigo. Comparte suavidades al andar con Manolo Bejarano; premia la fidelidad de José Ariza; la sapiencia de Rafael Franco; o la verdad, del último que se fue, Domingo Rojas, que puso punto y final glorioso a toda una época que para siempre quedará en el recuerdo de los cofrades y de lo buenos aficionados. Y, perdona Señor, aunque no llamó a tu paso, comparte tu gloria con quien sí llamó a tu puerta cuando se nos marchitaba el pasado abril, con el viejo Villanueva, que antes de tu muerte te mimó como Cautivo abandonado y ha dejado ante tu paso su propia herencia.

LOS AÑOS PASADOS

Como al principio te decía Señor, han pasado muchos años antes de este mi retorno ante Ti, pero no puedo olvidar aquellos pasados años en que a tu sombra y en el estrecho pasillo de San Andrés, nos hicimos hombres y amigos, e incluso conocimos a las mujeres con quien compartir la vida para crear una familia, y todo ello gracias a tu Hermandad. Afortunadamente el paso de los años no ha roto esa amistad y a buen seguro por eso estoy de nuevo aquí y recordando ante tu dolor muerto no sólo aquellos buenos ratos de juventud sino también a los que entonces para nosotros eran mayores y estaban engrandeciendo la Hermandad para tu mayor gloria y la de tu Stma. Madre de las Penas.

Se me olvidan muchos, a qué dudarlo, pero quedan para siempre en mi memoria aquel señorial y comprensivo Manuel Otero; la actividad desbordante del mayordomo Albéndiz; la bondad y amistad sincera de Manolo Martínez ; y la fidelidad de tu viejo capiller Tapia. Si están en mi memoria, Tú, sin duda alguna, los tienes a tu presencia.

SEVILLA A TUS PIES

Me voy a marchar Señor, voy a volver a cruzar la ciudad en estos días de una alegría que en otras latitudes pocos podrían comprender, cuando la Cuaresma se apaga y se prepara el doloroso momento de tu Pasión y Muerte. Pero en mi paseo Señor me voy a acercar hasta nuestra torre única, por la que no pasa el tiempo, por la de todas las épocas, contradictoria como nosotros, almohade y renacentista, y voy a tomar de la mano al propio Giraldillo para traerlo a tus pies, como si pusiera a toda Sevilla a tus pies para que la hagas una ciudad generosa y solidaria. El símbolo de la fe a tus pies, Tú la Caridad, en Ti la Fe.

Y después me alejaré agradecido junto a mi familia, el patrimonio que me queda después de haber trasladado en el tiempo a mis padres a tu sepulcro. Junto a mi familia que has mantenido unida, lo sé, contra el viento y la marea de mis muchos errores humanos. Sí, Señor, me alejaré agradecido como cuando disfrutaba de la juventud junto a Ti.

EPÍLOGO: NO ESTÁS MUERTO

Termina mi reflexión y meditación ante tu cuerpo muerto después de haber entregado en la cruz tu último aliento al cielo. En esa consumación única parece haber terminado todo como en nuestra Semana Santa, quedándonos en la muerte que ha llevado a suponer una crítica porque parece que viviéramos de espaldas al misterio glorioso de la Resurrección y en definitiva a la vida eterna.

Tal afirmación, Señor, a mí no se me mantiene en pie, porque Sevilla siempre ha tenido en Ti el sueño de la Resurrección, porque no estás muerto. Tu sublime serenidad no se corresponde a un estar en la muerte sino a una sublime lección de cómo se pasa por la muerte como puerta de gloria eterna.

Basta, Señor, observar la perfecta arquitectura de la muerte que es tu cuerpo levemente suspendido en la sábana de tu sudario; basta, Señor, clavar la mirada en tu divino rostro inerte para adivinarte niño en la Nochebuena con la alegre promesa de la Resurrección triunfante.

En Ti se encuentra la respuesta al propio San Juan de la Cruz, porque sí que nos moverás para quererte.

En Ti se encuentra la contestación desautorizante al punto central del pensamiento filosófico de Haidegger, cuando pregonaba que el hombre es un ser para la muerte, por mucha contradicción que parezca contestar ese pensamiento filosófico desde tu imagen muerta.

En Ti encuentra plena respuesta también la afirmación paulina relativa a dónde se encuentra la victoria de la muerte.

En Ti adquiere igualmente contestación el primer verso del poema que Unamuno dedica al Cristo de Velázquez, cuando le pregunta ¿En qué piensas Tú, muerto Cristo mío?.

La contestación es clara: la muerte no es victoria alguna cuando se te mira.

Sí Señor, Sevilla no estaba equivocada cuando tanto tiempo tardó en volver a representar la Resurrección, en tu costado ha estado siempre el sueño de vida. En tu inocente y mudo silencio de la muerte la Resurrección.

Mi admirado Luis Cernuda en su "Escrito en el agua" contemplando lo efímero de las cosas comenta que sólo él mismo se parecía duradero, surgiendo en él la cruel realidad de que acaso también se partiría un día. Por eso cuenta que exclamó pidiendo a Dios la eternidad, y que vio a Dios como el amor no conseguido en este mundo, como el amor nunca roto, triunfante sobre la astucia bicorne del tiempo y de la muerte, y confiesa que entonces amó a Dios como el amigo incomparable y perfecto. Después el poeta, afirma que todo aquello había sido un sueño porque Dios no existe, se lo habían confesado tantas y tantas cosas muertas y el propio absurdo de su existencia.

No permitas Cristo de la Caridad mi caída en ese absurdo. Has de mí instrumento de la esperanza y conserva mi fe.

Foto: Juan Alberto García Acevedo.

 










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