Nueva Rica. Manuel Jesús Roldán Salgueiro

Nunca seremos una ciudad cualquiera. Todavía resuenan en sus oídos las palabras del premiado escritor mientras contempla un catálogo de grandes obras de imaginería. Cree recordar, en el convento de Madre de Dios, un Crucificado de Gerónimo Hernández arropado por silencios de dominicas en blanco y  negro. Cristo muere en el presbiterio y resucita, otra vez el maestro del siglo XVI, en el coro alto, bajo una armadura de madera. Pellizca su corazón la mirada interrogante de un Crucificado de Mesa en el convento de Santa Isabel. Siente el peso de la historia con una Virgen de Pedro Roldán que lo fue todo y ahora es casi la nada en el antiguo convento de San Pablo. Descubre la emoción de lo oculto en una Dolorosa con las manos entrelazadas, sí, como las de antes, en el coro bajo de Santa María de Jesús. Quizás sea de Montes de Oca. Se sorprende viendo un Crucificado de Ocampo en los mismos muros de aquella María que se quemó la cara cuando su apellido no se había convertido en bebida de tabernas. Todavía le sorprende que un Crucificado de Montañés, el llamado Dios de la madera, siga conmoviendo en el Santo Ángel. Y no olvida a las Vírgenes arrodilladas de San Andrés o de Santiago, o a las Dolorosas de Astorga en Capuchinos o San Ildefonso. Un gran catálogo… de la ausencia. Imágenes que sólo procesionarán en el olvido. Las grandes devociones de la ciudad son ahora santitos de escayola en el atrio de la historia, figuras de Olot veneradas con superstición, escorzos de misterios imposibles o bellezas superfluas de pupilas cinematográficas. Piensa que si la Semana Santa es el espejo de la ciudad, nunca podrá ser cualquier Semana Santa. Muchos, se esfuerzan en lo contrario. 

Publicado en ABC de Sevilla el 13 de marzo de 2014

Foto: Eduardo Fdez. López.