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Un recuerdo sellado por Marilo. Jesús Méndez Lastrucci


Aquellos que bien me conocen, saben que cuando dejo algo escrito, es producto de una emoción, un sentimiento, de un latigazo de sinceridad. Sin ser consciente del todo, dejo al descubierto las costuras del alma, aquellas que pasan por ser el magma de mi ser, lava que solivianta mis propias emociones. Desconozco de qué manera se miden, quizás lo mejor es sentirlas, experimentar que nacen para expresarse sin un recorrido previo, sino que van dibujando surcos de encuentros. En mi convencimiento pleno, escribo con una sensación igualmente plena de ser escuchado. Me explicaré.

La mejor cara de la moneda de la empatía, es ponerse en la piel del otro, ese otro, en este caso en concreto, es un amigo de raza, de ímpetu y magnitud. Todos los que le conocemos, podremos estar de acuerdo en una cosa, entre muchas, Javier Jiménez es de los que se pringan, de los que se meten en el fango por un amigo. Eso en lo bueno y en lo malo, si lo hubiese, es el carácter propio que le define.

La vida le golpeó fuerte, un golpe bajo de necesidad, el destino le situó delante de un prado desgarrador. Su fe enorme puesta en Nuestro Señor (por algo cargó sobre sus hombros a la zancada más poderosa del orbe Cristiano), le mantiene viva, a sorbos, la llama de la esperanza. Aquella que nunca debemos perder y en la que siempre ampararnos.

Sabedor de que cada uno de nosotros somos diferentes, y ahí radica la gracia y salador de una vida que no siempre es justa, miro al amigo para expresarle sin necesidad de palabras, que el significado de las cosas que nos acontecen, sólo Dios lo sabe. Pero de seguro nada será en vano, y las pruebas por las que podamos pasar en este valle de lágrimas, sólo tienen un sentido de ser que desconocemos, pero que, algún día, conoceremos. Escrito está que no habrá nada que sea silenciado delante del tribunal divino.

El porqué de las cosas a veces se nos escapa de las manos, como esas escamas resbalosas de entendimiento. Algo interior se complace en demostrarme que somos parte de un plan divino, sé que acudo de continuo a ello, pero todo me lleva a este mismo punto.

Ojalá pudiera devolverla a su prado diario, a su más bella flor, a la compañera de amor que con sus dorados cabellos le abraza y acompaña en el camino de la vida. Eso no puedo, pero todos los que les queremos, a ambos, desde nuestro foro interno, mantenemos viva su memoria. Marilo, su sonrisa más humana, le daba la vida pero se apagó en este mundo para brillar en un cielo de esperanza y de fe.

Mi recuerdo, humilde pero eterno, es dejarle una dedicatoria sobre el cuerpo de una imagen salida de mis manos. Con ello quisiera encumbrar el amor por Cristo Crucificado y descendido, a través de la mirada del Apóstol, en el cual el Señor nos entregó a su madre como Madre Universal. Aquel que descansó sobre el regazo de Cristo en la Última Cena, el que Dios no quiso que conociera el martirio en su cuerpo, es el mismo que, en esta imagen, me cede una porción de su cuerpo de madera para dejar sellado el recuerdo por Marilo. La más bella sonrisa de un paraíso ensordecedor que no deja de expresarle su amor.

Jesús Méndez Lastrucci










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