El dolor de una Madre. Antonio Sánchez Carrasco

Vestida de blanco. Así te encontré. Llenabas la Capilla con tu presencia; paseaba la tarde de mi santo y entré a veros. Cuando mi alma se quedó para siempre en el número 13 de la Calle Adriano, mi corazón se tiñó de azul mecánico y blanco. Blanco de botonadura y cíngulo por el dolor de mi Caridad.

Y es que siempre me dio la sensación de que era la que más sufría. Porque aunque tu, Madre Piedad sufrías (sólo había que mirar tus lágrimas) siempre pensé que la cercanía de tu Hijo mitigaba ese dolor.

Además Madre ese rictus tan dulce siempre nos llevaba a tus hijos a la paz, a la admiración y hasta la tranquilidad. Esa tranquilidad que te da una Madre cuando te mira y sabes que todo irá bien.

Fue el día de mi santo, San Antonio el de Padua, un santo muy marianista, cuando entré a verte. No llevaba mi cámara habitual. Pero si uno de esos móviles cuya cámara sirve para llevarte un recuerdo del instante. Usé la cámara para llevarme una imagen de ti sola. Te miré y te remiré y te noté muy triste. Se fue tu hijo y hasta entonces no te vi las lágrimas. Ahora somos tus hijos los que tenemos que ir para llenarte de rezos. Para decirte que tu Hijo está en buenas manos. Para llenar de besos y oraciones esas manos abiertas que no notan la cercanía del fruto de tu vientre.

Salí de la Capilla, sin querer irme, como siempre. Que me cuesta separarme de ese cachito de cielo que hay en la Calle Adriano. Fuera seguía la vida, y mi santo, y mi gente. Pero me fui pensando que nunca te vi tan triste. Hasta vestida de blanco. Tu soledad cubría de Piedad a todo el que entraba a verte. Pronto Madre mía pasará el calor y cuando menos lo esperemos tu Hijo volverá para completarnos a todos.

Foto: Antonio Sánchez Carrasco