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El día que se conoció la cara del Giraldillo. Pablo Ferrand. ABC


Antes de llamarse Giraldillo -apelativo que bien mirado no le va ni en el género ni en el tamaño-, a la veleta mayor de Sevilla se la conocía popularmente como Santa Juana, nuestra Santa Juana de las alturas, que casi nadie vio de cerca ni siquiera en fotografías porque no las había suficientemente claras. Hubo que esperar hasta el 30 de octubre de 1980, por tanto este año se cumplirán 25 de esa revelación. Luego, muchos tiempo después, los profesores Alfonso Pleguezuelo y Teresa Laguna demostraron con papeles en mano que lo de Giraldillo no era nuevo, que ya venía de antiguo. Pero ya anteriormente, el maestro mayor de la Catedral de Sevilla, Alfonso Jiménez Martin, refrescaba este viejo poema del Cancionero de Medinaceli, porque como se sabe, el título de Giralda resbaló por su peso del bronce a su pedestal, el soberbio pedestal de piedra y ladrillo de casi cien metros:

Soy hermosa y agraciada,
tengo gracias más de mil,
llámanme Gira Giralda,
hija de Giraldo Gil.

Lo cierto es que la veíamos girar desde abajo, todo lo más de alguna azotea vecina, pero su rostro, aunque imaginado a través de documentos tan divulgados como el dibujo que hizo Pedro Miguel Guerrero en 1770, seguía siendo un misterio en la ciudad. El sevillano tampoco demostraba demasiado empeño en descubrir la cara de la santa. La Giganta cervantina estaba allí, unos días más visible y otros entre nubes. Pocos fueron los afortunados en visitarla, porque no abundan los hombres-mosca, y uno de ellos, Antonio Mendoza, el padre del actual campanero del Salvador, del que heredó el hijo este noble oficio, puede vérsele en vieja foto, encaramado a Santa Juana. La imagen, algo borrosa y amarillenta, todavía produce vértigo.

En Sevilla, Santa Juana sólo había una. De hecho sólo hay una, las demás son giraldillos muy respetables a los que el pueblo sevillano no les dio la santidad. Es la única santa de la que teníamos certeza física que estaba en el cielo. La veíamos moverse, servir de apoyo a los vencejos y espantarlos también cuando una ráfaga de viento la giraba, pero siempre siempre guardando la distancia que la hacía inaccesible. Hernán Ruiz creó este misterio de tal manera que nadie pudiera verla desde la torre. Un lugar especial para observarla era el Patio de los Naranjos, sin bullas turísticas, cuando no había taquillas. A veces, al atardecer la Señora (que así le llama Alfonso Jiménez) parecía quejarse o emitir algún bostezo, y esto solía ocurrir al cambiar de postura y entonces parecía como si nos observara desde arriba. Aún así, todo el protagonismo lo tenía la torre almohade con su remate renacentista, la que Víctor Nieto Alcaide comparó con la Torre de los Vientos. Pero el 6 de mayo de 1976, el profesor Teodoro Falcón publicó un artículo en ABC de Sevilla sobre el estado de conservación de la Giralda que causó un gran impacto. Tres años después, en pleno verano, un trozo de azucena corroída de óxido cayó a los pies de la Giralda, no sabemos si fue la que por entonces le rajó peligrosamente la chaqueta por la espalda a Rafael Manzano.

Pronto se desvelaría el misterio de ese rostro de belleza italiana. Los albañiles de Villalba del Álcor, el pueblo templario de Juan Infante Galán, a base de poner cañas onubenses en los andamios habían creado sin saberlo una imagen cubista de la torre para que el gran Amalio la incluyera en sus maravillosas giraldas.

Ya estaba aquello más seguro y por fin, un día de otoño, Alfonso Jiménez y José María Cabeza vivieron así el momento tan esperado, como reflejan en su Turris Fortissima: «El 30 de octubre, cuando llegamos a su pie y pudimos girarla a nuestro antojo, gastamos cuatro carretes de fotografía mientras, durante una jornada laboral completa, sin bajar a tierra ni para almorzar, tratábamos de asimilar y analizar el espectáculo que teníamos ante nosotros». Tenían ante sus ojos una veleta que ahora recobraba todo el valor de una excepcional escultura renacentista que se había colocado en 1568. Su estado de conservación dejaba mucho que desear. Se comprende que años más tarde, tras la bajada del original y después de diferentes pruebas realizadas, el maestro mayor dijera que no era partidario de restituirla a su sitio con soldaduras del siglo XX (aún no había acabado el siglo).

El Giraldillo, de moda

A partir de 1980, la palabra Giraldillo empezó a sonar tanto como la palabra Giralda. Se había perdido el misterio, pero el hermoso rostro de bronce, fruto de una labor en equipo, se convirtió en un símbolo con una difusión que no había tenido nunca: recuerdos, trofeos, tiendas, librerías, asociaciones, bares, páginas web y todo lo que se quiera. Como la restauración de la Giralda, con permiso de las fiestas locales, duró unos cuantos años, hubo tiempo para todo, hasta para hacerle una primera restauración, que tuvo su mérito por el ingenio que hubo que desplegar ante una situación tan especial y extrema. Santa Juana quedó lo más limpia posible, reforzada y sin añadidos de anteriores reparaciones que escondían detalles como los dos cinturones del pecho.

Así, en marzo de 1981 un grupo de profesores de la Facultad de Bellas Artes -Antonio García Romero, Rosario Martínez Lorente e Isaac Navarrete- sacaron un molde a la veleta, allí, a cien metros de altura y entre las cañas, y de esta forma nació otra figura igual pero en poliéster, que El Monte pagó y expuso. Gracias a esta primera copia, el escultor de Aracena, Pepe Antonio Márquez, pudo hacer una réplica en bronce que ha funcionado muy bien desde el 28 de enero de 1999 hasta el 15 de junio de este año.

El Giradillo en la Universidad

Es verdad que el Giraldillo había entrado en las tiendas de recuerdos como un símbolo separado de su torre y con valor propio. Pero el magnetismo de ese primer plano del rostro captado por Carlos Ortega era irresistible. Y los historiadores empezaron a mover papeles, hojear libros del renacimiento, del clasisismo, estampas, diapositivas, cuadros, cartas... Y salieron similitudes y teorías.

Es sabido, como dice el profesor Vicente Lleó, que el Coloso de la Fe Victoriosa «formaba parte del esquema trazado por Luis de Vargas, de acuerdo con las directrices del canónigo Pacheco». Juan Bautista Vázquez el Viejo, ya fuertemente influido por la obra de Miguel Ángel, modeló la escultura (como investigó el profesor Falcón) según dibujo de Luis de Vargas, y fue Batolomé Morel quien la fundió, de modo que en 1568 la figura ya giraba en la Giralda.

Luego llegó Juan Miguel Serrera y nos habló de su ascendencia pagana, tras estudiar un grabado de Raimondi que reresenta a Palas Atenea, sacado de un original de Julio Romano o Perino del Vaga.

La fortaleza de la fe

Quizás la hipótesis más curiosa, y atractiva, sea la que explicó en su día la historiadora del Arte María Fernanda Morón. Para ella el Giraldillo simboliza la fortaleza que deriva en la fortaleza de la fe cristiana. El Cabildo le muestra a Hernán Ruiz, -«el verdadero protagonista, que concibe la realización del Giraldillo»- su deseo de que la veleta represente la fe triunfante. Fernanda Morón da las claves cómo el arquitecto humanista interpretó esa idea del Cabildo, estudiando a fondo la escultura y revelando los elementos que en la veleta hay de la alegoría de la fortaleza, que suele representarse como una mujer con una torre a los pies. La torre sería la Giralda, y el león, que es otro de los atributos principales, aparece en la parte superior del calzado. Además, la inscripción de Turris Fortissima, en la propia torre, está sacado versículo 18 del Libro de la Sabiduría, que viene a decir que «el nombre de Yahvé es Torre Fuerte».

Ya está la Santa Juana arriba, muy saneada. Gira suavemente y observa con curiosidad cambios en el paisaje urbano: un Aljarafe con más cemento, una Sevilla con menos árboles, menos tejas y más áticos. Se ha quedo parada en un punto fijo al ver tantas grúas sobre Roma. Aún no sabe lo de las setas gigantes.

http://sevilla.abc.es










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