Una tarde en miniatura. Carlos Jordán

Silvia se sentó en una silla, dispuesta a ponerse en manos de su madre y su abuela. La embriagaba una sensación extraña para ella, pero muy conocida por cada hombre y mujer que, horas antes de que su cofradía se ponga en la calle, comienza el ritual eterno de vestirse con su ropa de nazareno. Solo que Rocío no vestirá una túnica, sino un traje de mantilla como pocos hemos visto antes.

Mientras anticipa en su mente el reencuentro con sus compañeros del colegio, Silvia observa cómo su madre pone todo su empeño en colocarle la mantilla y maquillarla, algo que en ese momento le valdrá para echar una tarde, pero que refleja una tradición que se remonta varias décadas atrás.

A su lado su padre hace lo propio con su hermano Álvaro, solo que el pequeño lucirá costal de tela y saco y una faja que bien podría valernos de pañuelo a los mayores. En el reducido espacio del salón de su casa se recrean dos tradiciones que han sostenido, a lo largo de los siglos, parte de la idiosincrasia de nuestra Sevilla cofrade, y como sus abuelos hicieron con sus padres, ahora les toca a ellos aprender y vivir la Semana Santa.

Esta es solo uno de los momentos que debieron vivir cada uno de los niños del colegio Rico Cejudo, que desde hace años, en las vísperas de nuestra Semana Mayor, saca a la calle una procesión infantil con la escultura de una Virgen que cede una vecina del barrio. A las 17:15 del pasado miércoles se abrían las puertas del centro, dando pie al cortejo más estrambótico y gracioso que estos ojos han visto en mucho tiempo. Mantillas portando estandartes de papel de plata y repartiendo piruletas, nazarenos con capirote de gomaespuma que no dejaban de corretear de un lado para otro, una terna de guardias civiles cuyos bigotes postizos les tapaban casi toda la cara, costaleros de metro y poco que empujaban el paso con ruedas desde el lado exterior de los costeros y el compás descompasado de una banda de tres integrantes que intentaban acompañar la música que salía de debajo del paso. Y alrededor varias decenas de ojos que miraban con orgullo y simpatía cómo sus hijos daban sus primeros pasos para hacer suyo el legado de nuestra cultura.

El cortejo partió desde su colegio al Centro de Ancianos Ntra. Sra. de la Consolación, de la Avda. de Coria, brindando una bellísima estampa en la que se podía observar un salto de dos o tres generaciones. Ojos que se clavaban en aquellos rostros arrugados por el tiempo, otros que reconocían la Semana Santa de su época en aquella procesión infantil. Y todo gracias a una actividad que se está convirtiendo en perpetua por el interés de estos padres y profesores. Fue una preciosa experiencia que recomiendo para el año que viene.

Fotos: Carlos Jordán