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Liturgia. El Vía Crucis magno y el culto a las imágenes. Jesús Luengo Mena


 El papa Benedicto XVI convocó, mediante la Carta apostólica Porta fidei de 11 de octubre de 2011 el Año de la Fe, año que ha comenzado el 11 de octubre de 2012, en el 50 aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II y que concluirá el 24 de noviembre de 2013, en la Solemnidad de Cristo Rey. Al anunciar el Año de la Fe, el Papa dijo que este tiempo busca dar un renovado impulso a la misión de toda la Iglesia, para conducir a los hombres lejos del desierto en el cual muy a menudo se encuentran en sus vidas a la amistad con Cristo que nos da su vida plenamente.

Uno de los actos en la diócesis de Sevilla será la organización de un magno Vía Crucis, con catorce imágenes titulares de hermandades de penitencia. Este acto nos da pie para comentar el culto a las imágenes.

La Iglesia siempre ha recurrido a las imágenes como medio de evangelización.  La prohibición veterotestamentaria de no fabricar ídolos ni figuras que el libro del Éxodo impone y el peligro de caer en la idolatría ha hecho que el culto a las imágenes haya sido objeto de polémica desde los primeros siglos del cristianismo. Tanto el Judaísmo como el Islam excluyen de su culto a las representaciones de personas divinas, interpretando de manera radical la prohibición de realizar imágenes.

El II Concilio de Nicea, en su octava y última sesión, celebrada el veintitrés de octubre del año 787, que fue presidido por el patriarca Tarasios de Constantinopla siendo Papa Adriano I definió, en contra de la opinión de los iconoclastas, el culto a las imágenes. Este Concilio, último de los ecuménicos reconocidos tanto por la Iglesia católica como por la ortodoxa, defendió la veneración a las imágenes sagradas y que dichas imágenes deben ser expuestas en las iglesias, en los ornamentos y vasos sagrados, en paredes y cuadros, casas y calles. Las primeras representaciones de Jesús no pretendían en modo alguno ser un retrato sino que iban por el camino del simbolismo y la alegoría. Así la imagen del Buen Pastor es la más querida por los primeros cristianos. Con la aparición de las imágenes de la Santa Faz en el siglo VI –el camulanium y el mandylion que se identifica con la Sábana Santa de Turín– se imitan y reproducen, apareciendo los iconos.

El culto tributado a las imágenes sagradas es una veneración respetuosa, no una adoración, que solo corresponde a Dios. El Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia del año 2002 nos aclara al respecto que La veneración de las imágenes, sea pinturas, esculturas, bajorrelieves u otras representaciones, además de ser un hecho litúrgico significativo, constituyen un elemento relevante de la piedad popular: los fieles rezan ante ellas, las adornan con flores, las llevan en procesión.

Pero hay que advertir que si esa veneración no se apoya en conceptos teológicos adecuados se corre el riesgo de caer en desviaciones que, en definitiva, hagan a los fieles sustituir lo representado por la materialidad de la figura concreta cayendo, sino en idolatría, que tal vez sea excesivo, si al menos en prácticas ajenas a una auténtica religiosidad cristiana, aunque estén llenas de buena fe. La imagen no se venera por ella misma, sino por lo que representa. No se puede tampoco olvidar el aspecto artístico y el decoro que las imágenes deben tener, aunque siempre teniendo en cuenta que la función principal de las imágenes sagradas es ayudarnos a introducirnos en el Misterio, y no el deleite estético. Cuando ambas funciones se encuentran gracias a la gubia o pincel de un genial artista se produce el milagro de aquellas imágenes que despiertan la universal devoción.

El papa Benedicto XVI, en su libro sobre El espíritu de la Liturgia, al tratar sobre las imágenes concluye con las siguientes afirmaciones:

· Que la ausencia total de imágenes no es compatible con la fe en la Encarnación de Dios. La iconoclastia no es una opción cristiana

· Que el arte sagrado encuentra sus contenidos en las imágenes de la historia de la salvación

· Las imágenes no son fotografías: su sacralidad consiste en llevar a una contemplación interior, al encuentro con el Señor.

Así pues, la organización de actos, con intención catequética, en los que intervengan las imágenes está plenamente justificada, dado que la religiosidad popular se nutre mucho de esas sacras representaciones.

Solo me queda, y esto es mi opinión, aplaudir la iniciativa del magno Vía Crucis que se prepara para el primer domingo de Cuaresma, diecisiete de febrero de 2013, excepcional como lo es el Año de la Fe que celebramos. También manifestar mi perplejidad por algunos comentarios, supuestamente de cofrades –cofrades que, en principio, deberíamos alegrarnos–, que lo ven como un acto folclórico o le dedican adjetivos similares, cuando seguramente defienden a capa y espada todo tipo de salidas extraordinarias, de difícil justificación. ¿O es que tal vez las críticas se deban porque sea una iniciativa del arzobispado y no se les haya ocurrido a otros? De ser así, es una actitud gravemente irresponsable.

En otro artículo veremos que estas iniciativas no son nuevas en nuestra ciudad, como ocurrió en la Santa Misión General de 1965.

Jesús Luengo Mena

Foto: Juan Alberto García Acevedo.










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