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Fauves entre saldos. Álvaro Pastor Torres. (Crónica y fotos de la 12ª de abono)


 Cuando vi acartelados en la Maestranza la misma tarde a Rivera Ordoñez, El Juli y Manzanares, pensé, como el crítico de arte francés Louis Vauxcelles, que en el París de las vanguardias bautizó sin querer un movimiento artístico al ver las nuevas creaciones de artistas rechazados que exponían sus obras de colores chillones entre esculturas de corte clásico: “Donatello entre las fieras” (fauves en la lengua de Molière). El torero mediático -y recientemente laureado para mosqueo de puristas y toreros que han sido y son santo y seña en la fiesta-, el matador que anuncia relojes, camisas y lo que se tercie, iba a medirse con dos fieras de la tauromaquia, una consagrada figura tras larga carrera que lleva el toreo en su cabeza, y otra que va camino de ello con unas muñecas y un temple envidiables.

 Para que la dicha no fuera completa del todo “D. Daniel Ruiz” (como se anuncia en los carteles) mandó un saldo infumable. ¿No hay en el campo a principios de temporada seis toros aptos para Sevilla? Por lo visto no, pues solo se jugaron cuatro, con dos remiendos feotes y muy serios de pitones de Gavira. Y vaya cuatro: uno gordo hasta decir basta con encornadura propia de un utrero de desecho; uno chico, pero chico y sin cara que no sé cómo se le pudo colar a doña Anabel “la magnánima” (que le ahorró un mal trago con los palos a Manuel Peña cuando el toro sólo tenía tres rehiletes en el lomo); uno fuera de tipo y otro que no estaba muy allá.

 Rivera, que bien es verdad no tenía al público con él, todo lo contrario, tampoco puso mucho de su parte para agradar a los contestatarios con un toreo vulgar y al hilo del pitón. Como no hizo la cruz al matar el diablo del primer animal se lo llevó por delante en una larga y angustiosa voltereta que calentó algo los ánimos del respetable.

El Julio volvió a puntuar: otra oreja blandita tras un trasteo con tandas de menos a más calidad en los muletazos, dentro de una faena que fue justo al contrario: de mayor a menor intensidad.

 Y cuando el público, aplaudidor y muy bien trajeado (una señorita con barroco moño de ondas al agua embutida en ceñido vestido multicolor causó sensación en los tendidos de la solanera), esperaba ya salir pronto para ir en busca del “pescao” frito que abre la feria, surgió la sorpresa. Un toro con genio que había entrado tres veces al caballo –rara avis en estos tiempos que vivimos-, se encontró con un diestro que lo fue entendiendo y metiendo en el engaño poco a poco, y cada vez mejor. La cosa acabó con buen sabor de boca. A ver si el adobo a granel del Real nos lo deja igual.

Publicado en El Mundo de Andalucía, Edición Sevilla Martes, 28-IV-2009

  

Fotos: Álvaro Pastor Torres.










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