Cristo ha resucitado, aunque este domingo no ha salido de Santa Marina. Manuel Martín Vaquero

En 2011, hace justo 13 años, en una Semana Santa tan desapacible como la pasada y con apenas cofradías en la calle, el Señor Resucitado sí salió. Ese día, a la Virgen de la Aurora le llovieron las miríadas de pétalos de flor que no pudieron recibir a su paso otras advocaciones marianas, y que sus devotos reservaron entonces para ofrecerlos a aquella que sí pudo pisar las calles de Sevilla.

Los pétalos llegaron desde lugares como la Macarena, Triana, la calle Recaredo, los Terceros… hasta de otros pueblos sevillanos según las crónicas.

Ciertamente, con ese sencillo gesto se hacían presentes las tres virtudes teologales: la Fe, como fuente de la devoción que les impulsaba; la Caridad, como amor fraterno más allá del propio barrio, feligresía o hermandad; y la Esperanza, en que llegara un día de mayor bonanza que permitiera ensalzar a la madre de Dios con los colores y aromas que el Creador dispuso para disfrute de todos. Quien fuera testigo de aquello, difícilmente podrá olvidarlo.

Sin ánimo de juzgar a nadie en particular, creo humilde y respetuosamente que esta aciaga madrugada sevillana hemos flaqueado –quizás sin quererlo, quizás sin que nos importe– en alguna de estas virtudes. Nos ha faltado Caridad por no mirar un poco más allá de lo que alcanzan nuestros siempre cortos brazos. Nos ha faltado, aunque suene paradójico, Esperanza.

Y si flaquea nuestra Esperanza, si no es la Caridad la que rige nuestros actos... ¿no será nuestra Fe tan vana como si Cristo no hubiera vencido a la muerte?

Quizás por eso, la Providencia haya visto más provechoso enviarnos esta otra lluvia, que tanta falta nos hace.

Cristo resucitó, hace dos mil años. Con una lluvia o con otra, ¡feliz Pascua de Resurrección!.

Fotos y texto: Manuel Martín Vaquero.