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Opinión. La responsabilidad y la justicia. El Diputado de Cruces.


Sin duda, uno de los acontecimientos más destacado, por lamentable, del año que acaba de terminar ha sido la salvaje agresión que sufrió la imagen de Jesús del Gran Poder. Afortunadamente, el Señor sigue esperándonos en San Lorenzo.

Ahora, parece que la hermandad intenta “pasar página” sobre el asunto. Y es lógico. La actual junta de gobierno, que está haciéndolo muy bien, ha tenido la mala suerte de encontrarse con este problema, algo que se sabía que podía ocurrir, aunque nadie había tomado las suficientes medidas de seguridad (como han demostrado los hechos). Y ante la dicotomía de encerrar o no al Señor, han encontrado una solución ecléctica: una mampara transparente que protege la imagen en toda su altura, pero que permite seguir contemplándola en todo su esplendor y besando Su bendito talón. Claro que, también, se han encontrado con una fundación privada que ha corrido con los gastos de instalación de la misma, a la cual todos los sevillanos debemos estar agradecidos. Son los privilegios de custodiar una de las devociones principales de este pueblo. Y escribo privilegios porque es natural preguntarse si esta fundación (a la que, repito, todos debemos estar muy agradecidos) estaría dispuesta a financiar protecciones similares para otras imágenes de menos tirón, que también están muy expuestas. Espero que no haga falta que sucedan más desgracias de este tipo para  averiguar la respuesta.

Ahora, los privilegios conllevan responsabilidad y parte de esa responsabilidad está en la búsqueda de la justicia, aunque para ello sea necesario dar un paso adelante, de alguna manera “dar la cara”. Vivimos tiempos muy difíciles para el cristianismo en general y para el catolicismo en particular y estamos cayendo en la tentación de “desaparecer” para no hacernos notar, algo muy humano. En este contexto de dificultad,  me parece que sería muy injusto que el asalto a la imagen del Señor quedara sólo calificado como un atentado al patrimonio artístico y no como un ataque a las creencias religiosas de los católicos. Y no estoy hablando para nada de la posible pena para el agresor, que es lo menos importante y que decidirán jueces y médicos. Me refiero a la calificación y reconocimiento del hecho, de lo que significa. Y creo (como digo siempre, es sólo mi opinión) que la hermandad, por su importancia, por su grandeza, por su influencia, por su poder de representación, por su trascendencia social (todo gracias a la devoción que arrastra el Señor), tendría que ser la primera interesada en que se haga justicia y poner todos los medios a su alcance (que son muchos) para ello, fundamentalmente en favor de otras hermandades que no disponen de esa fuerza y que pudieran verse en una situación similar y también del catolicismo de a pie.

Y es que los grandes deberían siempre velar por los menos grandes. Pero no parece que esta máxima vaya mucho con el mundo cofrade, donde la impresión es que cada uno sólo va a lo que le interesa. Por ejemplo, dicen que está a punto de salir a la luz el primer borrador de los nuevos (y muy necesarios) estatutos del Consejo General. Y, por lo que se lee y se escucha, la cosa es para echarse a temblar. Según publicó el Correo de Andalucía, se está manejando, a la hora de redactarlos, que “un principio de la justicia es tratar igual a los iguales, pero también de manera desigual a los que son desiguales”. ¿Ven? Otra vez la palabra justicia, pero ahora en el otro sentido. Yo pensaba que hermandad es el sinónimo más evidente de igualdad, pero se ve que para los que están preparando la nueva norma merece más atención lo que acompaña al término (penitencia, gloria, sacramental) que en el propio término en sí. Claro que, lo que realmente está detrás de todo esto es aquello ya viejo de “tanto generas, tanto vales”. Poco importa que todos tengamos como fin principal dar culto a Nuestro Señor, a Su Bendita Madre, al Santísimo Sacramento o algún santo. Aquí lo que preocupa es que "nadie me meta la mano en la cartera”. Claro que, cuidado, una vez abierta la puerta, luego vendrán más consideraciones. Porque no es lo mismo tener diez mil hermanos que tres mil, o quinientos años que cincuenta, ¿verdad? Al final, habrá que hacer unos estatutos con un capítulo para cada hermandad (de penitencia, claro).

El sentido de la responsabilidad debía llevar a las hermandades más influyentes y con más fuerza (que todos sabemos cuales son) a dar un paso al frente para defender la igualdad y no la diferencia. Y también a utilizar esa influencia y trascendencia social para intentar conseguir ese respeto que, por un lado, nos están quitando y, por otro, estamos perdiendo. Pero no parece que los tiros vayan por ahí, lamentablemente.

diputadocruces@yahoo.es

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