Arte Sacro
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X años de Arte Sacro. El Cristo de la Expiración del Museo. José Roda Peña


El Santísimo Cristo de la Expiración, que se venera en la hermosa y recoleta capilla del Museo, cuatro veces centenaria, representa con singular verismo el momento del espasmo agónico que hace contorsionar sus miembros como una llamarada entre estertores de dolor. José Bermejo y Carballo, en sus Glorias Religiosas de Sevilla (1882), nos brinda una elocuente y certera descripción de esta sobrecogedora efigie: “La propiedad de este divino simulacro es mucha. Los músculos violentamente contraídos, el semblante pálido, la vista quebrada y los labios entreabiertos, todo indica el momento en que el Salvador del mundo dio el último aliento con tanta espresión y naturalidad, que no se puede observar sin estremecerse, principalmente si se mira desde alto creyendo ver un hombre espirar”.

Modelado en pasta de papelón por Marcos de Cabrera en diciembre de 1575 –el mismo año en que se erigió canónicamente su cofradía por el gremio de maestros plateros–, es la primera representación, a tamaño natural, de Cristo expirante en la cruz que se haya conservado en el seno de la escultura sevillana. Tan solo unos meses antes, el 6 de febrero, este mismo artífice se había comprometido a realizar otra figura de Crucificado, con idéntico material y “de altura de ocho palmos e medio de vara… encarnada al olio con su corona e su cabello de cáñamo teñydo” para la Cofradía de San Antón de Jerez de la Frontera, que no ha llegado hasta nosotros.

Para la composición serpentinata de su cuerpo, de clara progenie manierista, se apunta como posible fuente de inspiración el Crucifijo que dibujó Miguel Ángel para Victoria Colonna en torno a 1540 (British Museum), muy divulgado en Europa a partir del grabado de Giulio Bonasone. La ductilidad del soporte empleado, la pasta, habría de servirle a Marcos de Cabrera para acentuar las curvas y dislocar dramáticamente las extremidades inferiores, abocetando ciertas partes de su anatomía. Debe aclararse que tanto su corona de espinas como el paño de pureza, de atrevido dinamismo, no son más que aditamentos añadidos por el escultor Manuel Gutiérrez Reyes en 1893 y 1895.

Esta singular imagen pronto despertó tal admiración que, pocos años después de su hechura, el entallador Matías de la Cruz contrató en 1590 con el presbítero Cristóbal Montaño un Crucificado, hoy en paradero desconocido, “de ocho palmos al natural que represente la expiración, el rostro levantado al cielo y la cruz de álamo blanco grande a lo basto y corona y potencias grandes a ymitación del christo que está en el monasterio de nuestra señora de la merced desta ciudad”, junto con una “parigüela o andas” indicativa de su función procesional.

Foto: Juan Alberto García Acevedo










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