Arte Sacro
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El aceite de la vida. Alberto de Faria Serrano.


 Jesús en el ocaso de sus tentaciones sudó sangre.  Su naturaleza humana casi absorbe la divina. Su siembra estaba hecha. Pero llegaba el momento de dar otro testimonio y ya no sería con palabras de aliento. Ya no bastaba dar aliento a otros poniendo su brazo sobre los hombros de los que lo buscaban. Ahora se trataba de dar lo último. Entregarlo todo. Ya había depositado toda su energía, su juventud, su alegría, su solidaridad. Pero ahora era el momento de echar toda la carne en el asador. Y aunque el momento fue difícil y la determinación fue dolorosa, Cristo no se quedó a medio camino y determinó entregarse y dar su vida, pero pleno de amor, de generosidad y aunque se le pedía una muerte en plena juventud y de una manera radical y desacostumbrada, no rehusó y se entregó, aunque la muerte le sobreviniera en lo alto de una cruz. 

¿Cuántos huertos de Getsemaní tuvo Cristo? ¿Sólo fue un momento su entrega y su agonía en la oscuridad del huerto de los olivos? Parece que no. Hubo momentos fuertes en que como todo hombre tuvo Cristo que tomar  la determinación que le comprometía de por vida y hasta su propia muerte. Y se mostró solidario con los pobres, con los sufridos y con los que son maltratados por la injusticia humana.

Su siembra siempre resultó abundante. Toda Galilea fue testigo de su entrega, de su generosidad, de su labor incansable hacia toda aquella gente que desde Jerusalén la capital del Reino y sede el Templo de Jerusalén, eran considerados como despreciables provincianos e incluso paganos. Fue un incomprendido, a pesar de que fue el mejor maestro de la fe y de la confianza en Dios. 

Por eso bebe de ese cáliz que por instantes quiso apartarlo. Igual que nosotros rehuímos en ocasiones de nuestros compromisos y responsabilidades. Tanto como nos desmarcamos de algunas de nuestras promesas  y siempre acabamos bajo el enorme peso del cargo de conciencia. Amar y ser amado no deja de tener su envés. Mientras los demás duermen como los discípulos bajo el olivo, muchas almas se afanan y dan denodadamente todo lo que tienen en hospicios, hospitales y orfanatos. Son capaces de sudar sangre también, verter lágrimas cuando otras caen como la de Jesús en el Olivete. Su oración es la aceptación de la entrega y el sacrificio. Por eso ese misterio se repite noche tras noche y hay muchos Ángeles de la guarda  que van a ofrecer su cáliz a los que humanamente se llenan de dudas y de temores.

El Olivo es el símbolo la riqueza de nuestra tierra. Pero también el símbolo de la entrega  sin fisuras. Bajo sus ramas, de donde brota el fruto del aceite, se alumbra al Redentor preso de sus dudas  mucho antes de ser atado por la calle Feria, a la entrega por su gente. Cuando alcance la Alameda habrá contemplado la luz de Dios y no estará solo ante la hora postrera.  










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