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Después de veinticinco años, te doy las gracias, Macarena. Juan Manuel Labrador Jiménez


Era un paseo hacia lo desconocido. La mente ingenua de aquel niño no era capaz de divisar la frontera del paisaje por el que se vería envuelto aquella dilatada tarde de un mayo que expiraba sus últimos soles. La luz amarilla caía por San Jacinto, se reflejaba sobre el río, bordeaba los perfiles de los edificios de Reyes Católicos y se doraba plenamente entre La Campana y Laraña, y allí, precisamente allí, se produjo el momento.

El niño iba en brazos de su madre a veces, de la mano de su padre otras, su tía le compraba alguna chuchería para que fuese menor su insistencia en querer volver a casa, y sus hermanos mayores aguardaban expectantes algo que también era un mundo por descubrir para ellos. Se alzaba una cruz de guía de plata que se abría paso entre la multitud, haciendo frente a un astro rey que besaba con fuerza los confines del Aljarafe. Había cirios, muchos cirios, cofrades con su medalla al cuello, pero no había nazarenos, ni paso de misterio, ni cornetas… Pero sí venía una Virgen, que salía como en Semana Santa, bajo palio, revestida con los mejores bordados y escoltada por una alta candelería a través de la cual se advertía la profundidad de su mirada.

Han pasado los años, pareciera que todo aquello ocurrió ayer mismo, pero no, el tiempo, con sus alegrías y sus penas, ha discurrido más rápido de lo que quisiéramos, y es que hace ya nada menos que un cuarto de siglo de aquello. El niño cumpliría aquel verano cinco añitos, pero lo recuerda todo, aunque en su memoria permanece aquel momento como si de flashes fotográficos se tratase, mas no se le ha olvidado. Allí, en Laraña, frente a una iglesia de portada muy alta que cuando se hizo mayor supo que se llamaba de la Anunciación , girándose a la puerta del templo, allí, justo allí, el niño vio por primera vez a la Esperanza Macarena. Nunca antes pudo verla, porque en la madrugada del Viernes Santo toda la familia acompañaba, como sigue ocurriendo hoy día y así siga siendo por muchas generaciones, a la Esperanza de Triana, si bien el niño sólo conocía la mañana de ese día, y al levantarse de la cama no sabía entender por qué sus hermanos no le habían esperado… Claro, ellos ya eran algo más mayores para poder acompañar a su cofradía desde por la noche, y el pequeño aún no había recibido la revelación de ese secreto.

Después de tantos lustros, ese niño no ha dejado jamás de formarse como cristiano al estilo sevillano, como cofrade, viviendo con intensidad sus hermandades, pero al ir creciendo, al descubrir la noche mágica y pasional de la ciudad, al ir madurando, al ir conociendo amigos de otras hermandades, muchas son las veces que ha cruzado aquel mismo puente que une al viejo arrabal con la urbe para llegar hasta ese arco tras el cual habita Ella, la misma Esperanza que a todos nos une sea en el barrio que sea, da igual en qué calle se encuentre. Y con los años ha sabido entender por qué José María García, el de los textiles de la calle Regina, ha sido tantos años armao del Señor de la Sentencia y ahora porta su cirio verde al vestir la túnica nazarena, y ha sabido apreciar el gran amor que le rinde ese mismo Carlos López Bravo que tan enamorado está de Ella que es consciente asimismo de lo grande que es esa única Esperanza que se reparte por Sevilla, y sabe por qué Carlos Peñuela la sueña con sus pinceles sin necesidad de tener que trazar sus gráciles perfiles sobre el lienzo porque hay miles de formas para dejar ver que Ella está ahí, como lo está en el alma de ese jerezano de nacimiento y sevillano de convicción que es Fernando Cano-Romero, o como habita en el corazón de esa joven María José Pérez que vive tan cerquita de su basílica que no pudo resistir nunca la tentación de mirarle diariamente su rostro. Muchos nombres propios que a ese niño, ya hoy adulto, hacen que la sienta también cerca, como ese Antonio Muñoz Maestre que la canta con sus versos, o ese Joaquín Caro que descubrió la felicidad precisamente en aquella coronación al regalarle la Virgen el corazón femenino que latió más cerca de su palio en la Catedral , o ese Joaquín Sáinz de la Maza que siempre pregona el nombre de la Esperanza allá por donde vaya, como la difunde Juan José Morillas sin tener que traducir su nombre al latín porque ese nombre es universal. A todos ellos los tiene presente ese niño de hace veinticinco años, hoy adulto, porque desde aquel 27 de mayo de 1989, la Macarena le ha puesto por delante a mucha buena gente, como esos jóvenes que son Luismi Romero, David Medina, Manolito Campbell, Lolo Núñez, Marga García, los hermanos Uribe, y tantos y tantos otros… Y no puede olvidarse de Antonio García y su secreto de la Esperanza , un secreto que no es otro que la amistad entre hermanos esperancistas de nuestra tierra sevillana, o de Paco García y su fe costalera, o de Antonio Muñoz Castro y sus años de servicio y vivencia cofrade a sus plantas, o Pedro Domínguez y el fervor que no puede ocultar cuando retransmite que Ella va llegando a cada rincón de la metrópoli en esa madrugada única en el año, o Luis María Jiménez vendiendo a las puertas del templo, en el atrio, tantas participaciones de lotería con el rostro de la Virgen, o Rafael Jiménez Sampedro indagando en su archivo la historia del pasado de su hermandad, o ese Andrés Luque que cada vez que estudia algún elemento del patrimonio de la Macarena no hace otra cosa que realzar y dignificar más ante el pueblo la realeza de la Señora , o Paqui Millán dedicándole con toda la coral los mejores cantos para Ella… Y tampoco me olvido de Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp y los piropos que brotan a través de su mirada cristalina al portar la vara basilical, ni de Nuria Barrera que le ofrece la ofrenda de su pintura, ni de Carlos Colón porque cada artículo que escribe lleva a la Macarena por dentro, o Ildefonso Damas con su labor oculta en esa corporación que hace y regala caridad a unos niños rubios de ojos claros a cambio de sentir la brisa de la Esperanza , o la fe profunda de José Carlos López… Y tanta y tanta buena gente a la que ese niño del pasado, el que esto escribe, da las gracias, porque por todos ellos siempre ha sabido hacerle entender que, aunque uno sea hasta la médula de la Esperanza de Triana, Sevilla es, ante todo, la tierra de una única Esperanza que a todos nos une en la devoción a la que es la Madre de Dios.

En esta tarde de mayo

vuelvo otra vez a tu encuentro

para sentirte en mi adentro,

porque de nuevo me hallo

–como noble y fiel vasallo–

frente a tu afable presencia,

mientras mi alma silencia

la evocación de un pasado

que ante Ti quedó postrado

al admirar tu excelencia.

 

Veinticinco años hace

que me llevaron a verte,

y mi memoria, que es fuerte,

con gloria se satisface

al traerme donde nace

el recuerdo de esa escena

cuya estampa se almacena

en lo hondo de mi ser,

y por eso he de volver

a tu encuentro, Macarena.

Foto: Francisco Santiago.










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