A ti Padre. Alberto de Faria Serrano.

Jesús se abate inerte en su cruz en el Altozano. Acaba de cruzar en un suspiro la Pureza de nuestros anhelos de Madrugá y el tiempo se ha detenido por una semana. Al expirar el Señor, «el velo del templo se rasgó en dos partes de arriba abajo» (Mt 27,51). Es el símbolo del término del viejo orden del Antiguo Testamento. Se abre de par en par las puertas de  la Nueva Alianza.   Se certifica la muerte del Hijo de Dios. Inunda de arrepentimiento y de fe a muchos testigos presenciales de la crucifixión (cfr. Le 23,47-48). De ahí al orbe entero

La muerte de Cristo no ha sido el final. Aun le espera la visión celestial de la Estrella de la Mañana. Adquiere pleno valor por la Resurrección. Es el anuncio de una  nueva vida. Su cuerpo participa plenamente y para siempre de la gloria de su divinidad. El tiempo que el Cuerpo del Señor permaneció en el sepulcro -desde la tarde del viernes a la mañana del domingo-, es como el compás de espera que une dos aspectos o momentos del mismo hecho salvador: la Muerte y la Resurrección , por las que Cristo vence definitivamente  las fuerzas del mal; las tentaciones, el pecado y la muerte, dándonos a nosotros la capacidad de vencer con Él.

A la insigne imagen de Navarro Arteaga, que nos transporta a nuestro particular Vía Crucis, estrena hoy hechuras malagueñas. La realeza del cedro mediterráneo entronizará su Muerte a la vera del río. Un delirio barroco de cardos y estípides trazará ante los ojos la realidad de los sueños de unos enamorados de la clasicidad de la tradicional imaginería heredera de los Vázquez el Viejo o Montañés. A ellos se le honra el ingenio y el talento. Igual que a Nuestro Padre Jesús se le honra nuestras oraciones y nuestras peticiones, el amigo Toledano lo testimonia en una cartela hacia el hombre al que todo le debe. Cuando ese canasto diga aquí estoy yo y se bautice en Santa Ana, se habrá cumplido la profecía de su Pasión y Muerte. Que así sea.

Foto: Francisco Santiago.