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José Pérez Delgado. El “Discípulo amado”


En una mañana tan fría como triste, de este viernes de Diciembre, donde los cipreses alineados del camposanto sevillano, dibujando a lo lejos la silueta de un Cristo broncíneo, y que cada vez más cerca, se le puede ver el último aliento de vida. Todo parece cortejar a la comitiva, que sabe encauzar al cuerpo mortal a su morada encalada y salpicada por flores, muchas de ellas tan reales como las efímeras, una vez ante ella, el aire corta, se detiene el tiempo.

José Pérez Delgado,  definirle quisiera en breves palabras, busco la palabra idónea y a su  vez  sencilla para ello, siendo ésta la primera que asoma a mi boca: ejemplo de Sevillanía. Pepe, como cariñosamente se le conocía y le llamaba, era puro sentimiento sevillano, y como todo aquel hombre forjado a base de pundonor y puro esfuerzo valoraba las cosas.

Natural del pueblo onubense de  Encinasola, vino a Sevilla contando únicamente quince años, por modo de la amistad de su tío, coadjutor de la Parroquia de San Lorenzo, teniendo éste amistad con Castillo Lastrucci, habló para que entrase su sobrino en dicho taller. Así vino a ocurrir, el joven José de la noche a la mañana saliendo  de su pueblo natal, -el mismo que como mayor satisfacción de su paisano le nombró Hijo predilecto en 2002-se encontró en un taller inmerso en creaciones religiosas. Corría el año de 1946. En boca de él, pues así me  lo refería a menudo, que cuando  entró por primera vez en el taller, todavía se respiraba todo lo que supuso la realización del misterio del Prendimiento, “el taller estaba todo impregnado de aquel trabajo” se refería en cuestión de bocetos, de piernas, brazos, bustos, hasta de olores propios de los aparejos…   

No tuvo que pasar mucho tiempo para que conociendo el oficio desde abajo, de manera sistemática fuese adquiriendo la experiencia necesaria y oportuna como para adquirir la confianza de su maestro, contando con su maestría hasta el día del óbito de Castillo en 1967. Una vez desaparecido su maestro, tomó las riendas del nuevo estudio, junto con mi tío abuelo e hijo de Castillo, Adolfo. Juntos emprendieron una nueva andadura que sólo los separó la muerte de Adolfo.

José Pérez se ha ido de este mundo con la elegancia del hombre inteligente, de aquel que ha sabido vivir su vida intensamente. Siempre desde su peculiar y única manera de entenderla. Amaba por encima de todo todas las costumbres sevillanas, su Semana Santa le llenaba por entero.

Sus recuerdos quedan vivos en mis retinas, de verlo trabajar, de hacerme partícipe de ellas, por que había que  escucharlo a la vez  de mirarlo, pues era un gran comunicador. Guardo infinidad de recuerdos contados con su innata gracia, de entre ellos escojo uno hermoso, que a la vez le hacía sentirse orgulloso y a la vez que a mí; me contaba que el escultor Antonio Illanes cuando hablaba con su íntimo amigo Castillo y se refería a él lo hacía con el sobrenombre del “discípulo amado”. Detalle éste que hizo suyo y he llegado a conocer debido a la amistad que desde siempre mantuvo con los prestigiosos orfebres Hermanos Delgado, cuando desayunaba con ellos, antes de venir a verme les pronunciaba este título cariñoso.

Para mí era un auténtico placer ir a  verlo o que viniese a mi taller y llamando la puerta como sólo él lo hacía, que a veces me costó más de un sobresalto. Pero dichoso yo por tenerlo ahí, de poder preguntarle, de poder saborear la experiencia, su experiencia.

Se ha marchado una parte de mi juventud de la calle García Ramos, cuando acudía como discípulo por los años noventa al taller junto a él y a mi tío abuelo.

Se ha marchado un hombre bueno, trabajador, un enamorado de su trabajo, amigo de sus amigos, fiel a sus principios y sobre todo; mi maestro.

Descansa en paz Pepe.

Jesús Méndez Lastrucci

Escultor e imaginero

www.mendezlastrucci.com  










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