El demonio, que nunca descansa. Francisco Correal. Diario de Sevilla.
Deja en pañales el trivium y el cuadrivium. Se encarga de la elaboración de los dulces, toca la kayamba en la misa de las ocho y veinte de la mañana, estudia Teología, es la experta en internet de la congregación y aprendió español en dos meses bajo el magisterio de un profesor nacido en Egipto. Sor Patricia nació en una aldea de Kenya. Es una de las tres keniatas del convento Madre de Dios. Un tercio del contingente de religiosas de esta comunidad de dominicas fundada con patrocinio de Isabel la Católica en el corazón de la judería sevillana.
De seguir la progresión, pronto las keniatas serán mayoría. "Hemos tenido novicias, pero se salieron", dice Sor Adela (Fornes, Granada, 1948), madre superiora. "Las dos últimas españolas, Encarna y María José, dejaron el convento". Un convento que en su época de esplendor llegó a tener doscientas monjas. "Tenían que rezar por etapas. Tantas monjas tampoco quiero yo", admite Sor Adela. Sor Asunción, trianera, la única sevillana de la comunidad, tiene su explicación. "En esos tiempos, los siglos XVI y XVII, los hombres estaban siempre en las guerras. Muchas mujeres, para no quedarse solas, se metían en los conventos, pero lo hacían con sus criadas y viviendo a todo plan".
Sor Carmen es inseparable de su abanico. "Me lo regaló una señora en la consulta del oculista". Toledana de El Toboso, pueblo donde don Quijote proclamó la poco entendida sentencia –"Sancho, con la Iglesia hemos topado"–, acaba de cumplir 95 años, 71 de ellos dedicados a la vida contemplativa entre los muros de este convento. Con una salud, una memoria y un sentido del humor envidiables. Entró en esta clausura el 3 de junio de 1933, tercer año de la República. La paciente del oculista ha visto de todo. "Hay una psicóloga amiga del convento, doña Aurora, y yo se lo digo: usted sabe psicología por los libros, pero yo sé más de psicología que usted".
Cuando Sor Carmen entró en el convento de la calle San José había 26 monjas en la comunidad. Hubo tiempos de bienhechores que costearon capillas, altares, retablos, obras pías con derecho a enterramiento. "Este convento tiene mucha historia", dice Sor Carmen sin dejar de abanicarse, "gente de mucho abolengo, aristócratas, y hemos quedado la plebe".
En 1995 ingresaron en el convento Sor Lucía y Sor Patricia, procedentes de Kenia. Ese año se cumplía el quinto centenario del desbordamiento del río Guadalquivir (1495) que obligó a evacuar a las monjas del beaterio de Triana. Las dominicas guardan una relación directísima con la gesta colombina. En un panteón del convento están enterradas la hija y la viuda de Hernán Cortés. Una bisnieta de Cristóbal Colón llegó a ser priora, como Sor Carmen, como Sor Asunción, como Sor Adela. Y una hija de Murillo fue monja de la congregación. Su padre la pintó de Santa Rosa de Lima en un retrato que está en el Museo del Prado. Dicen que pagó la dote del ingreso con cuadros "y en el convento no quedó ni uno".
Sor Asunción se ha salido con la suya. No se ha dejado fotografiar. Empeño que aprovecha para recordar la única vez que salió en un periódico. "Tenía cuatro o cinco años. Queipo de Llano vino de visita al colegio, el marido de la directora era poeta y yo leí un poema dedicado a Queipo. Me cogió en brazos y me dio un beso. Y salimos los dos en el periódico". El padre de esta monja tocaba el saxofón en la Banda Municipal. "A veces, cuando pasan cofradías por aquí, me da mucha alegría oír la marcha Amargura; se estrenó estando mi padre en la Banda".
Sor Adela es la pequeña de los ocho hijos de un labrador. "Dios escoge siempre a la que menos vale". Gobierna un vergel monástico donde las horas se oran. Horas canónicas de laúdes, tercias, sextas, nonas, vísperas y completas. "Antes estuve siete años como religiosa de vida activa en un colegio para niñas pobres". Pero el contrapunto de esa vida activa no es la vida inactiva. Es la vida contemplativa. "Aquí no nos dedicamos sólo a contemplar".
Desde que pasaron de hermanas oficinistas –trabajos para el Banco de Andalucía que tuvieron que dejar por una denuncia sindical– a hermanas reposteras, convirtieron la contemplación en una sacra industria de la dulzura. "Todo surge con una dominica de Murcia que hacía dulces maravillosos. Empezamos vendiendo las magdalenas y después los cordiales, que tuvieron muchísimo éxito. Con la masa de los cordiales, las hermanas keniatas hacen un producto que le llaman naranjita sevillana. Y de su tierra se trajeron la receta de los dátiles confitados".
La temporada de los dulces suele empezar en septiembre. Este año van a tener que rezar más de lo debido. El diablo, que nunca descansa –otra frase impagable del Quijote– les quiere dar trabajo extra. "El tejado está en muy malas condiciones y hemos decidido arreglarlo". Los materiales de construcción tienen que entrar por la zona donde ubicaron el horno y la amasadora en los que hacen los bienmesabes de Porcuna y las gallinas de leche.
En tiempos, la congregación se desprendió de parte del inmueble. Fue primero Escuela de Comercio con un patio cuyo bullicio estudiantil llegaba hasta la azotea del noviciado. Después fue Centro de Nuevas Profesiones y la pesadilla ha llegado en su último formato. El hotel Petit Palace, varias estrellas en su pedigrí de High Tech –alta tecnología– realizó una instalación de aire acondicionado que está poniendo a prueba la paciencia de estas hermanas. "Una tarde vinieron a medir el ruido", dice Sor Asunción. "Es imposible dormir", tercia Sor Patricia, la keniata que ha tenido turno de cocina y ha preparado menestra de verdura y tortilla de patatas. "Yo cojo el colchón, salgo de la celda y duermo en cualquier sitio", admite Sor Adela. Están en manos del termómetro. "A más calor, más ruido".
La clausura no les impide abrir las ventanas al mundo. Sor Asunción sabe que su Triana ha estado de Velá. Sor Corazón de María, abulense de cuna, no se pierde un telediario. Sor Carmen está muy puesta en el cuarto centenario del Quijote y sus efectos en El Toboso. Sor Asunción es Purificación en la calle, tita Puri para sus muchos sobrinos.
En tiempos de crisis de vocaciones, aunque hay hombres que siguen yendo a las guerras y muriendo en ellas, confían en la gran esperanza negra. La alegría en la calle San José viene ahora de Kenia. Sor Carmen tiene 95 años, Sor Lucía y Sor Patricia llegaron en el 95. Un mismo guarismo para la veteranía y la juventud. Por eso Sor Adela está que trina con la burocracia que retiene en Nairobi a dos religiosas keniatas. "Ya no sé a quién quejarme, todos los papeles están en regla, hay una carta del cardenal, pero el embajador de España en Kenia no quiere firmar".
Sor Asunción es más diplomática. Más pacífica, dice Sor Adela. Las dos últimas superioras. Las hijas de Dios de Madre de Dios. "Te eligen en vocación secreta y tú eres libre de aceptar o no. Esta orden es muy democrática desde hace siglos. La priora es una monja más sin más", dice Sor Purificación, tita Puri en Triana.