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Los homosexuales y la Iglesia. Jesús Luengo Mena.


 Vamos en este artículo a exponer la doctrina oficial de la Iglesia sobre la homosexualidad.

Para la Iglesia, los actos homosexuales son moralmente injustificables. En nuestros días, fundándose en observaciones de orden psicológico, se ha llegado a juzgar con indulgencia, e incluso a excusar completamente, las relaciones entre personas del mismo sexo, en contraste con la doctrina constante del Magisterio y con el sentido moral del pueblo cristiano. Hay que distinguir entre los homosexuales cuya tendencia, proviniendo de una educación falsa, de falta de normal evolución sexual, de hábito contraído, de malos ejemplos y de otras causas análogas, es transitoria o, a lo menos, reversible y aquellos otros homosexuales que lo son por un instinto innato o de constitución que se tiene por irremediable.

En cuanto a las personas de esta segunda categoría, piensan algunos que su tendencia es natural hasta tal punto que debe ser considerada en ellos como justificativa de relaciones homosexuales en una sincera comunión de vida y amor análoga al matrimonio, mientras se sientan incapaces de soportar una vida solitaria. Indudablemente, estas personas homosexuales deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y no pueden recibir aprobación en ningún caso.

Aunque para la moral de la Iglesia los actos homosexuales son un desorden objetivo, la orientación homosexual no es moralmente mala por sí misma. Son los actos y los deseos homosexuales deliberados, los que son considerados malos e inmorales. La persona homosexual, que trata de llevar una vida casta, no difiere de cualquier otra persona y por lo tanto merece el mismo respeto, amor cristiano y dignidad. Se distingue pues, claramente, entre la persona y sus actos. La persona no es rechazada, sus actos sí.

Por otra parte, la Iglesia considera deplorable que la persona homosexual sea objeto de abusos verbales o físicos, o que sea privada de sus derechos humanos básicos. El prejuicio y la discriminación contra la persona homosexual constituyen no sólo una falta de caridad, sino que además son una injusticia. Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, donde quiera que se verifiquen. Revelan una falta de respeto por los demás, que lesiona unos principios elementales sobre los que se basa una sana convivencia civil. La dignidad propia de toda persona siempre debe ser respetada en las palabras, en las acciones y en las legislaciones. Sin embargo, esto no significa que se puedan decretar leyes que traten de legitimar la actividad homosexual. De la misma forma, cualquier plan educacional que trata de inculcar en los niños la creencia de que el estilo de vida homosexual es aceptable, debe ser considerado una afrenta inmoral a los derechos naturales de nuestros niños y a su dignidad

La Iglesia exhorta a los hombres y mujeres homosexuales a que acudan a la Iglesia, a la oración y a la fuente de la gracia, que fortalecerán su compromiso de vivir una vida casta. El apoyo de la comunidad cristiana y los sacramentos son las fuentes primarias del cuidado pastoral para la persona homosexual. Nunca debemos subestimar el poder de estos medios sobrenaturales en la vida de la persona homosexual o de ninguna persona. Asimismo, debemos siempre recordar que la persona homosexual que está tratando de llevar una vida casta, forma parte esencial del Cuerpo de Cristo. Por medio de esta aceptación heroica de su propio sufrimiento, están dando testimonio de castidad.

¿Qué debe hacer entonces una persona homosexual que busca seguir al Señor? Sustancialmente, estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, uniendo al sacrificio de la cruz del Señor todo sufrimiento y dificultad que puedan experimentar a causa de su condición. Las personas homosexuales, como los demás cristianos, están llamadas a vivir la castidad. Si se dedican con asiduidad a comprender la naturaleza de la llamada personal de Dios respecto a ellas, estarán en condición de celebrar más fielmente el sacramento de la Penitencia y de recibir la gracia del Señor, que se ofrece generosamente en este sacramento para poderse convertir más plenamente caminando en el seguimiento de Cristo.

Según esto: ¿Puede una persona homosexual acceder al sacerdocio? Naturalmente que sí. Sólo en el caso de que su tendencia homosexual sea de tal índole insuperable (tendencia profundamente arraigada) que no sea capaz de mantenerse en castidad debe abstenerse de aspirar a ser ministro ordenado o también si pretende hacer ostentación de su militancia “gay”. En definitiva, igual que una persona heterosexual que aspire al sacerdocio, que también debe mantener una continencia perfecta.

Para más información pueden los lectores consultar la “Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual” y la Carta sobre “La atención pastoral a las personas homosexuales”, ambas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, así como la  “Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las Órdenes Sagradas”, de 4 de noviembre de 2005.

Jesús Luengo Mena, Lector instituido y Vicette de Jesús Despojado










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