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Sevilla en 1920, cien años antes de esta pandemia: algunas notas


Reyes Pro. Cien años antes de la pandemia de 2020… ese año que ya se ha ido. En el año 1920 en Sevilla estábamos aún en otra, y ¡¡Como era¡! Terrible. Se la conoció como “la gripe española”, aunque nadie sabía de dónde vino, pero llevaba dando vueltas por todo el mundo ya hacía tres años y con tres tremendas oleadas, la primera a comienzos de 1918 y última en el verano de ese año de 1920. Parece que llegó a contagiar a 500 millones de personas en todo el mundo y que causó la muerte de 40 millones, no se saben con seguridad las cifras pero fue la mayor pandemia de la Historia. Era muy mortífera pero además no existían los medios sanitarios ni de investigación científica de hoy día. Dicen que la llamaron “española” porque en la prensa de 1918 en nuestro país se hablaba de la epidemia sin censura, pues los países de Europa estaban metidos en una guerra tremenda y absurda, como todas dicho sea de paso.

En este año 2020, que ya se ha ido afortunadamente, se han cumplido cien años de todo aquello, pero ¿qué pasaba en Sevilla en 1920 además de padecer los últimos tiempos de la pandemia de gripe?

Como en toda época hubo luces y sombras, acontecimientos positivos y negativos. Pero parece que el 20 no es una cifra muy halagüeña y hubo bastantes hechos desgraciados. Vamos a hacer un repaso, tirando de los libros, de hemeroteca y de los recuerdos que me contaba mi abuelo Miguel de aquella Sevilla de su juventud.

Empezaremos por el urbanismo, por las calles, por la apariencia y el “decorado” de la Sevilla de 1920. En el siglo anterior, el XIX, se había derribado el convento casa grande de San Francisco, declarado en estado ruinoso, dando lugar a un codiciado solar para cuya explotación y construcción hasta se constituyó una sociedad anónima mercantil. Pero el Ayuntamiento tuvo al final que tomar la iniciativa de urbanización de la Plaza Nueva, nombre con el que se conoció por lo reciente de su construcción y por apariencia homogénea en edificios como era el gusto de fines de ese siglo XIX. Pero precisamente en 1920 se rompe ese urbanismo homogéneo con la finalización de la Casa Longoria, obra de Vicente Traver.

No obstante el mayor cambio urbanístico de ese momento fue la remodelación y apertura de calles en la zona de la Puerta de Jerez y actual Avenida en su tramo desde Santo Tomás. Se derriba este convento fundado en el siglo XVI (incluyendo su capilla de San Andrés, propia de la colonia flamenca en Sevilla), convento que se situaba en el solar donde años después se construyó el edificio de Correos y donde se abrió la Avenida en su tramo frente al Archivo de Indias. Mi abuelo Miguel recordaba muy bien el derribo que contempló siendo joven y la reproducción de un grabado del Convento del siglo XIX fue la tarjeta que utilizaba años después para felicitar las fiestas navideñas a sus clientes.

El Convento de Santo Tomás, grabado de Parcerisa, 1856

Claustro de Santo Tomás, poco antes del derribo.

Además en esta zona se derriba el edificio de la antigua Universidad de Sevilla, Colegio de Maese Rodrigo, o más propiamente Colegio-Universidad Santa María de Jesús, fundado en 1505, que se situaba en la actual Puerta de Jerez donde sólo pervive su capilla como único resto del gran edificio que fue; su portada se trasladó al convento de Santa Clara de Sevilla para dar entrada a un jardín arqueológico proyectado en el entorno de la Torre de Don Fadrique.

El edificio del Colegio-Universidad de Maese Rodrigo

En la mencionada Plaza Nueva se situaba el Hotel Inglaterra, fundado en 1903 pero con tradición desde 1857 como Fonda Londres; a principios del siglo XX recibía la visita de ilustres viajeros, incluso el rey Alfonso XIII; pero en los años de la década de 1920 se necesitaban más hoteles en Sevilla pues desde hacía ya años se venía gestando la idea de la gran exposición iberoamericana, cuya Comisión Gestora se creó en 1920, año en el que entró en vigor el Tratado de Versalles con que se ponía fin a la Primera Guerra Mundial. Después de muchas interrupciones y retrasos en su preparación, antes y después de esta guerra, se inauguraría finalmente en 1929. Derribos y construcción de hoteles o alojamientos para turistas era lo que dominaba el paisaje urbano en la Sevilla de 1920.

Sobre una foto aérea de la actual Avenida de la Constitución se marcan el Convento de Santo Tomás (arriba) y la Universidad de Maese Rodrigo (en la zona inferior). De Tejido Jimenez ETSA

Así en esos años estaban en plena construcción el hotel Alfonso XIII, bajo el proyecto y dirección del arquitecto José Espiau Muñoz y otros muchos de distintas categorías, algunos de los cuales no llegarían a abrirse como tales hoteles: el hotel Eritaña (que no llegaría a funcionar como hotel), el hotel Majéstic (después llamado Colón, que llegado a nuestros días), el hotel Cristina, el hotel América Palace (después de 1929 fue reconvertido en edificio de viviendas), el hotel Biarritz (cerca de la Campana, sobrevivió hasta los años de la década de 1970), el Gran Garaje Hotel (en la Plaza del Sacrificio, después fue cuartel), el hotel Cecil y el hotel Oriente, (estos dos en la Plaza Nueva y unidos en 1933), el hotel Triana (en la calle Clara de Jesús Montero, convertido en corral de vecinos no fue hotel). También se usaron antiguos edificios más o menos adaptados para el hotel Madrid (utilizaba el que fue palacio de los Condes de Gelves en la esquina de Mendez Nuñez con San Pablo, cerró en 1967 y se derribó para contruir en su lugar Galerias Preciados) o para el hotel Bristol (en una antigua casa de la calle Jesús del Gran Poder, desde 1935 Colegio de los Maristas). Además estaban en plena construcción urbanizaciones para alojamiento de visitantes, como la Ciudad Jardín y los llamados Hoteles del Guadalquivir.

El Hotel Alfonso XIII en una postal promocional de la época

Toda una fiebre constructora padecía la ciudad en 1920, preparando la Exposición, pero esta oportunidad no tuvo suficiente repercusión económica o de transformación para las condiciones de habitabilidad de los sevillanos, pues estaba encaminada solamente al turismo, un turismo que no llegaría a Sevilla en 1929 en la cantidad que se esperaba años antes.

Sevilla era en 1920 una ciudad a la que no había llegado el avance social y económico que tras la Primera Guerra Mundial se vivía en otros países y regiones, avance truncado con la gran crisis que se dió precisamente en 1929: cuando Sevilla quiso subir a ese tren del progreso, el tren ya no existía.

 

¿En las cofradías que pasaba en 1920?

El 28 de marzo de 1920, Domingo de Ramos, las cofradías soportaron uno de los mayores aguaceros que se recuerdan, que además cogió por sorpresa y con casi todas ellas desfilando por la carrera oficial, desde donde como pudieron se refugiaron en los templos cercanos y en la Catedral.

Se celebró ese año un Santo Entierro Magno, Grande como gustaba decirse en Sevilla: fue el Viernes Santo día 2 de abril. Se previó un cortejo procesional en el que faltó el paso del Prendimiento de la Hermandad de los Panaderos que no asistió por no poder contar con los costaleros. Participaron: el Triunfo de la Santa Cruz, La Cena, Oración en el Huerto, Desprecio de Herodes, Columna y Azotes (Cigarreras), Coronación (El Valle), Sentencia (Macarena), Jesús con la Cruz al Hombro (El Valle), Tres Caídas (Triana), Exaltación, Cristo de la Clemencia (de la Catedral, que procesionó excepcionalmente y lo hizo en el paso de las Santas Justa y Rufina del Corpus), Siete Palabras, Expiración (El Cachorro, con hachones en las esquinas del paso), Quinta Angustia, Sagrada Mortaja, Santo Entierro y Duelo. Además procesionó en su paso de palio la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad de La Carretería.

El Cristo de la Clemencia en el Santo Entierro Grande de 1920

Rodríguez Ojeda seguía con su trabajo tan prolífico y en ese año borda al nuevo manto de la Virgen del Valle, a juego con el antiguo palio que pertenecía a la cofradía.

La hermandad del Dulce Nombre, conocida por La Bofetá, se estrenaba en la Semana Santa saliendo desde su sede en San Román, tras reorganizarse el año anterior, 1919, en el Beaterio de la Santísima Trinidad. Se aprobaron sus reglas e inmediatamente fue admitida como hermandad de penitencia. Procesionaron las imágenes titulares antiguas, que se habían conservado en el Beaterio, con enseres prestados: uno de los pasos de Las Siete Palabras con andas realizadas por Ricardo Reguera en 1881 según diseño de Joaquín Díaz Montero, y que aún utiliza hoy la hermandad de las Siete Palabras. La Virgen del Dulce Nombre llevaba los respiraderos, la candelería y los varales pertenecientes a la Hermandad Los Gitanos. Los nazarenos vestían en el paso del Señor túnicas de cola moradas de ruán, alquiladas a la Hermandad de la Cena, con cinturón de esparto ancho.

Pasos de la Hermandad del Dulce Nombre, Años 20. 

Los años veinte vieron el “descubrimiento” de Juan de Mesa, uno de los más geniales escultores del siglo XVII entonces olvidado. Por esta época toda imagen de buena calidad se atribuía a Martínez Montañés y curiosamente los sucesivos hallazgos documentales que se dieron en un periodo de veinte años (de 1910 a 1930) y que corroboraban autorías de Juan de Mesa sentaban muy mal en los círculos de investigadores tradicionales y en general en la sociedad sevillana, con polémicas incluidas. Adolfo Rodríguez Jurado, ya en 1910, había descubierto la autoría del Cristo de la Conversión del Buen Ladrón por Juan de Mesa y le atribuyó desde ese momento la imagen del Gran Poder, lo que en 1925 fue confirmado por el descubrimiento de datos documentales realizado por Heliodoro Sancho Corbacho en el Archivo de Protocolos Notariales. En este mismo archivo en 1928 también Sancho Corbacho descubre la autoría por Juan de Mesa del Cristo de la Buena Muerte y Celestino López Martínez halla en 1930 el contrato del Cristo del Amor firmado igualmente por el gran imaginero Mesa.

Muerte de un torero, de una plaza y de un canónigo

El 16 de mayo de 1920 murió en la plaza de toros de Talavera de la Reina el más que célebre matador de toros de la época: José Gómez Ortega, conocido como Joselito o Joselito el Gallo (1895-1920). Nacido en Gelves, su muerte fue una conmoción en Sevilla, los balcones se vistieron de luto con mantones negros y la Virgen de la Esperanza Macarena también se revistió de paños y velos negros. En la Parroquia de San Gil se levantó un túmulo funerario, utilizando elementos como las andas de la Macarena, hermandad de la que el torero había sido uno de los mayores benefactores.

Que se le tributasen honras fúnebres en la Catedral, el 21 de mayo de 1920, levantó una tremenda polémica en la ciudad, siendo el más firme y máximo defensor de este hecho el Canónigo Muñoz y Pabón, que puso todo su empeño en dicha celebración del funeral del torero Joselito el Gallo en la catedral. Publicó un artículo en El Correo de Andalucía defendiéndolo que le hizo merecedor de la pluma de oro que porta en su fajín la Macarena por donación del canónigo. La ceremonia había dado mucho que hablar. Y que criticar. Las honras fúnebres estaban reservadas en el templo metropolitano para reyes, arzobispos, la alta curia eclesiástica y la aristocracia, pero no para un torero, por mucho que la muerte del Gallo hubiera llenado las calles de Sevilla días antes. Sobre todo a la alta sociedad y aristocracia andaluza no le gustaba en absoluto ese funeral por ser en memoria de un torero que además pertenecía a la etnia gitana.

Con Joselito el Gallo también iba a morir un monumento de Sevilla de los más efímeros: la plaza de toros Monumental, inaugurada en 1918 y cerrada en 1921 (siguiendo la sevillana costumbre fue derribada años después), su última temporada sería la de 1920, estaba en la actual avenida de Eduardo Dato en su confluencia con la avenida de la Buhaira. Su promotor y verdadera alma fue el torero Joselito el Gallo y por tanto su muerte más que los supuestos problemas estructurales fue lo que cerró la plaza.

La plaza de toros “La Monumental”

Hemos mencionado al canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón. Nacido el 16 de junio de 1866 en Hinojos, en la provincia de Huelva, además de Canónigo en la Catedral de Sevilla fue un escritor bastante destacado con una obra novelística que pone de manifiesto la marcada jerarquización de la sociedad andaluza de inicios del siglo XX y que está ambientada en lugares ficticios situados entre las provincias de Sevilla y Huelva; fue el primer novelista andaluz que denunció las condiciones de vida y trabajo de los jornaleros.

"Mereced ser queridos en vida y llorados en muerte. El pueblo hará lo demás". Con esta frase terminaba el citado artículo de prensa publicado por el canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón con motivo de la defensa del funeral de Joselito, pero se puede muy bien emplear en su memoria pues hoy está muy olvidado como figura de la historia sevillana y más como escritor. Una anécdota: cuando Carlos Ros publicó su estudio sobre Muñoz y Pabón contaba que había quien le preguntaba si se trataba de un libro sobre la vida de… ¡¡Un cantaor flamenco!! Quizás por eso el libro tiene un magnifico subtitulo que da idea de la personalidad de Muñoz y Pabón: “Chispeante canónigo novelista”. Hoy, como decimos, ha sido olvidado como tantos ilustres sevillanos y eso que en este pasado año se han cumplido 100 de su fallecimiento en Sevilla: murió el 30 de diciembre de 1920.

Algo sobre la vida económica y social

La Sevilla del periodo de fines del siglo XIX hasta 1930 veía aumentar los establecimientos agroindustriales y también los de materiales para la construcción, la industria cerámica, etc, sin embargo la siderometalurgia que había tenido importancia a mediados del XIX va disminuyendo cada vez más en producción y número de fábricas. Las industrias se situaban en zonas entonces periféricas como el actual barrio de Nervión, pero aún muchas permanecían en el centro histórico: solo un ejemplo, la fundición de hierro Balbontín y Orta estaba establecida en 1920 en la calle Goles.

La fábrica de Tabacos seguía siendo importante en la economía sevillana de 1920 y aún resonaba la impronta popular de las míticas cigarreras. Su imagen de trabajadoras liberadas no se quedaba en el folklore, ni en el tópico a lo Merimé, pues fueron las trabajadoras más activas y combativas de la historia del movimiento obrero femenino español y de las más numerosas, pues en la fábrica de Sevilla trabajaban cerca de cinco mil cigarreras, algunas casi niñas. El 10 de noviembre de 1920 las cigarreras celebraron un mitin en el sevillano Salón Imperial, fue un acto multitudinario, al que llegaron a asistir unas mil quinientas trabajadoras, y en el intervino Ángela de Castro, presidenta de las cigarreras de Cádiz quien habló de los abusos laborales que se cometían con las cigarreras.

Cigarreras. Sevilla. 1920.

Estos años en Sevilla no fueron una excepción respecto a lo que se vivía en el resto de España: las presiones sociales por la vivienda, el agua o la tasa de la electricidad recién instalada en los hogares, los abusos laborales y mercantilistas, etc., habían generado una reacción social que en algunos casos llegó a la violencia, hasta con estallidos de bombas en las calles de la ciudad. Sevilla de contrastes y contradicciones pero que en la mayoría de los casos aun conservaba claves de convivencia. Respecto a la Semana Santa, Chaves Nogales lo expresó en una frase: “junto a la Hermandad del Santísimo Cristo está el local del sindicato marxista”, y también Nuñez de Herrera en un libro: “Teoría y realidad de la Semana Santa”.

Ya en el año 1919 circuló por Sevilla el rumor de que le iban a tirar una bomba en Semana Santa al paso del Señor del Gran Poder y que el atentado se realizaría en la Catedral. Efectivamente en la Semana Santa de 1919 estalló una bomba, puesta al pie de la Giralda, hiriendo de gravedad a un religioso, la Guardia Civil protegió de inmediato el paso del Señor y los nazarenos no se movieron de su sitio.

En enero de 1920 el arquitecto Aníbal González, muy conocido por su intervención en las obras de la Exposición Iberoamericana, es víctima de un atentado a las puertas de su casa, en la calle Almirante Ulloa, cerca de la Campana, en Sevilla. Afortunadamente salió ileso del mismo. En diciembre del mismo año el domicilio de Ramón Ibarra fue también objeto de un atentado con bomba que hirió a unos soldados del Regimiento de Ingenieros que casualmente pasaban por la calle en ese momento.

 

Atentado en la calle Almirante Ulloa, 1920

Pero no todo lo sucedido en 1920 fue negativo, hemos visto la refundación de la Hermandad del Dulce Nombre, y podemos mencionar otro ejemplo: la gestación de un libro que marcaría una línea fundamental en el ensayo sobre Sevilla, el periodista Manuel Chaves Nogales colabora con un artículo de sólo siete páginas en una recopilación de escritos de varios autores sobre Sevilla titulada “Quien no vio a Sevilla…”, aún en una clave un tanto decimonónica. Pero este artículo sería el germen del libro de Chaves Nogales “La Ciudad: ensayos”, editado en 1921, con el que comenzaría su trayectoria literaria y periodística.

Es sólo un ejemplo de unos años en los que la vida cultural de Sevilla, concretamente la literaria, estuvo a la altura de los tiempos de la Edad de Oro. Son “los años veinte”, de José María Izquierdo (que murió muy joven en 1922), de Joaquín Romero Murube, de Fernando Villalón, de Luis Cernuda… los años que verían la llamada generación del 27, la edición de las revistas “Grecia” y “Mediodía”, etc. Lo local no podía ser más universal: Juan Ramón Jiménez dijo entonces que deberían publicar la designación oficial de Sevilla en la Gaceta (en el BOE) como capital universal de la poesía. Pero todo esto sería muy largo de contar.

Primera edición de “La ciudad” de Manuel Chaves Nogales, 1921

En recuerdo de todos los que nos dejaron en 2020

Reyes Pro Jiménez
Bibliotecaria e historiadora










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