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Opinión. Historias de cada día. El Diputado de Cruces.


Hoy voy a hacer caso a nuestro diputado mayor de gobierno y, por una vez, voy a contarles una historia que no es de cofradías. Es la historia de dos personajes sevillanos que tienen algo en común.

Pepe es un padre de familia que vive de su sueldo y el de su mujer, no muy grandes, pero sí suficientes para permitirles pagar la hipoteca y llegar a fin de mes justitos si no surge nada extraordinario en la casa, que siempre surge. No tienen más ingresos que esos y le dan muchas gracias a Dios por ellos. Son católicos practicantes y les gustaría que su  primer hijo, que ahora va a cumplir tres añitos, se educara en un colegio de esa religión. Han echado los papeles en uno cercano a su casa y sólo tiene los diez puntos por proximidad del domicilio, ya que forman una familia clásica (es decir, marido, mujer y niños) y su renta se pasa ligeramente por encima del tope, aunque, como ya he comentado, viven más que ajustadamente. Les han dicho que será muy difícil conseguir plaza en ese centro y que tendrán que llevar al niño a un colegio público de la zona. Están en un sinvivir.

Juan también tiene un hijo de tres años que va a escolarizarse el próximo curso, pero su situación es muy diferente. Casado con una señorita de una familia de la alta sociedad, aprovechó los conocimientos de su suegro para hacer carrera en el entramado social y empresarial de la ciudad, por lo que ahora sus ingresos son muy altos. Divorciado hace pocos meses, vive con su actual pareja, la madre de su hijo, sin casarse, porque, como él dice, “de momento no nos hace falta y mi legal (o sea, su ex) no me da la nulidad, que el cura que la confiesa le tiene comido el coco” y eso de pasar por los juzgados no es cosa de gente como él, aunque si no hubiera más remedio…. Al niño, no lo tiene reconocido, pero lo hará cuando “convenga (ya verán por qué), ¡faltaría más!, que no le voy a dar menos porque no lleve mis apellidos”. Por sus influencias, ha sabido granjearse la simpatía de los diferentes gobernantes que la ciudad ha tenido en los últimos tiempos (los compañeros, los llama siempre, sean del signo político que sean).

Se proclama a sí mismo ateo radical, que “ya estamos hartos de los tejemanejes de los curas” (yo no sé que tiene que ver una cosa con la otra, la verdad). Eso sí, aunque podría pagar cualquier colegio privado, quiere que su hijo ingrese en el mismo colegio concertado (católico) al que van los hijos de su grupo de amigos (también ateos, por lo menos cuando se reúnen todos), que está muy bien visto y “además, así me lo ahorro, que para eso está el estado” (no puede decir que para eso paga impuestos, porque…). Para ello, se ha comprado un pisito cerca del colegio, que ha puesto a nombre de su pareja y donde se han empadronado ella y el niño y así conseguir los puntos que se dan por domicilio familiar cercano al centro y por familia monoparental (recuerden que no tiene reconocido al chaval). Ahora, ella y el chiquillo se han trasladado a vivir allí, para evitar los posibles problemas que pudieran plantear los detectives privados contratados por aquellos inmovilistas que no comprenden las bondades del baremo tan magníficamente diseñado por “los compañeros, en defensa de los derechos de los más desfavorecidos”. En cuanto salgan las listas definitivas, la cosa se calme y pase el peligro, volverán a la mansión aljarafeña propiedad de Juan, donde viven habitualmente. Además y para asegurar el asunto del todo, tendrá los puntos por renta, ya que su pareja disfruta de una pequeña nómina, “para sus caprichos”, en una de las empresas manejadas por Juan. Así que no está nada preocupado.

Dos notas finales: Hay que reconocer que, cuando llegó el momento de defender el derecho de los padres católicos a que sus hijos reciban educación en un colegio católico, las hermandades sevillanas mostraron con toda firmeza y rotundidad (como han hecho hace pocas semanas en relación al derecho a la vida de los no nacidos) su independencia con respecto a esos grupos opositores que pretenden, ellos sí, hacer política usando la religión. Además, ofrecieron una oración antes de la estación de penitencia o salida procesional, todo, por supuesto, de canceles para adentro, sin ningún símbolo o acto externo que pudiera provocar a esos grupúsculos radicales que quizás amenazaran con intentar algo contra una procesión (y que, por lo visto, resultan imposibles de controlar por las policías gubernamentales o locales) o que pudiera molestar a un posible donante-subvencionador-patrocinador que no estuviera de acuerdo con dicho derecho.

Por otra parte, ni que decir tiene que Pepe y Juan son personales ¿ficticios?, creados por la calenturienta y trasnochada imaginación de este diputado que cada vez se hace más mayor e intransigente, por lo que cualquier parecido con la realidad de la historia contada más arriba será ¿pura coincidencia?

diputadocruces@yahoo.es

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