Que poquito queda. El espejo de la Ventana. Alberto De Faría Serrano

Hay una  luz incipiente que despereza ya los patios de flores al mediodía y que despiertan de su letargo invernal la puesta de largo de sus zaguanes: se abren a la vida las buganvillas de Calería. Los jazmines de Lanza se impacientan en sus ramas: No hay dama de noche que por el vergel de la Casa Palacio asome a Imperial su templanza de azul celeste de una tarde de algarabía. Más no llegó la hora aun. Que la cuarentena tiene su pausa y su armonía.

Has venido a verle como cada semana y ya sabias de sobra que vacía estaba su ventana. Has pasado a darle el beso de tu cariño que le das a la estampa cada mañana. Te has detenido ante Él meditando sobre ti y los tuyos como cada hora temprana. No has encontrado ese consuelo certero porque las llagas que te zozobran no son vanas. Precisarás de llevarlo en la noche por el vergel y la angosta Encina para asirte fuertemente a su zambrana. Allí hallarás la respuesta tras los muros pétreos de la iglesia neocristiana. Cuando atraviese el umbral de la ojiva tus hombros sentirán el anuncio liviano de la clámide y el cetro como si en tu cabeza se revistiera un capirote de la puerta Carmona forrado en su badana. El broche te la clava en la solapa la última oración como punta de diamante desgajada.

Su Salud te encomienda en cuatro martes al Buen Viaje de la Penitencia y proverbial Amparo en la mirada mariana. Mientras tanto, esta noche, cuando tus pasos retornen, te detendrás en el añejo y vacío espejo; y verás con lo ojos del alma que sí está su imagen venerada. Habrás aprendido que no hay zozobra fraterna que valga. Que ante el espejo de Dios siempre has de verte a ti mismo como tal eres: a su imagen y semejanza. Como se asoma la dama de noche, hazlo al espejo de su ventana. Que poquito queda.

A Daniel, José Manuel, y Antonio.

Foto: Francisco Santiago