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Jueves pastoreños. La Ermita de San Blas: casa de la Divina Pastora. Francisco Javier Segura Márquez


Las Hermandades, como instituciones vivas, que se adaptan a los tiempos y las circunstancias de sus miembros, sufren constantemente cambios en su sede canónica. Estas alteraciones del espacio físico, en el cual se veneran las Veneradas Imágenes y discurre la vida celebrativa y corporativa de la misma, va propiciando alternancias de etapas y van construyendo la historia del grupo humano que las forma, siempre en relación con un ámbito poblacional concreto y con los elementos que lo constituyen.

 

En el caso de nuestra Hermandad, ya desde el siglo XVIII, y concretamente en el primer cuarto de la centuria, los traslados de su Titular -en su representación pictórica y escultórica- han marcado hitos fundamentales. Desde su fundación en la Parroquia de San Gil, comienza una breve etapa inicial que viene a concluir con su establecimiento en la Parroquia de Santa Marina. En ese período de dos años, mientras el estandarte con la Imagen pictórica se custodiaba en San Gil durante el último trimestre de 1703, todo el año 1704 y parte del siguiente año, la Imagen escultórica, tras ser bendecida en Enero, de 1705, fue venerada primero en el Monasterio de la Encarnación y luego en la Capilla Mayor de San Juan de la Palma, fue llevada en Procesión pública hasta su nueva sede en la Capilla del Templo dedicado a la Mártir orensana Santa Marina, a la que llegó el día 23 de Octubre del mismo año.

 

La siguiente etapa, bastante más extensa, abarca desde el año 1705 hasta el año 1729, en que comienza la influencia oficial de la Corte con su estancia en la ciudad durante el Lustro Real, durante el cual la Parroquia lucía remozada en su ornato y arquitectura. En efecto, entre los años 1725 y 1729 se va a revestir con elementos barrocos la Iglesia de Santa Marina. Esta situación de reformas impedía a la Divina Pastora, amén del desarrollo de su culto ordinario, celebrar con el esplendor adecuado la Novena, instituida muy poco tiempo antes por su fundador, Fray Isidoro de Sevilla, todavía en pleno auge de su actividad pastoral y extensión del título de la Divina Pastora.

 

A causa de esas obras, la Hermandad acuerda trasladar a la Divina Pastora a otro Templo cercano. Los miembros de la Junta de Gobierno se decantaron por la Ermita de San Blas, que es la protagonista de nuestro Jueves Pastoreño de hoy. Dicho templo, de carácter popular, debemos imaginarlo como un humilde ámbito de oración y culto. Hubo de ser un lugar de referencia entre los grandes solares del Palacio de los Marqueses de la Algaba y la antigua residencia de los Duques de Alcalá, que daban nombre a la que luego habría de llamarse calle Divina Pastora. Allí, en aquel Templo humilde, la Imagen Titular se mantuvo durante la reforma de Santa Marina, marchando a San Juan de la Palma para su Novena y regresando a la Ermita hasta la conclusión de las obras.

 

De estos traslados queda constancia, al menos para el año 1725, en la valiosa convocatoria que, subastada en el mercado de arte por la Fundación Cajasol, pasó a manos privadas en los primeros años del siglo XXI. La Hermandad, cuya situación económica no permitía entonces el pago del importe requerido, tuvo que resignarse a conservar una reproducción de la misma en su patrimonio, conservándose enmarcada, como testimonio de glorias pasadas, en la escalera que conecta la Capilla, desde el Altar del Sagrario, con la Sala Museo en que se exponen las Imágenes del Niño Jesús.

 

En ella se consigna, con la prosapia barroca propia de la época, el traslado desde San Blas hacia San Juan de la Palma, tanto en la ida como en su retorno. Nos resulta muy complicado imaginar el aspecto que tenía la Ermita pero sí tenemos algunos datos históricos y artísticos reseñables. Aquella Ermita de San Blas, abogado popular contra los males de la garganta, debía existir ya en la segunda mitad del siglo XIV. El historiador Carlos Ros nos cuenta que dicha Ermita fue uno de los lugares donde Doña María Coronel se escondió del asedio amoroso del rey don Pedro de Castilla. La propia Ermita, bien por su ubicación o por patronato, debió considerarse propiedad de la fundadora del Monasterio de Santa Inés, el cual a partir de 1411, cuando fallece Doña María, toma la propiedad de la misma, cuidando de su administración a lo largo de los siglos.

 

En aquel ámbito debió sobrevivir la devoción a San Blas a lo largo de los siglos, quedando constancia en el siglo XVII del auxilio que prestó la vieja ermita a las necesidades del Amparo de Venerables Sacerdotes, que se había fundado en 1627. Gracias a una donación del Ayuntamiento, consiguieron una sede en la calle Vieja de San Andrés, a la que regalaron su nombre, permitiendo que la capilla del Hospital de los Viejos, nuestra Sede Canónica actual, se abriera ya para siempre a la calle Amparo. Una iniciativa posterior, malograda en su desarrollo, obligó a los sacerdotes a refugiarse en la Ermita de San Blas durante veinte años, desde 1639 a 1659, trasladándose de nuevo, precisamente al Hospital de los Viejos titulándose, a modo de sección del propio de los Viejos como “Hospital de Venerables Sacerdotes”. En nuestra Sede Canónica actual permaneció, en esta segunda fase, hasta 1698, cuando fue consagrado su monumental espacio arquitectónico en el barrio de Santa Cruz que fue patrocinado por Justino de Neve, cofrade del Hospital de San Bernardo que, de seguro, soñó en nuestra propia casa la grandeza de su obra.

Así, desde 1639 a 1659, la Ermita de San Blas fue Hospital de Venerables Sacerdotes, y ya en aquel momento presidía su Altar Mayor una Imagen de San Blas que, realizada por el maestro Juan de Mesa, hoy se conserva en la Iglesia conventual de Santa Inés, en un altar neoclásico lateral. Por ser la Ermita parte del patronato del cenobio de las Clarisas, a su desaparición en 1776 por el penoso estado de ruina que presentaba, pasó la Imagen y su escueto patrimonio a la Iglesia de las hermanas, donde hoy conservamos la talla y la tradición del culto a San Blas en la jornada del 3 de Febrero.

 

La Ermita estaba ubicada en un lugar muy próximo a la denominada Plaza del Lucero, cercana a la intersección de las calles San Blas, Divina Pastora y Plaza del Cronista. En ese espacio de antiguas remembranzas, la devoción al Santo Obispo, patrono de las dolencias de la garganta, ponía el contrapunto popular a la veneración de carácter áulico y aristocrático que la Divina Pastora generó en torno a sí. No olvidemos, sin embargo, que fue el barrio de Santa Marina, su masa popular, sencilla y generosa, la que, olvidados los antiguos rigores del protocolo real, mantuvo la devoción a la Divina Pastora y la convirtió en centro de sus afanes. De hecho, en 1864, ante el incendio de la Parroquia, y ya desaparecida la Ermita de San Blas, fue la casa de la Divina Pastora la de su fervorosa hija doña Concepción del Real Fernández, viuda de Miguel Santamarina, en la calle San Luis, número 31. En cada casa familiar, en cada corral de vecinos, en cada humilde habitación de aquellos hombres y mujeres había una Capilla para la Virgen. A todos aquellos vecinos de su barrio, ahora y siempre, nuestro sincero homenaje.










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