Arte Sacro
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Puerta Osario. Kempeneer. Álvaro Pastor Torres.


 Durante buena parte del siglo XVI arribaron a Sevilla, a la vez que toneladas de oro y plata del Nuevo Mundo, una amalgama variopinta de tipos humanos, nacionales y de importación, que llenaron las mejores páginas de la literatura española: cortesanas, banqueros genoveses, buscavidas, granujas redomados… Y también artistas de variados oficios, bien para echar raíces en la ciudad más cosmopolita de Occidente, o bien para dar el salto transoceánico. Hoy siguen afluyendo muchos de estos tipos no recomendables (comisionistas, rateros de poca monta, testaferros), mas los artistas (salvo los del acordeón y la pandereta) tiran para otros lugares, llámense Nueva York, Londres o Milán.

Uno de los artífices que llegó al calor del metal indiano fue el pintor Pieter de Kempeneer, que aquí castellanizó su nombre como Pedro de Campaña. Vino para trabajar en la catedral y terminó participando en el retablo mayor de otra “catedral”, la de Triana. En la Sevilla golfa de mediados del quinientos, y más siendo artista –y de los buenos-, con lo dados a la bohemia que son estos gremios, llamó la atención el flamenco por su vida ordenada. Hasta el circunspecto tratadista Francisco Pacheco –que no lo conoció pero sí oyó contar historias de él- lo trata con admiración: benigno, casto, corregido “no se halló mentira en su boca y no se le conoció enfermedad mientras vivió, pues amó grandemente la abstinencia y templanza”.

Un cargo de director en la fábrica de tapices de su Bruselas natal, y quién sabe si la morriña o saudade –que no sé cómo se dirá en flamenco-, lo devolvieron a su tierra en 1563, cuando en Sevilla aún se estaba levantando el cuerpo de campanas de la Giralda, pero antes pintó para la vieja parroquia de Santa Cruz el descendimiento de Cristo ante el que décadas después tantas horas pasó Murillo esperando ver bajar al Señor de la cruz.

Como la victoria tiene muchos padres, la restauración del retablo mayor de Santa Ana -que literalmente se caía a pedazos- ha sido posible gracias a muchas personas e instituciones: Enrique Valdivieso, catedrático de Historia del Arte, que dio la voz de alarma; Manuel Azcárate, párroco de Santa Ana, que llegó limpiando toda la roña -por no decir otra cosa- acumulada en el templo durante décadas de desidia y desgana; el abogado Joaquín Moeckel, que una vez más sacudió de su eterno letargo al personal (vulgo sociedad civil); el Arzobispado hispalense, y la Junta de Andalucía, con la Consejería de Cultura y el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico que cual academia ha limpiado, fijado y dado esplendor a una obra hoy expuesta en el museo de Bellas Artes. Laus Deo.

Publicado en EL MUNDO de Andalucía, Edición Sevilla, el Domingo 4-VII-2010

Foto: Álvaro Pastor Torres.










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