El Atrio definitivo. Alberto de Faría Serrano.

Las manos por delante. La cuaresma recién estrenada. Quizás hayas cruzado la Alameda en una chicota en ensueño exultante porque vienes de la otra Basílica de besarle su Divino talón. Has acariciado dulcemente la medalla en tu bolsillo todo el día  y al cerrar los ojos te veías en entre las esbeltas columnas del Atrio. La dicha macarena de reencontrarte bajo su influjo y magnetismo. Se inhibe el hilo celular y se multiplica la frecuencia de entrecruce de miradas; nada mas poderosa que el espejo del alma como los que se reflectan en los del Camarín. El gozo absoluto henchido de Esperanza.

Pero hoy es día de oración en la calle y seguirle por el pasillo de San Luís o sorteando las balcones de Sagunto. De buscarle esa sensación calida de la mano que te llevaba del brazo cada mañana del Viernes Santo a la Plaza de los Carros. La cita es en el Atrio. No hay nada que te impida seguir su estela por que es la que te conducirá al paraíso definitivo al amparo de tu capa de merino. Las apreturas iniciales se dan por asumidas porque siempre hay hueco para rezar en mas de una estación a su vera. Nada hay medido y todo esta previsto a la vez. Es superflua la alternativa de itinerarios o la túnica elegida. Todo conduce al mismo Arco de la Alianza. Todo desemboca en el mismo punto. El atrio no es su Sentencia definitiva. No es el fin en si mismo si no las mimas puertas del Cielo. Crúzalo.

Foto: Francisco Santiago.