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«Cuando la muerte se pasea con la cadencia de la vida»


Mariano López Montes. “No temas a la muerte y no temerás a la vida”. (Epicuro de Samos 311 -270 ac). Con esta frase escueta pero a su vez llena de contenido expresaba este filósofo griego su pensamiento sobre el vivir y el morir como parte de la propia existencia humana. El binomio vida y muerte siempre ha sido un eje central en el pensamiento existencial de las diversas culturas que nos han precedido y que actualmente prevalecen o se han transformado con la vigencia de nuestros días.

Si para las sociedades occidentales la muerte representa un tabú o algo negativo, para las sociedades orientales constituye un paso hacia la regeneración y la reafirmación de los valores ancestrales que conforman su comunidad, siendo pues la muerte el mayor acontecimiento de la vida (Enza Scalici). A la muerte se le ha sacado del propio concepto de la vida porque pone en crisis todas las culturas y valores hegemónicos de las sociedades modernas (Pierre Chaunu). Para otros autores “es paradójico que una cultura occidental como la nuestra, con un pilar tan grande en la tradición judeocristiana, sea una cultura donde la muerte provoca tal rechazo.

Cada Sábado Santo cuando el Sol aún se encuentra en lo alto y sus rayos se filtran como haces de calor y vida por la celosía de una canastilla de caoba que a paso firme avanza desde el viejo barrio de San Marcos cambiando la penumbra interior por una dorada claridad, la oscuridad de la muerte y la luz radiante de la vida se dan cita un año más para enseñarnos la suprema lección magistral de fe y esperanza que representa nuestro Misterio.

Un querido hermano, amigo y artista como es Antonio Dubé ha preconizado desde hace tiempo que este nuestro paso nunca ha sido concebido como un paso de Misterio al uso de otras cofradías, “sino que representa el mejor monumento a los Dolores de su Virgen que quieren ofrecerle sus hermanos servitas”.

Desde esta concepción y puesta en marcha del proyecto y finalización de su obra, esta visión particularista y no exenta de sentido, pudiera servir de factor explicativo de la admiración o incomprensión que desde diversas opiniones pudiera suscitar. Sin faltar a la veracidad reafirmación o incomprensión deseo aportar en este artículo mi visión personal sobre nuestro paso desde mi propia óptica personal y reflexión, sabiendo desde un primer momento que toda opinión siempre va a ser valorada y cuestionada desde la óptica propia e ideológica del lector.

Partiendo desde el punto de vista del análisis social y de la visión de la muerte en general dentro de nuestra sociedad actual, donde la desritualizacion de antiguos ritos funerarios, han desaparecido de nuestra cultura y vida social, con modernas prácticas estandarizadas que provocan un cambio aséptico y un tanto industrializado del propio hecho de la muerte, uso de tanatorios, incineraciones etc. siendo esta muerte más un hecho de tipo social con familiares y dolientes. Solo en colectivos étnicos bien diferenciado como la raza gitana, esa antigua visión y el contacto y recreación con el difunto siguen vigentes (López Montes, Lagunas Arias)

La muerte cruza cada año y forma parte de todos y cada uno de nosotros en los días de aquella Pasión según Sevilla, desde aquella que desde hace tiempo con la desnudez nunca avergonzada de sus huesos, sale de San Gregorio, esgrime el blasón de su guadaña, se adorna de yedra y no se pone el mundo por montera, sino que se sienta en El, recordándonos un año más que a todos nos tiene fichados en su interminable lista. Bueno, esta señora que siempre fue conocida con el cariñoso apelativo de «La Canina» siempre ha sido una mala profesora, pues nuestra idiosincrasia un tanto jocosa y nada trascendente siempre ha hecho que nunca le prestemos atención a la conferencia magistral que desde siempre intenta darnos.

Existe una muerte Buena con redoblar de tambores en San Julian o una muerte solitaria y hecha dulzura por la lonja universitaria, una muerte con el sabor antiguo de aquel antiguo barrio de San Bernardo, otra que es puro Amor en la noche del Salvador, otra seria, austera y serena en San Pedro, otra que camina cada Jueves Santo entre faroles de caoba y que desde siglos nos sigue recordando aquellos antiguos pobladores negros de la ciudad, existe una muerte animada por el vaivén de un sudario al viento desde la Magdalena, existe otra muerte callada que cada año se viste con el color franciscano, existe otra muerte austera y serena de noches de azabaches y suaves amaneceres en su Calvario, existe una muerte real hecha de color azul terciopelo o azul rojo y blanco en el Arenal. También existe una muerte seria y oficializada y representativa en su Santo Entierro. Hay otra muerte escenificada desde los más puros cánones de una belleza sublime y a la vez dramática en San Andrés y el antiguo convento de La Paz.

Todas y cada unas de estas muertes del Salvador trasmiten desde siglos, los más puros sentimientos de fe y religiosidad, sobre todo si las conceptuamos desde las propias raíces de nuestra cultura y la tradición que nos trasmitieron nuestros mayores. Esta visión y recreación de Montes de Oca, de Jesús Muerto en brazos de su madre, creo que supera la visión unilineal de otras representaciones pasionistas donde la centralidad expositiva se basa en mostrar siempre desde la vertiente del arte la propia escena de la pasión de Cristo, creo que nuestro misterio va mucho más allá y muestra una muerte dulce y serena en brazos de una madre que expresa el dolor en su vertiente más humanizada. Yo me atrevería a decir que nuestro Misterio es un “Monumento a la muerte que se sostiene y acuna con la grandeza amorosa de la vida” y todo ello argumentado por la belleza como identificación de la bondad y la verdad que enfatizaba la filosofía griega platónica en el que la belleza y el bien eran términos sinónimos. Esta verdad existencial entre el dolor y la muerte huye de cualquier símbolo o signo representativos de la propia muerte exaltando por otro lado la belleza y la riqueza ornamental como símbolos de vida, la vida como salvación que preconiza nuestra fe, bordados, plata, tapices, acompañamiento musical etc., como respondería a una cultura andaluza propia y bien diferenciada, que continuamente ensalza la vida lejos de la austeridad de otras celebraciones pasionistas por ejemplo castellanas.

Existe una fusión del amor, la muerte y la belleza como visión ideática romántica, ya que el romántico ama el amor por el amor mismo y este le precipita a la muerte, descubriendo en ella el principio de la vida, la muerte por amor es vida, y la vida sin amor es muerte, por eso la estética de nuestra cofradía desde una visión elegante y austera a la vez, huye del dramatismo que pudiera representar este misterio cambiándolo en un canto silencioso a una belleza comedida, muy afín al pensamiento romántico.

Por estas razones afirmo que cada Sábado Santo desde las luminosas horas de sol hasta la noche cerrada en los aledaños de la Torre Mudéjar de San Marcos, Los Dolores de María y la bendita Providencia de su hijo siguen dándonos cada año esa lección magistral escrita con las letras de la fe, como símbolo de la muerte, el amor y la vida, paseándose con la cadencia y la visión que cada uno de nosotros queramos ver.

………. Dedicado a todos aquellos hermanos que cada Sábado Santo hacen su estación de gloria en su presencia…….

Artículo publicado en el Boletín de la Hdad de Los Servitas en 2017

Fotos: Mariano López Montes.










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