Misericordias y fe. Antonio Sánchez Carrasco
El pasado miércoles en uno de esos recuperados viajes al centro de Sevilla. En una calle Mateos Gago levantada por las obras, frente a casa Salinas donde vive la Virgen de los Remedios que estaba en el convento del mismo nombre, nos encontramos con la Iglesia de Santa Cruz abierta.
Entramos con el uso de gel hidro alcohólico que había en la puerta y accedimos al altar mayor.
Allí el Cristo de las Misericordias presidía en todo el centro justo delante de la Fe que corona el templete del que había salido la Virgen de la Paz que creara Jerónimo Hernandez para el Convento de San Pablo y que ahora se situaba en el altar de la Virgen de los Dolores (entrando a la derecha) y esta había pasado al altar del Cristo de las Misericordias, (entrando a la izquierda).
La conjunción era perfecta, Misericordias y por encima la Fe, esa mujer vendada que alza la copa de la salvación y sostiene la cruz en la otra mano, cerca, muy cerca del Cristo que más implora en Sevilla. El que mira al cielo pidiendo que pase ese trago amargo pero sólo si es posible.
Fe y misericordias, esa capacidad de creer sin ver y la de ponerte en la piel del sufrimiento ajeno.
Se aunaban en un altar dos de las grandes cualidades necesarias en estos oscuros días que nos tocan vivir. De un lado, creer que algún día esta crisis tendrá final y de otro pensar en las personas que lo están pasando mal, pero no en plan penumbra, siendo agoreros, sino como Benina en la novela de Galdós, que se ponía en la piel de sus señores que tan mal lo pasaban, y no sigo para no hacer spoiler.
Volvimos a la calle, la Fresquita sigue cerrada, la panadería de Guzmán el Bueno también, más ahora que de pan sólo le queda el letrero de la puerta.
Seguimos nuestro paseo en dirección al Salvador, allí mi amigo Fran sigue de Guardián del Señor de Pasión, la ciudad se va levantando poco a poco, en este junio que se disfrazó de agosto.
Foto: Antonio Sánchez Carrasco.