Pasión y la Esperanza. Pedro Dominguez

Son las siete y media de la tarde de un Viernes Santo hueco, sordo, vacío. Otro más. ¿Otro más? No. Doce horas después, sigo sin olvidarlo.

Y creo que no lo olvidaré jamás: "La Macarena se va para el Salvador. Tu sueño cumplido", me escribió un buen amigo vía Whatsapp. "Se hizo realidad!!!!", me escribía otra amiga en Twitter.

Lo que viene después, aún tengo que asimilarlo. Correr entre las apretu...ras de Laraña. Sortear el suelo resbaladizo de Cuna. Asomarme absorto y perdido a la multitud desconcertada de la Plaza. Deslizarme por Córdoba. Y luego... luego me volví a sentir vestido con mi túnica de ruan por el pasillo estrecho hasta el patio de los Naranjos. Era de mañana fuera, pero también dentro del Salvador.

El Sol estaba en el presbiterio. Había esa luz dorada en el templo que siempre la rodea. Pasión a la izquierda, apagados los oros de su túnica. En el centro, llenándolo todo, serenándolo todo, iluminándolo todo, Ella.

Por un momento, envidié a esos nazarenos que acariciaban con los bajos de las capas el mármol frío que solo conoce ruanes. Volví a sentir el estrecho esparto apretándome la cintura. Volví a calzar las sandalias de cuero. Volví a tocarme sobre el pecho el escudo mercedario. Uno no elige sus devociones: son las devociones las que lo atraviesan a uno.

Las mías son dos diámetros de perfección y belleza: Pasión y la Esperanza. Dicho esto, comprenderéis que calle ahora, que me seque pudorosamente las lágrimas y que os deje a cada uno recreando esta maravillosa imagen que contaré a mis hijos y que viví con la persona que más quiero, rematando la emoción que jamás pensé sentir. Pasión y la Esperanza juntos en el Salvador. Sentado en un banco a la trasera del paso de mi Señor, me dijo Carlos Colón: "Alguien dirá ahora que se ha puesto la túnica bordada porque sabía que la Virgen iba a venir a verlo".

Foto: Eduardo F. López