Arte Sacro
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Monumento a la amistad. José Luis Garrido Bustamante


Yo la dejaría como está. A la estatua de Pepe Peregil que se descubrió el día de San José no le han puesto su nombre, Todos los santos tienen su novena y los monumentos estatutarios también. Se anuncia que el olvido se remediará en los próximos días. Pero creo que no es necesario. Por lo menos mientras dure esta generación que aun conserva en los oídos la vibración incontenible de la voz poderosa del cantaor interpretando una saeta.

¿Quién no le va a reconocer contemplándole inmortalizado en la escultura?

En esa postura, como si se apoyara levemente en la baranda de un balcón y extendiera la mano contraria a modo de recitado lo ha interpretado magistralmente José Antonio Navarro Arteaga. Un acierto. Pudo haberlo llevado al bronce entre farolillos de feria. O añadirle un sombrero ancho o una gorrilla rociera. Que feriante y rociero fue también el cantaor. Zoido, el alcalde, que presidió la ceremonia inaugural, lo recordó, añadiendo currista, bético y tabernero. Algo más puede completar esta ristra de adjetivos: amigo.

En la plaza Jerónimo de Córdoba, frente a su taberna “Quitapesares” se ha venido a erigir este nuevo elemento del mobiliario urbano. Es, qué duda cabe, un monumento al hombre que, desde la onubense Manzanilla, en la que vino al mundo, supo llegar a Sevilla y hacerse acreedor de la medalla de oro de la ciudad. Pero, en el fondo es un monumento a la amistad. Sin el afecto personal, puro y desinteresado del que supo hacer gala toda su vida Pepe Peregil tal vez no existiría este recuerdo que invita a evocar el aire aleteando con una de sus saetas.

Yo lo hice así en mi Pregón de Semana Santa al hablar de la virgen titular de una de las cofradías a las que se sentía más vinculado

Aguas, Señora, mojada.

Cara brillante de pena,

dulce candor de azucena

entre tu ojera morada.

Virgen bendita, anegada

en multitudes de rio:

Cuando, en saeta, el quejío

alce el valiente aleteo

nadie estará en el Museo

sin que le de escalofrío.

La saeta era la de Pepe Peregil. ¿De quien si no?










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