Arte Sacro
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  • jueves, 25 de abril de 2024
  • faltan 353 días para el Domingo de Ramos

A través del Antifaz. Silencios que traspasan. Alberto De Faria Serrano


 Aun está cimbreándose el ciprés de San Clemente tras el paso del Buen Fin del Señor por la escolta florida de naranjos; otra semejante condujo por el vergel apasionado del Porvenir hacia la Victoria del Redentor; tres avenidas más allá, se consumó una llama más, un viernes más, rendida ante su Cautivo. La huella inaprensible de nuestros labios han impregnado de Salud sacramental sus castigadas y nazarenas manos bajo la hornacina mudéjar de San Pedro, y bajo la ventana de nuestro viaje hacia el paraíso del Domingo de Ramos; la dulce fragancia de la dama de noche de la Plaza de Santa Isabel fue la mesa petitoria perfecta para recordarnos la devoción olvidada a la Misericordia de los hombres. La misma que derrocharon sobre sus hombros las costaleras por un día de la Gracia de Sevilla que ya preside el firmamento de San Lorenzo.

Cada acto de la Cuaresma es un recuerdo a la memoria; un permanente sigilo de veneración que se aquilata en la piel de los recuerdos y se renuevan por los cuatro costados. Es la viva expresión emocionada de los silencios que traspasan; como los que esta noche grabarán a fuego la sombra de las manos entreabiertas del Señor de la Redención las recién blanqueadas paredes de Calería, Imperial o Caballerizas; o se reflejará la turbada y plena mirada de compasión de los hombres atados a las columnas de la desesperación por Elcano o Asunción; O la emoción contenida de los críos que ya suben aprisa su rampla porque van a recibir las palmas y los cirios con los que soñarán ocho vigilias sobre la borrica de sus ilusiones. Un Cirio Votivo ya aguarda la eterna llama de amor por su Madre de los primitivos en San Antonio Abad. La misma que se deposita ya por Monserrat por la Conversión de los Hombres o en las manos descarnadas en su segunda caída en la Costanilla de San Isidoro.


El silencio se aquilata denso y místico en la nube de incienso, también por San Juan de la Palma. Distorsiona los volúmenes pero transparentan las sensaciones; desdibuja la claridad primaveral de la tarde pero descubre toda la dignidad y la sencillez del hombre que no se desmorona ante el desprecio. Sus manos entregadas a nuestros labios hablan por sí solas de la compasión que en ellas encierra. Su mirada perdida, concentrada en nosotros, es como el libro abierto del evangelio, una homilía expresada en un gesto de mansedumbre, una oración de reconciliación expiada con el que te ajusticia.

Cuántas veces habremos de acudir a su encuentro. Porque el Silencio es como un grito voraz en la noche que se alza con una cruz de guía. En ocho días se hará blanco, teñirá de inmaculado el crepúsculo y rebrotará de vida la Feria que quiere y aprecia la profundidad del mensaje del Silencio. Ya no habrá dudas ni confusión. Todo el peso de las calladas ofrendas del año caerá sobre cada levantá, por Conde de Torrejón y la Europa, revestido de Inocencia, y sentiremos el amargo sinsabor del desprecio al que se somete.

Le tiembla el pulso al tetrarca. Se le hinchan las venas a los sanedritas. Roma encrespa el cepillo de plumas como se tensan sus espadas. Silencio blanco que por Delgado ya no es blanco, sino transparente de todos nuestros pecados.

Foto: Mariano Ruesga Osuna.










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