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El Claustro. Francisco Bejarano. Diario de Sevilla.


Francisco Bejarano. Diario de Sevilla. AHORA que los conventos se están quedando vacíos y, en general, la mediocridad intelectual del clero es imparable, la cultura y el saber clásicos se refugiará en las casas particulares. Cada día soporto menos el que me hablen de cultura en la calle, de cultura en el sentido de actividad pública, de política cultural. Deberían comprender los que lo intentan, por mis evasivas y mi resistencia a entrar en la conversación, que es un asunto que me interesa poco. La cultura es para el claustro, y el claustro está en las casas. El claustro, la biblioteca y el escritorio. En la calle hay otras cosas y está para otras cosas. Mientras estamos enclaustrados tenemos unas obligaciones y se agudiza el sentido de la responsabilidad, tenemos que pensar y ordenar los pensamientos, y escribir también ordenadamente, de tal manera que si no se consigue lo primero no es fácil lograr lo segundo. Hay serenidad en la clausura al mismo tiempo que un grado tolerable de ansiedad. En el claustro hay un mundo propio, labor de una vida, que se basta a sí mismo, que tiene entidad por sí mismo y sólo necesita de la calle lo accesorio, lo anecdótico, lo prescindible. El claustro es serio, discreto y silencioso.

La calle es la vociferación y el recreo. Es frívola y divierte, es inquieta y distrae, no es culta como el interior del monasterio particular y no nos inclina a hablar de cultura, pero tampoco es analfabeta y de tarde en tarde oímos opiniones interesantes. A la calle salimos por imposición inevitable o, como los cartujos, para dar un paseo, para dividir el día de la noche y hablar de intrascendencias ante un café o una copa: del tiempo, de lo que ponen los periódicos para olvidar al día siguiente, de la gente que pasa afanosa y deprisa cargada de paquetes y de lo que surja al hilo de la charla. Fundamentales y de aprendizaje complicado son los silencios. Me gustan las personas que, de manera natural, no se ven obligadas a hablar de continuo. Los silencios relajan en compañía. La mente no deja de trabajar porque sería pedir un imposible, pero no tiene obligación de hacerlo en un solo sentido, se disgrega y ramifica, y lo que es una idea sugerida por el saludo de un conocido de paso, termina en lo impensable. Por eso cuando me inducen a hablar, y opinar, de literatura, de religión, de filosofía, de historia, de astronomía o de ciencia ficción, salvo con contadísimos interlocutores que me abran la mente, termino por callarme para no robarle al claustro lo que es del claustro.

Claustro significa casa vivida. Los diferentes cuartos con sus distintos ambientes son como las partes en las que se divide el cerebro y en toda ella están las diferentes etapas de la vida, una división que conocemos ahora, no cuando pasamos de una a otra. Si hubiera muchos claustros, la sociedad no necesitaría cultura desde la política porque los que quisieran sabrían dónde encontrarla. La cultura como política es un invento reciente que ha resultado inútil, y sólo sirve para contentar a quienes les gusta hablar de cultura en la calle, incapaces de cultivar en sus casas lo que la calle no puede dar nunca.










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