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Opinión. Torreblanca y la fe de los rancios. Juan Carlos Arboleda Goldaracena


 Vaya por delante que la palabra "rancio", que en los últimos años se ha acuñado sin complejos por parte de la Sevilla cofrade, no me gusta nada. Pero la usaré porque creo que es bastante ilustrativa y puede servirnos para la reflexión.

El pasado domingo, la Hermandad de Torreblanca causó al parecer un gran malestar entre una parte de los cofrades sevillanos que no entendían la necesidad de sacar un paso a una plaza abarrotada de gente. Se ha llegado a afirmar que este tipo de actos fuera de la norma desvirtúan la Historia de nuestra Semana Santa, de la que algunos parecen querer apropiarse.

¿Qué Historia? ¿La que hemos asumido a fuerza de ignorar que lo que hoy aceptamos como un canon no lo era hace cien años y, en muchos casos, ni siquiera cincuenta?

Nuestras cofradías, ya es de sobra conocido, surgen a finales del siglo XV en un ambiente de máxima austeridad y con dos fines primordiales: hacer penitencia y practicar la caridad. El lujo que asumieron durante el Barroco, que sin duda las apartó notablemente del mensaje evangélico y que nosotros hemos aceptado sin rechistar, nos ha hecho creer que la ostentación es un valor supremo al que no podemos renunciar, ignorando por completo las palabras de Jesús. Una vez oí decir a uno de mis maestros, el profesor Juan María Laboa, uno de los mayores especialistas españoles en Historia de la Iglesia, que es curioso ver cómo en los registros de la Inquisición no se encuentran personas quemadas por falta de caridad y sí por discrepar en temas doctrinales o por pecar contra el sexto mandamiento, cuando Jesús hablo mucho −muchísimo− de caridad y muy poco del sexto mandamiento.

En esta Sevilla cofrade "rancia" sucede últimamente algo parecido: creando nuestro propio Evangelio a medida, hemos dado por asumido que aquellas cofradías con mayor bagaje histórico, mejor patrimonio y más prestigio, las más clásicas y correctas en su forma de actuar, las que jamás transgreden el canon autoimpuesto, son las mejores (y por ende sus cofrades son más cristianos y tienen más fe). En cambio, los miembros de otras hermandades más modernas, con un patrimonio más modesto y que se atreven a hacer "locuras" como sacar un paso a una plaza, no tienen nada de fe y, además, carecen de una formación adecuada. ¿De verdad creemos que el Maestro opinaría lo mismo? ¿No nos estamos convirtiendo en esos fariseos muy preocupados por la rectitud y muy poco por la esencia, a los que tanto se enfrentó Jesús?

En cualquier caso, no queramos apropiarnos de la Historia ni de un concepto único de la Semana Santa. Preocupémonos por conocer el discurrir de nuestras hermandades desde su nacimiento en las postrimerías de la Edad Media hasta nuestros días: nos llevaremos muchas sorpresas. No caigamos en la tentación de asumir como inamovibles determinadas tradiciones, pues la Historia es algo vivo que escribe el ser humano en cada día de su existencia. ¿O es que a los amantes del inmovilismo les habría gustado quedarse en los desfiles penitenciales austeros y sin imágenes de comienzos del siglo XVI?

Juan Carlos Arboleda Goldaracena
Profesor de Historia Medieval
Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
jcarbgol@upo.es

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Foto: Francisco Santiago










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