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Espectacular meditación en Bellavista


 Isabel Serrato Martín. El pasado martes, 23 de marzo, muchos titulares de hermandades sevillanas fueron trasladados a sus altares procesionales. Bien con el rezo del Vía Crucis, bien con sentidas meditaciones, los cristianos acompañamos a nuestras imágenes.

Bellavista tomó buena nota de lo que significa meditar ante la subida al paso del Señor de la Salud y Remedios. En la voz, prometedora, de un joven sevillano, todo quedó más que explicado. Palabras que llevaron a la verdadera meditación, a la comprensión de ese ¿por qué? que a veces nos persigue.

Miguel Roda Velasco, de 28 años y costalero del Palio de Nuestra Señora del Dulce Nombre de la misma hermandad,  trasladó el ambiente a una nueva tarde de Viernes de Dolores, en la que “parece que es la hora… y no es la hora”. Poco a poco, todo ha de echar a andar.

Les mostramos a continuación el texto integro de la meditación.

MEDITACIÓN ANTE NUESTRO PADRE JESÚS DE LA SALUD Y REMEDIOS (BELLAVISTA)

Bellavista: El primer barrio de Sevilla

No podía ser en otro sitio que en Bellavista donde alguien como yo tuviera el compromiso de mirar a Dios a los ojos ejerciendo de meditador. No podía ser en otro lugar que no fuera éste, por sintonía, afinidad y tradiciones, donde mediara con la Fe que parece ser olvidada en la sociedad actual de enfermedad terminal galopante. Un sufrimiento constante que se llama ‘Cultura del Todo Vale’ que ha de alejarnos lenta y rápidamente de todo lo que tenga que ver con el Misterio de dejarse la vida por el prójimo seduciendo a lo corriente al resucitar y habitar entre nosotros. Y encima…, encima lo hace en Sevilla, previo paso por Bellavista. El ‘Todo Vale’. Todo, incluso dudar de actos como el de hoy, donde se eleva un Rey a lo más alto donde un barrio, el primero de Sevilla, pueda poner a su Señor.

Todo, inclusive posponer la concepción natural de una criatura por aquella libertad concedida por Dios y que tantísimos dolores de cabeza le está dando. Eso no puede llamarse de otro modo que saltarse, literalmente, el quinto mandamiento. Todo… todo… hasta retirar lo más sagrado cuanto tengamos y tendremos, y que ahora la misma Cuaresma nos trata de recordar a cada paso que damos, la Cruz. La misma de antaño. Desde la plateada que recibes en la Primera Comunión hasta la del cuarto de tus padres. La de la abuela y la que hace inigualable tu altar favorito. La Cruz de Guía y la ceniza que guiña el ojo al azahar para volvernos locos. El rosario de madera que cuelga de ese lugar tan personal que nunca podrás olvidar. La Cruz , la de siempre, la que has de coger y tiras yéndola a buscar sólo cuando tus oídos perciben ese ensayo callejero de la banda musical que tan contento te pone. No, son tus ojos, no te engañes, los que buscan ese recuerdo perpetuo de Semana Santa y que por la endeblez del cristiano, también rebusca el perdón por no haber querido más tiempo la Cruz de la verdad. De la vida. La Cruz que impugnamos y que luego perseguimos por lo que pueda ocurrir.

Por eso Bellavista es fiel. Porque los acontecimientos se suceden, pero hace ya más de diez años que sé dónde está la Cruz de este barrio, y siento que también es mía. Cada viernes previo al Domingo de Ramos, cuando el arrabal se viste de gala, esa Cruz se hace cofradía y Bellavista lo sabe. Lo sabe, la coge sin más y te espera, Señor, porque sólo Tú eres capaz de traer entereza al afligido y de parar el tiempo en sus calles y casas, en los corazones del que pasa por tu puerta y te reza sin mirarte. O del que sólo respira si te ve, ahí, pausado y tranquilo, maniatado y de frente. Sobrio. Entero. Rey de Reyes por tu Bellavista. Repartiendo salud  y remedios sin mirar a nadie, que para eso ya pasará luego un Dulce Nombre de María del que tan sólo Álvarez Duarte podría dar detalle. Pero quieto… quieto imaginero, que prendados nos tiene y esta Madre estrena recogimiento cada día. ¡Cuantísimo misterio en un rostro!

Y es que sí, Bellavista es el primer barrio de Sevilla. El primero de la Semana Santa. Por Bellavista son ochos los días de Pasión, Muerte y Resurrección. Ocho y no siete. Más que Semana Santa por el primer barrio donde me fajé y me hice la ropa. Por ser el primero que me mostró el amor, y no la apariencia. Por los ensayos de antes y de ahora, donde sigues yéndote al Cielo en cada levantá, viendo cómo puede llegar a existir un capataz que se acerca a su máximo delirio arrastrando las limaduras y la mancha del trabajo que ha realizado las mismas horas que se ha pasado pensando en el modo de engrandecer más si cabe a su Señor y a su Virgen. ¿No es eso un torrente de amor sin parecido?, me pregunto, ahora que me toca meditar.

Sólo podíamos dar respuesta a eso los que lo entendemos. Desde la familia Calle, que fue la primera que vi poner todos sus corazones en las calles del barrio con una manera única de ser a la que sólo podría darle explicación si te sigo mirando a los ojos, Señor de la Salud. ¡Qué verdad tan grande palpar semejante testimonio católico!

Qué ejemplo para el barrio tan enorme… como lo es el tuyo también, hermano costalero, que cuando mis ilusiones de costal llaman a la puerta de mi casa trianera, igualá tras igualá, los portazos de la realidad me traen por el sendero de esa cuadrilla generosa y cercana que formamos. Esto sí que es una mina de costaleros de barrio.

Y para muestra la tuya, vecino cuyo privilegio reside en poder tocarle a tus Imágenes los sones del himno nacional o esa marcha que no te salía demasiado bien allá por el frío invierno y que ahora, por tenerlos delante, no tienes ni que mirar el librillo.

Qué ejemplo el vuestro igualmente, hermanos desde hace años. Amigos. Los que estuvisteis conmigo debajo del palio de nuestra Señora y ahora trabajáis por fuera. Los que vieron su hueco en otro lado y no en las trabajaderas. Por los que se ocupan de sus tareas callado, como Tú, consiguiendo que a nuestra Hermandad le sobren ya las palmaditas por su futuro y le falten imanes. Nos decían a cada momento que las cosas de Palacio iban despacio, pero no nos cansamos de escucharlo mientras los corazones se hacían más fuertes augurando la Gloria del primer nazareno que por la calle llegara a nuestro Templo. No vivo en el barrio, es cierto, pero al comprobar mis sentimientos con el tránsito que supuso pasar de cortejo procesional a tramos de nazarenos creo que bien podría vivir en la calle Guadalajara y pasear por la Plaza de las Cadenas como uno más.

Y por eso llegó, claro que llegó. Ocurrió como con tu barco, Dios mío, dimos un ‘izquierdazo’ como mandan los cánones y, ahora, al compás de la música, la historia se rinde al presente innegable del tiempo cuaresmal: La Semana Mayor tiene su alfa en tu semblante, Señor de la Salud y Remedios. Eres la primera de todas, Bellavista.    

Porque cuando algunos ansían la Catedral , otros suspiramos por un galeón sin igual, que se mueve entre el gentío cual marejada en alta mar. Es el Dios del barrio, tu barrio, quien lo maniobra con cariño mientras recopila oraciones a cada rincón y corazón. Hoy, que nos dejas subirte a ese barco sin dorar te susurro al oído una plegaria nada más: 

“Puedes respirar tranquilo, Señor mío, que no habrá barrio ni hermandad que por estas dos miradas no se echen a llorar recordando con ahínco en la profunda madrugá, aquellos Viernes de Dolores de mantilla y de costal.”

Y es ése día, Padre, en el que el barrio te espera en la calle, mientras el resto de ellos se pone a tu lado y se deja maniatar alimentando esos instantes que quedan entre Tú y el pueblo que tanto amas.

Bien resguardaditos están los que por estos lares enferman, pues ya no solo por tu nombre, Señor, protegidos están. Quizás debiéramos saber que cuando la oscuridad reina y el barrio descansa, el sufrimiento y la desesperación se alargan mientras la noche se acomoda y el relente asoma. También en tu día de fiesta, mientras tus cofrades nos preparamos para que todo esté en orden, me acuerdo de ello.

El incienso traerá recuerdos y los ‘izquierdos y costeros’, la lágrima. La saeta, el silencio. El redoble del tambor y la corneta, el júbilo.

Pero sé para lo que sales a tus calles, Jesucristo, por eso al mirarte te sigo orando, de corazón a corazón diciéndote cada Viernes de Dolores:   “Date la vuelta, Dios mío, oye las invocaciones de quiénes se preguntan el por qué desde el Hospital de Valme, en sus habitaciones, mientras yo te suplico que con cariño y esmero no olvides los ruegos que grita un barrio entero para que con Esperanza nos colmes de bendiciones”.

Una mirada por Juanito, el niño de San Gonzalo

Pero no sólo tengo ese mensaje para Ti, Padre. Lo sabes, me conoces mejor que nadie y cuando tu rostro y el mío se cruzan ya no es lo mismo, y esto pasa desde hace casi un año. Hablamos, mi Señor, también de otra cosa. Medito, cavilo, recapacito… y sigo esperando. Esperando que la Justicia dé respuestas a aquél momento que me consternó y que me llevó, una vez más, a tu barrio y a Ti. Son muchos los años que llevo viniendo al lado tuyo y al de tu bendita Madre. Bellavista es mi casa porque así lo quisiste Tú desde tu pequeño paso de Cautivo de antes. La desolación y el abatimiento que Tú mismo has sentido todos esos años cuando te ibas a la calle sólo, en tu paso, me pudieron a mi muchos minutos cuando me enteré que ese niño que ya no era tan chiquillo, había sido matado. ¡Qué tremendo parecido entre tu historia y la de ese chaval!

Antes, cuando comencé a igualar y ensayar en nuestro palio no fueron pocos los que me preguntaban lo que se me había perdido en Bellavista para venir a ser costalero aquí. A pesar de que ya saben dónde comienza la Semana Santa por poco espacio que nos den los manuales cofrades, les respondía que venía a encontrar la pasión que por muchos rincones de Sevilla no había encontrado nunca. Este año, por si alguno me preguntara, tendría que responder que, además de eso, vengo a que el barrio de Bellavista me alentara con sus Reyes al camino del perdón y de la equidad. A encontrarme con mis propias lágrimas de aquél momento, cuando me enteré de que Juanito, el niño de San Gonzalo como yo mismo bauticé, había muerto a manos de algunos desalmados que son vecinos de nuestro barrio. No es una definición de distrito ni un lastre para nadie. Tú, Bellavista, andas por encima de quiénes no encuentran el sentido ni en las Iglesias ni fuera de ellas. 

Pero al hilo del ejemplo de unos padres cuya boca les duele de dar por perdonados a los asesinos de su hijo, no puedo dejar de ver en tu rostro, Señor, el más puro perdón de todos. ¡Fue Dios Todopoderoso quién nos dijo lo mismo cuando nosotros te crucificamos a Ti! Es Dios quien nos perdona todos los años no sé cuántas veces cuando te clavamos una y otra vez lanzas de odio y de engaño. Cuando otros cuantos crueles que no se saben hijos de Dios fueron capaces de empañar el lugar donde comencé a ser costalero de esta Hermandad tiñéndolo de sangre y venganza. Por ese bar de camiones y el tiempo de hermandad consumado allí, también he de decirte que: 

Gracias, Padre, porque te tengo a mi lado ahora mismo, meditándote estoy, y sé, lo sé de veras, que tu mirada, en la noche de Bellavista, aguardando en tu Templo, va dirigida a esos otros sayones de la historia que consiguieron manchar el pueblo de Gines y a otras tantas familias cuyo vínculo afectivo con tu hijo Juan era indescriptible. Pero no consiguieron manchar a Bellavista porque Tú, sólo Tú, te encargas de sus padres y hermanos. De sus amigos. Cuando te sientas, una vez más, encomendado por todos ellos, saldrás en pocos días a la senda de los zaguanes de todo tu barrio en busca de quiénes clavaron un cuchillo a la vida y alientan la maldad. Cuando los encuentres, Dios mío, en alguna de los caminos alegres de Bellavista, mientras avanzas poderosamente o te recreas en una revirá sin fin, háblales Señor. Háblales. O quizás sea muy entrada la noche, cuando ellos se sienten fuertes y liberados, en tu entrada a casa donde te despedimos con vibración, intercede de verdad por el perdón cuando tengan el pequeño valor de mirarte a los ojos por ese mínimo de vergüenza que todos tenemos porque queramos o no, somos tuyos.

Y si no salen al encuentro a verte, Padre Santo, sigue buscándolos en las tinieblas del sentimiento de tanta gente, para que algún día, si es que no lo saben ya, noten el perdón que viene de Ti por esos dos grandes cristianos que trajeron de Sudamérica un alma para que huyera de la mugre encontrando la muerte en ese otro mundo que creemos desarrollado y nos estamos fulminando lentamente.

Él ya puede ver tu salida desde el mejor de los balcones, posiblemente nosotros aún debamos percibir el aroma de piedad que desprende tu rostro. Escúchame, Señor de la Salud , por si no creyeron a sus padres. Por si no terminan pagando condena. Por si no confían en Ti, Dios mío. Por tu Salud y Remedios. Por tu barrio gozoso, cofrade y solemne. Por sus vecinos y sus labores. Por su chiquillería y sus ancianos. Por la Hermandad del Dulce Nombre. Por el orgullo de poder decir que soy de Bellavista. Por el jornal de tus hijos y los proyectos futuros. Por la caridad del morado y blanco. Por este Viernes de Dolores, en el que tengo un motivo más para llevar al cielo tus pasos. Para llevarles vuestra gracia al vecindario misericordioso, clemente y servicial que gritó radiantemente conocerte cuando todo esto pasó. Santos de Bellavista.

Para llevarte junto con la Virgen María también a aquellos que blasfeman contra Ti, no porque no crean, sino porque se sienten fuertes por enfadarse contigo.  Por mi dolor por ese muchacho irán mis chicotás y mis oraciones. Medito por ti, Juanito, hoy que tengo delante al Señor de la Salud y Remedios para darle las gracias por poner ese modelo cristiano en tus padres en estos tiempos donde los jueces han de ser juzgados. Por ti, no lo dudes, pido a este Padre paciente un encuentro en la calle y en el alma con los que confunden su libertad con la sangre fría de poder matar.

Mi padre, el mejor costalero de la vida

Me conceden una Meditación ante Ti, Padre, y me es obligado purificarme en tu barrio. Sabes sobradamente lo que eres para mí desde chico y conoces perfectamente tanto mis inquietudes como mis ilusiones. Pocas veces digo que te quiero, para todo lo que presumo de Ti. Me dejo embolar por lo corriente, por esa sociedad infectada que señalaba antes, y aunque no te maldiga, te olvido en ocasiones. Defiendo que lo que tengo, lo tengo por Ti. Aclaro que lo que venga, viene de Ti.

Por eso conocí el costal y la faja, por ser un elegido para rezar con las alpargatas bien atadas y el pecho bien arriba. Fue Bellavista el barrio que me bautizó como costalero de Semana Santa con el mismo empeño que me enseñaron a andar en los Padres Blancos con su Virgen Inmaculada. Allí fue donde me enseñaron también a pedir y dar gracias, dos acciones que definen al cristiano. Hoy que me postro ante Ti, un tu Meditación, no puedo dejar de pedirte por mis ilusiones de mañana, de compromiso, costal y  balón. Por saber cuidar lo que tengo y luchar por ello contigo como eje único.

Gracias por la vida y lo que apartas de mi, por malo o bueno que sea. Gracias enormemente por nuestra Hermandad del Dulce Nombre, la que me ayudó a soportar el mayor peso que te da la vida y que pusiste a los míos y a mí como manifestación de Fe, mientras la Virgen recibió a sus pies la rosa marocha, Esperanza de la Resurrección.

Si Salud y Remedios me pasé pidiéndole más de año y medio, imagina si sé lo que significa el daño y el papel de cargar el ataúd donde se escapaba un sueño y un clavel.

Supe entonces que rogué por no perder la Fe , ayudándome después, a que otros volvieran a creer aumentando así la mía, que jamás ya olvidaré. Fue tu última catequesis, madre.

Y por eso te suplico hoy, Dios Padre Celestial, más que nada y nadie, por ese hijo tuyo, al que le toca ahora llevar, esa carga de la muerte que cada día pesa más.

Ese cristiano bueno, catequista y capataz, que anda por la vida fuerte, sin fardo y sin fajar, con un único escudo visible, el Camino Neocatecumenal.

Levanta la cabeza a diario y se pone a rachear, resistiendo los embistes que las jornadas puedan dar. Levantá esplendorosa la tuya, hace ahora ya dos años, que hace que me emocione y te dedique este recuadro. San Gonzalo lo sabía, Bellavista ahora también, que esa Fe que Dios te dio y que me hace meditar, me conmueve fijamente y me lleva a emocionar porque sé que es un don que el Señor nos quiso dar.

Por eso termino diciéndote, ante el Dios de Bellavista, que si Él me dio la vida fue contigo de regalo. “Que no te falte Esperanza, papá, Costalero sin Costal”.

Foto: Juan Alberto García Acevedo.










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