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Opinión. La Semana Santa habrá de ser la “fiesta del equinoccio de primavera”. Juan Manuel Labrador Jiménez


 Quien nos vea desde fuera, no ya sólo de Sevilla, sino de nuestra provincia y de nuestra comunidad autónoma, debe pensar que en la vieja ciudad de Híspalis deben estar ocurriendo cosas muy extrañas en el seno de la política municipal que tienen muy difícil explicación, por no decir que ninguna.

Manifiesta públicamente el pasado lunes Antonio Torrijos, portavoz de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Sevilla, su propuesta de que la Navidad deje de ser llamada así y que se le denomine “fiesta del solsticio de invierno”. Claro, él no cree en Dios, respetable su creencia porque estamos en un estado donde cada uno puede tener sus libres pensamientos, pero eso sí, que no nos quiera cambiar este hombre nuestras costumbres sólo por el mero hecho de ser un político. Vamos a ver, la Navidad se llama Navidad en Sevilla, en Madrid, en París, en Nueva York, en Buenos Aires y en todos sitios. ¿Somos más especiales en nuestra ciudad que, para hacernos notar, tenemos que decir que celebramos la “fiesta del solsticio de invierno”?

 Claro, Torrijos no cree en Dios, por tanto, él no celebra el nacimiento del Señor, y es muy respetable, que cada uno cree en lo que quiere, pero no nos puede cambiar las tradiciones de los demás, y menos, cuando tiene un peso muy general en la sociedad en la que vivimos. Ahora, digo una cosa: si Torrijos no cree en nuestra religión, ¿por qué no propone directamente eliminar la fiesta, y nos roba la Navidad, cómo ocurre fantásticamente en algunas películas, especialmente de origen norteamericano? Pues porque no le interesa, ya que la Navidad, monetariamente hablando (nunca se nos olvide que la política siempre rendirá culto al “poderoso caballero”, como decía Quevedo allá por el siglo XVII) es una fiesta que no se puede suprimir, pero bueno, vamos a cambiarle el nombre, que no pasa nada...

Sí, el solsticio de invierno lo celebran en otras culturas, como por ejemplo las indígenas, pero es que aquí no somos indios, pero claro, quizás alguno sí lo haga, y de ahí que se produzca esa descabelladísima idea que no tiene ni pies ni cabeza.

 Torrijos no cree en Dios, y seguiré insistiendo por muy pesado que parezca, y afirmo una y otra vez que es muy respetable lo que él piense, que crea en lo que quiera. Ahora bien, desde su punto de vista, si a la Navidad le cambia el nombre para quitarle los tintes religiosos –¡ojo!, que no ponga en el alumbrado ni las coronas de los Reyes Magos, ni angelitos ni nada, porque si la convertimos en una fiesta profana, que lo sea plenamente en Sevilla–, que a la Semana Santa también deje de denominarla así, y sea la “fiesta del equinoccio de primavera”, pero claro, ¿cómo lo hacemos entonces para que dejasen de salir pasos en los que procesionan imágenes de Dios y de la Virgen?, porque eso son tintes religiosos... Sin embargo, la “fiesta” no se debe eliminar, la “fiesta” hay que mantenerla, que el dinero no debe dejar de entrar en Sevilla por estas fechas... Sinceramente digo que hablo con la lógica que este señor maneja en su cabeza, y por tanto, su lógica es ilógica.

Siempre había pensado que Antonio Torrijos, dentro de sus ideales, era un hombre coherente y respetable con lo que piensen los demás, pero después de la manifestación hecha el pasado lunes, ya desde luego no sé qué pensar del futuro de nuestra política... Y atención, que si así es como va la política local, ya no quiero ni hablar de cotas más altas.

Por cierto, y una última idea: la Navidad seguirá siendo Navidad, y dejémonos de solsticios de invierno, que lo mismo el cambio climático nos estropea la idea de cambiarle el nombre a la celebración.

Fotos: Juan Alberto García Acevedo.









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